lunes, 23 diciembre, 2024

La falsa oposición boliviana es el sostén de la dictadura

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Hugo Marcelo Balderrama
Hugo Marcelo Balderrama
Economista, Docente, Periodista y Consultor Político. Comprometido con la defensa de la vida, la propiedad y la libertad.

Después de la caída del Muro de Berlín en 1989 y el derrumbe del bloque soviético en 1991, se pensó que el mundo ya no tendría confrontaciones ideológicas y que la humanidad había alcanzado el «fin de la historia». Las democracias de Latinoamérica creyeron, de manera muy ingenua, que la pobreza en Cuba sería el factor clave para terminar con la dictadura más larga de la región. Pero Fidel Castro tenía otros planes.

En julio de 1990, Fidel Castro le sugirió, al entonces líder sindicalista brasileño y fundador del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inacio Lula da Silva, que establecieran un seminario internacional para que la izquierda del continente se reuniera anualmente para discutir planes para América Latina, había nacido el Foro de Sao Paulo, también llamado castrochavismo.  

Según los fundadores de la nueva cofradía socialista, el Foro tenía como objetivo: «analizar y debatir el futuro de la región ante el avance del neoliberalismo». Aunque su verdadera tarea fue reciclar el discurso de la vieja izquierda y, de esa manera, ampliar los ejes de confrontación.

Ya no usarían a Carlos Marx, ni las revoluciones armadas, sino los escritos de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe ―los más importantes intelectuales latinoamericanos del llamado posmarxismo, base teórica del Socialismo del Siglo 21―. El discurso de la lucha de clases sería reemplazado por el feminismo, el ambientalismo, la ideología de género y el indigenismo. El foquismo guerrillero sería reemplazado por las revueltas callejeras lideradas por los movimientos sociales. Además, aprovecharían los mecanismos democráticos para tomar el poder. Esa fue la estrategia que usó el Foro de Sao Paulo para encumbrar a Evo Morales el 2005.

Una vez que Morales se sentó en la silla presidencial, el castrochavismo terminó de quebrar la institucionalidad democrática, acabó con la independencia de poderes, y secuestró el órgano electoral. La republica de Bolivia sería reemplazada por el Estado Plurinacional ―nombre rimbombante para lo que en realidad es un narcoestado―.

Manipular los mecanismos de la democracia para, de esa manera, detentar indefinidamente el poder con «elecciones controladas en las que el pueblo vota, pero no elije», es la metodología del castrochavismo. Práctica que Fidel Castro aprendió de Stalin ―la frase: «No importa quien vota, sino quien cuenta los votos», le corresponden al tirano ruso― y luego la enseñó a todos sus delfines de la región, entre ellos, Evo Morales.  

Dictadura electoralista es el régimen que por la fuerza o violencia concentra todo el poder político en una persona o en grupo, que reprime los derechos humanos y las libertades fundamentales, y utiliza las elecciones como medio de simulación y propaganda para mantenerse indefinidamente en el poder. Se trata de un sistema autoritario, tiránico o totalitario con elecciones. Y a eso justamente se refería la exvocal del Tribunal Supremo Electoral (TSE), Rosario Baptista, cuando afirmó que el Gobierno del MAS montó un Estado delictivo para desmontar la democracia.

Pero las dictaduras electoralistas tienen un componente que les sirve para aparentar de democráticas: las oposiciones funcionales. En el caso de Bolivia ese papel lo cumplen Jorge Quiroga, Samuel Doria Medina y, especialmente, Carlos Mesa.

Carlos Mesa saltó a la fama en la década de los 80 con un programa de entrevistas llamado De cerca. En 1993, Mesa entrevistó a Fidel Castro, aunque en realidad se trató de un acto de genuflexión ante el dictador cubano. De hecho, en varias partes de la mentada entrevista Mesa ―en tono ceremonioso, casi de humillación― remarcaba el privilegio de estar frente a un «gigante» de la historia. El propio comandante tenía un nombre para esa clase de personajes: idiotas útiles.

De ejercer un periodismo mediocre, el año 2002, mediante una candidatura rentada, pasó a la política, y se posicionó como candidato a la vicepresidencia por el Movimiento Nacionalista Revolucionario.

