Como “animales con capacidad de razonar” que creemos ser (yo suelo poner ese aforismo en muchísima duda), los humanos tomamos decisiones respecto a los diferentes ámbitos de nuestras existencias, muchas de ellas teóricamente sustentadas por la lógica y el conocimiento debidamente demostrado de las posibles consecuencias de cada acto. El hombre se hace preguntas y busca respuestas. Cuando estas no son suficientemente convincentes, el natural espíritu inquisidor del ser humano seguirá presionando hasta que se llegue a algún punto satisfactorio. Por esos motivos, es sumamente difícil pedir a los seres humanos que atenten contra sus propias observaciones y sensaciones cuando ya han sacrificado bastante. Sin embargo, desde los tiempos de la magia de los shamanes, estos precisamente descubrieron que si algo logra nublar la capacidad de pensamiento del hombre, eso es el “terror”.
En estos dos años, se pidió al pueblo paraguayo que “confíe en la ciencia” y que renuncie a aquello que forma parte de su misma dignidad. No ocurrió solo aquí, como consuelo de tontos, sino que también en otros lugares se apeló al mismo eslogan. Había que obedecer porque algunos hombres, disfrazados con túnicas mágicas color blanco, como los shamanes tiempos remotos ma non tanto, decían con retruécanos y repetición que eso era lo que tenía que hacerse. Y se hizo, porque era razonable en ese instante. Porque todo parecía apocalíptico y oscuro, se le impuso al vulgo la narrativa de que estábamos en una guerra sin cuartel contra un enemigo terrible que no dejaba títere con cabeza. ¡El vulgo estaba aterrorizado!
Pero resultó ser que, incluso si aceptamos los números que nos han dicho los shamanes (yo suelo citar bastante una frase del comediante político Winston Churchill que decía “no creo en ninguna estadística que yo no haya inventado”), no hubo un apocalipsis. Cierto es que en casi dos años de “pandemia”, tenemos más de 15 mil muertos en el Paraguay con redondeo en exceso. Fue una sangría… Digamos respetable, porque un solo muerto es siempre respetable (aunque morir sea algo de todos los días desde que el mundo es mundo). No obstante, si no nos engañan los shamanes con los datos que ellos mismos indican, la tasa de mortalidad promedio estaría alrededor del 2%. Es decir, el 98% de los que contraen la enfermedad denominada COVID se salvan. ¡Esto ya era así incluso antes de las vacunas contra el coronavirus de Wuhan!
Lo que nos lleva a la pregunta lógica que todos los seres humanos se hacen: ¿vale la pena imponer una especie de “apartheid sanitario” contra una enfermedad que es un poco más grave que la influenza común?
Pero antes de responder dicha pregunta, debo agregar lo siguiente: las vacunas han mostrado ser una herramienta efectiva que, sumada a las medidas higiénicas de Louis Pasteur e Ignaz Semmelweis (dos hombres que debieron desafiar al establishment científico de la época, a los shamanes de ese entonces), lograron erradicar o reducir la mortalidad de innumerables enfermedades infecciosas. Para que quede claro, una vez más, me he puesto dos dosis de la vacuna “Pfizer” y así, que ningún cretino mentecato venga a acusarme de algo que no soy.
Ahora, volviendo a la pregunta sobre el “apartheid sanitario” que dejamos botando: viene a colación porque hemos visto que algunos miembros del Gobierno Paraguayo, con el apoyo de cierta prensa adicta al régimen del COVID, así lo han sugerido. Incluso se están promoviendo proyectos de ley para crear “zonas de exclusión” para apartar, segregar a aquellos que no han recibido las dos vacunas propuestas como la solución definitiva contra el problema del coronavirus chino. ¿Definitiva dije? Pues en el sentido de que, se supone, estaríamos ya todos mucho más tranquilos y superando el ambiente de irracionalidad e histeria generalizada con el que se sacudió a todo el mundo con este tema (ya dije que yo pongo en duda lo de “animales con capacidad de razonar”). Abandonaríamos las prácticas shamánicas de los amuletos y talismanes mágicos en forma de barbijo y regresaríamos más o menos a la normalidad, es decir, con la sana costumbre de lavarnos las manos lo más posible y de evitar compartir utensilios que deberían ser de exclusivo uso personal, por ejemplo.
Pero no, porque el ser humano no tiene capacidad de razonar (aquí ya me pongo más intenso) y menos aún en nuestro mundo tecnocrático posmoderno, en el que muchos se están enriqueciendo con la histeria, el terror generalizado y el culto a la muerte que tan adecuadamente nombraron COVID, para que sea bien pegajoso y eufónico. Los shamanes afirman que las restricciones no solo deben continuar, sino endurecerse una vez más. Y todos a repetir el mismo verso, como si fuera la danza de la lluvia alrededor del tótem coronavirus. ¡El mismo ritual, el terror!
Todavía peor, como hemos señalado, es que se está proponiendo eso que muchos habían predicho y se los tildaba de “teóricos de la conspiración”: el llamado “pasaporte sanitario”. Porque la humanidad siempre encuentra una manera de reciclar prácticas que se creían superadas. En donde debía primar la libertad, la conciencia y la voluntad de cada individuo para decidir respecto al tratamiento médico que desea recibir, ahora solo existe el triste régimen totalitario del COVID, que no respeta a nadie más que a sí mismo y a las espectaculares posibilidades de lucro de los capitalistas médico-farmacéuticos, que se aprovecha de la propaganda intensa de sus servidores en los grandes medios.
Esto lo denunció el Papa Francisco en un reciente mensaje, llegando a tildar de “genocida” a la “globalización capitalista” de la cultura del descarte y el paradigma tecnocrático. Es un asunto que merece ser detallado y explicado más atentamente, pero parece que la Iglesia Católica en Paraguay está captando el real alcance de la situación y por el momento, se está oponiendo a que se implementen “pasaportes sanitarios” para acceder a los templos. ¡Imagino que ya habrá sido más que suficiente que por varios meses, el régimen totalitario del COVID haya logrado que cierren los templos!
No obstante, allí tenemos a varios de nuestros politiqueros e incluso ministros, amenazando con el garrote, con la segregación, con el nuevo apartheid del pasaporte sanitario. ¿Acaso es necesario apelar a las lecciones que nos deja la historia universal respecto a esta clase de asuntos, a este tipo de medidas que cuando se ponen en práctica, casi siempre tienen horribles consecuencias?
La misma Iglesia Católica tiene a muchos “San Maximiliano Kolbe” en su Divina Historia para comprender claramente a qué conduce esto de poner “pasaportes sanitarios” a las personas. Precisamente ese ilustre mártir polaco nos recuerda el tiempo en que millones y millones de individuos debían llevar pegadas a sus vestiduras una estrella amarilla con la palabra “JUDE” (judío) para poder deambular en algunos lugares que se les tenía permitido en la Alemania Nazi, pues la mayoría estaban prohibidos para ellos. Es que los judíos eran considerados como “peste”, como “parásitos”. Era lo que predicaba la cultura de la muerte paganista y shamánica del nacional-socialismo, con fascinante y terrorífica propaganda. ¡Había que librarse de esa infecciosa inmundicia humana!
Porque, damas y caballeros, del “pasaporte sanitario” al “campo de exterminio” hay simplemente un viaje de distancia. Pero algunos se empeñan en decir que los seres humanos somos “capaces de razonar”. Permítanme ponerlo en enormes dudas, especialmente con los “geniales” políticos que tenemos, que son verdaderamente “de terror”.