sábado, 23 noviembre, 2024

Cuando el deber cívico interpela

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4.644.536 paraguayos habilitados para elegir el próximo domingo a 261 intendentes y 2.781 miembros de juntas municipales titulares, además de la misma cantidad de suplentes, para dirigir y administrar los municipios durante los próximos 4 años.

Como nunca antes, estamos viendo a “referentes” de todos los estamentos, políticos, empresarios, influencers, periodistas y a la gente en general instando a votar, a sufragar. O al menos se viraliza con mayor notoriedad ésta invitación a ser partícipes, cuando quizás en otros tiempos el aparato político persuadía al ciudadano para que no lo haga y se aseguraba que los que lo hicieran fueran “los de siempre”. Y es que el voto sube de precio y ya no es tan fácil comprarlo bajo el lema de “yo te ayudo”, porque si algo hemos visto –propios y ajenos- es falta de ayuda, incluso hacia dentro de los propios partidos.

La campaña electoral es más cercana a mensajes publicitarios comerciales que buscan principalmente posicionar y vender un producto, que expresar mensajes políticos que presenten en forma transparente los idearios e intereses de los partidos políticos. No resulta extraño que los candidatos acudan a tácticas persuasivas similares para aproximarse a la ciudadanía, desdibujando las posiciones ideológicas tan diferenciadas en otros tiempos y acudiendo a argumentos más sensacionales que sólidos.

Lo cierto y lo concreto es que la oferta electoral está desconectada de la población y esa desconexión es la mayor señal de que dicha oferta es deficiente, poco representativa y que necesita ser mejorada. Pero también ha sido poco representativo el electorado por su participación, o al menos insuficiente y es realmente un dilema saber si se repetirán los porcentajes de participación de los últimos años (cercanos al 58-59%) o si el aumento de dicha participación podría hacer alguna diferencia.

Lo que sí sabemos es que de por sí y de ante mano, habrá mayor participación a raíz del aumento en la cantidad de ciudadanos habilitados (nuevos inscriptos en el Registro Cívico) y tal vez esto mejore en algo la representatividad de los resultados.

En países que gozan una democracia plena, el voto, además de constituir la materialización del derecho y la libertad de elección, representa una enorme satisfacción que provoca una agradable sensación de alegría y espíritu festivo. Esto tiene que ver con sentirse parte de lo que está en juego, de creer en lo que uno vota además de a quién, y las esperanzas que se renuevan por la ilusión de tiempos mejores.

No estoy seguro si aquí –en general- vemos al voto como un derecho del cual nos sentimos orgullosos porque costó lograrlo, o nos sentimos interpelados por el deber cívico de tener que decidir. Por sensaciones recogidas, opiniones leídas y mucho seguimiento de la opinión pública en general, me animo a decir que el deber cívico interpela.

Es cierto que hay un dilema: si votar o no, si hacerlo por uno u otro, si hacerlo en blanco, por castigo, etc. Me temo que si la cuestión fuera únicamente votar o no votar, si hay multa o no, estaríamos perdidos y con un futuro poco auspicioso. El caracú del asunto, es reflexionar y saber en qué apoyamos dicha decisión tan trascendental.

La carencia de la oferta electoral puede transformar el derecho al voto en un deber cívico que nos interpela. O al menos debiera interpelarnos como ciudadanos antes de acudir a las urnas. ¿Qué ocurre cuando tengo la intención de ejercer mi derecho, de cumplir con el deber cívico y me encuentro que con mi voto estoy respaldando algo contrario a mi deber moral? ¿Quiero contribuir a la democracia electoral (al menos electoral) pero siento que no debiera respaldar a ninguna de las opciones? Si siento que votar la candidatura que sea interpela mi deber moral, ¿qué hago? ¿Voto o no voto?

No tengo atribuciones ni cometería el error de atinar a responder una decisión que debiera ser absolutamente personal. Pero si llegamos a éste punto de sentirnos interpelados, de cuestionarnos, de sentir que debemos reflexionar y analizar bien antes de acudir o no a las urnas o de elegir una u otra opción, habremos dado un paso importante, habremos avanzado y crecido como ciudadanía, habremos ganado en madurez cívica. ¡Y no sería poco!

Luego ya tendremos que analizar cómo mejorar la oferta electoral, obligar a dicha oferta a generar ideas y rendir cuentas a la ciudadanía. No hay ninguna duda que la oferta política necesita profesionalizarse para que podamos ir a un voto programático. Saber QUÉ votaremos además de a quién y poder reclamar su cumplimiento. Por último, no subestimemos la importancia de las elecciones municipales, pues de allí a las diputaciones y al parlamento hay un paso. No son dos círculos sino uno y el entramado es casi perfecto.

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