Las elecciones del año 2002 fueron ganadas por Gonzalo Sánchez de Lozada. El nuevo gobierno asumió funciones en medio de una crisis económica y ―al igual que lo que sucedía en Venezuela, Nicaragua y otros países― una feroz campaña contra los partidos «tradicionales» y los líderes «neoliberales».

El 06 de agosto de 2002, el mismo día de la posesión del nuevo gobierno, Evo Morales convocó al pueblo a derrotar al «gringo» ―término despectivo que usaban los subversivos para referirse a Sánchez de Lozada―. Por su parte, el flamante presidente buscaba unidad y acuerdos políticos para superar la crisis económica.

En enero de 2003, Evo Morales organizó bloqueos en la zona cocalera para paralizar el gobierno y perjudicar al pueblo. Firmó acuerdos cuando fue derrotado, pero de inmediato volvió a conspirar. El motín policial y el intento de asesinato del presidente en febrero de 2003 debilitaron al gobierno. En septiembre empezaron nuevos hechos de violencia, que cobran fuerza con el secuestro masivo de más de 1000 turistas nacionales y extranjeros producido en Sorata. Además, de la subsecuente emboscada armada a los turistas, a los policías y militares que los custodiaban de retorno a La Paz.

Finalmente, el 17 de octubre de 2003, Sánchez de Lozada renunciaba a la Presidencia, y asumía Carlos Mesa, quien antes ya había pactado con los revoltosos.

Aunque Carlos Mesa llamó a su gestión un «gobierno de ciudadanos» fue, en realidad, un cogobierno con Evo Morales. De hecho, al día siguiente de ser posesionado, Mesa, en la ciudad de El Alto, dirigió un discurso donde se comprometía a cumplir la agenda de octubre, y fijando como objetivos: 1) llamar a un referéndum sobre el gas, 2) convocar a una asamblea constituyente, 3) diseñar una nueva ley de hidrocarburos y 4) enjuiciar a Sánchez de Lozada y sus colaboradores. En términos simples, le abrió las puertas de Bolivia al Foro de Sao Paulo.

Después de las elecciones del 2005, un simulacro electoral que tenía como objetivo entregarle el poder a Evo Morales, el trabajo de Mesa se redujo a lo de siempre: jugar al periodista e historiador. Hasta que el 2014, asumió un cargo ―que la dictadura boliviana le fabrico a medida― popularmente conocido como Vocería del mar.

Desde esa posición el masismo estaba proyectando un candidato opositor a su medida: cobarde y, sobre todo, manipulable. Características muy importantes para los planes del régimen, entre ellas, habilitar la inconstitucional postulación de Evo Morales a las elecciones presidenciales del 2019.

Al respecto, el exministro Mauricio Balcázar, en una entrevista para la Radio ERBOL el año 2018, afirmó lo siguiente:

Nosotros lo conocemos muy bien a Carlos Mesa, es una persona que toma decisiones por la presión, por eso ha renunciado varias veces (a la presidencia) y si la presión lo hace tomar decisiones, no sé si el MAS lo ha presionado (ahora) para ser candidato, pero si debo resumir en una frase su candidatura, yo diría que un voto por Mesa es un voto por Evo. Mesa ha demostrado que es completamente funcional en todos los temas en los que él ha tenido participación, como ha sido la Constituyente, como es ahora su candidatura, como ha sido el tema del mar, es decir, ha sido completamente funcional y si llega a ser presidente también lo será.

Algo que también afirmó la exvocal Rosario Baptista cuando dijo que: «nunca en mi vida había visto un candidato que no quiera ganar una elección (en referencia al proceso electoral del año 2020) como Carlos Mesa, estaba muy contento, entusiasmado de perder esa elección».

Los bolivianos que amamos la libertad tenemos la doble tarea de tumbar a la dictadura y los falsos opositores que la sostienen. Por vaivenes de la historia, la segunda tarea ya se va cumpliendo, en especial, después de las declaraciones de Rosario Baptista. Falta organizarnos para culminar la primera ¡Nadie se cansa! ¡Nadie se rinde!

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