Las guerras se deben ganar, pero se pueden perder. Es de valientes perder, pero huir sin siquiera haber sido derrotado, es la más vil de las consignas que un cobarde puede escribir para la historia. Hoy la ha escrito el presidente de Estados Unidos Joe Biden, quien ha ejecutado una retirada de casi 100.000 héroes militares sin argumentos, y se ha rendido sin necesidad en una de las guerras más necesarias y costosas de la era política moderna. Con la más reciente derrota en Afganistán, el mundo ha evidenciado el suicidio de la política exterior demócrata. Los progresistas dirían que ninguna guerra es indispensable para lograr la paz, pero el conservatismo internacional de Henry Nau y la sabía teoría del Darwinismo los prueban errados una vez más. Entonces reincidimos en el debate del uso de la fuerza y los héroes que dan su vida con motivo insurrecto de la libertad, y que lograron en los últimos veinte años que Afganistán y sus mujeres gozaran de un occidente sin límites.
Tras la incapacidad de entender el conflicto en Medio Oriente, y la terca ineptitud de omitir las recomendaciones de los altos mandos militares, el sueño se desvaneció como un reloj de arena para uno de los países más ricos de oriente. Esto no era solamente una guerra contra el radicalismo islámico ni la imposición Talibán, sino contra el oportunismo ruso y la ambición popular China. Occidente perdió por dejar aquella decisión en un hombre de 78 años, que a duras penas recuerda que su gran amigo Barack Obama fue quien aumentó a gran escala la presencia coercitiva militar, con el fin de derrotar al terrorismo disfrazado de Allah. Entonces ellos, los Talibanes, toman a occidente como los infieles mundanos y banales que han mordido la manzana prohibida, pero los hechos le recuerdan al mundo, quienes son en realidad los infieles vendidos de esta historia.
En los años 70 muchas de las generaciones que hoy presencian esta catástrofe no estaban ni siquiera en los planes de Allah. Qué bueno es recordar que fue el mundo libre occidental quien dotó a los mismos Talibanes para que combatieran el comunismo ruso que germinaba en aquel entonces. El mismo libre mercado que le permitió a Afganistán exportar cobre y litio, entre los otros muchos minerales que solo se producen allí, y que aún no logran explicar cómo este país sigue atrapado en la pobreza económica del sistema, y la pobreza intelectual de sus nuevos verdugos. Tal vez a la línea progresista global no le interesan tanto los derechos humanos ni la necesidad de exportar la democracia a oriente, sino que se sirve del caos y del anarquismo para traerle réditos a algunos de sus patrocinadores. En otras palabras, Afganistán es tierra de quien pague más por lavar su dinero allí, o por lo menos así lo explicó alguna vez el polémico Julian Assange. A pesar de su dudosa reputación, no parece muy alejado de la realidad, pues hoy los demócratas y la alta élite política americana han dejado en entredicho su verdadero compromiso con la libertad.
En eso vamos, hombres valientes y con ganas de hacerse mártires inmortales, suspensos de los trenes de aterrizaje de aviones con rumbo a la libertad. Cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca, la opinión pública y el sesgo de la prensa sugirieron que la polaridad política del mundo conocería un apocalipsis por venir. Así paso el periodo Trump, con grandes aciertos como la paz en Medio Oriente, la disminución de la amenaza norcoreana y la resistencia al expansionismo chino. Aquella administración adoquinó el camino para que la siguiente fuera aún más exitosa y Estados Unidos recuperara su status quo. Que ironía presenciar que tal apocalipsis llegó, pero con la administración Biden y nunca con la Trump como lo habían pronosticado. Es cierto que la retirada de Afganistán no es una idea que nació en este gobierno, pero estas no eran las condiciones que se habían pactado. Estados Unidos debió llevar a cabo el plan de retirada hasta mayo del 2022, y respaldar la transición de poder que desde entonces debía recaer sobre el gobierno afgano. Disminuir a dos sus bases militares y a 20.000 la presencia de soldados en tierra, obligando así al nuevo ejército afgano a repeler la avanzada terrorista y monopolizar el uso de la fuerza en el país. Pero Biden se burló las condiciones y tras un pobre criterio de selección, se rindió traicionando así también a sus aliados europeos.
En 2001 cuando los Talibanes derribaron las Torres Gemelas, la misión americana en Afganistán era asesinar a Osama Bin Laden y eliminar todo tipo de amenaza Talibán para el mundo democrático. La primera la cumplieron, la segunda termino siendo un suicido político de los precursores de la libertad. ¿Qué estarán pensando las víctimas? Hoy con el reloj de arena se van también las historias de quienes murieron en tan terrible tragedia, y los más de 2.500 soldados a quienes Biden les dice en su tumba que perdieron su vida en vano. Esto sin mencionar aún a las feministas, quienes no se nos iban a escapar de esta diatriba. Las prohibiciones y violaciones que vuelven a sufrir una vez más las mujeres en este país no tienen explicación lógica, así estos maniáticos quieran justificarlas con Allah. Hasta hoy ni una sola organización feminista, especialmente aquellas beneficiarias de las políticas progresistas de Biden ni de otros gobiernos de América Latina, le interesa resistir, demostrando una vez más que el feminismo es una mentira bien contada.
Mataron a dos pájaros de un solo tiro. Este es el fin de Afganistán y también el fin de la era Biden, a meses de haber llegado al cargo más importante del mundo libre. Inevitablemente este país regresa a manos del terrorismo islámico y a la influencia psico-maniática de los poderes comunistas asiáticos, China y Rusia. A estos, los Talibanes no ven como infieles, siempre y cuando los doten de poder militar a cambio de riqueza natural. Una especie de colonialismo del siglo XXI, como en la era del opio. Aunque así lo quieren ellos, seguir siendo esclavos de su propio fundamentalismo que los hace sentir poderosos. Tomará un nuevo presidente con la piel de hierro para recuperar los 20 años que se perdieron en tres semanas en Afganistán, y tomará una nueva generación de patriotas afganos que algún día se unan por recuperar lo que un puñado de locos les han quitado. De momento reinará la desesperanza e incertidumbre al presenciar un suicido político que se llevó millones de ilusiones en un suspiro, mientras arde Kabul en llamas.