Muchos recordamos grabadas en la retina, aquellas imágenes de los últimos fugitivos acogidos en la embajada norteamericana en Saigón, pugnando por acceder a un helicóptero de evacuación desde el terrado del edificio de la legación diplomática, tras la caída de la capital del occidental Vietnam del Sur en manos de las tropas del vietcong y del ejército regular del Vietnam del Norte comunista.
Era el dramático final a una guerra que había durado casi veinte años, los diez últimos con una directa e importante intervención de los Estados Unidos. Aquellas imágenes se convirtieron en el icono de una larga y sangrienta guerra que EEUU no consiguió ganar. Fue también denominada la «Segunda Guerra de Indochina», tras la Primera que acabó con la derrota francesa en Diem Bien Phu en 1954, dando fin a la colonización francesa de Indochina, con la independencia de Vietnam.
La guerra del Vietnam fue la primera que -como se afirmó- «fue televisada en directo», dando lugar a grandes manifestaciones en su contra en todo el mundo. El mayo del 68 siguió a la «ofensiva del Tet» por el Vietcong, producida tres meses antes y marcando el punto culminante del conflicto. Ahora, y salvadas todas las diferencias que se quieran, parece que se repite la historia en Afganistán tras la toma de la capital Kabul por los muyahidines o talibanes, replicando a los guerrilleros del vietcong de aquel otro conflicto.
Con una larga historia a sus espaldas, desde los 70 del pasado siglo, el Afganistán contemporáneo ha sido el escenario de conflictos ininterrumpidos entre facciones tribales rivales, aderezados con intereses exteriores, en especial británicos y soviéticos, que finalmente y tras un acuerdo entre ellos, llevó a la invasión del país por la URSS en 1979 para proteger sus intereses y estabilizar al Gobierno local amenazado por los insurgentes. Esa guerra duró toda la década de los 80, con EEUU apoyando intensamente a los rebeldes contra los soviéticos, que defendían al Gobierno afgano. Finalmente, en 1989 la Perestroika de Gorbachov llevó a la retirada de su ejército del país y, con un interregno de escasos dos años, a la toma del poder por los talibanes en 1992.
El atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York del 11-S de 2001, marcó el comienzo de esta última etapa de presencia norteamericana en Afganistán, con una guerra que culmina ahora, al igual que la anterior vietnamita, con una retirada que es expresión de una derrota ante los mismos a los que ayudaron en su guerra contra los soviéticos hace 30 años.
La situación geoestratégica de Afganistán unida a su orografía han hecho del país a lo largo de los siglos un lugar casi inexpugnable objeto de deseo por todo tipo de culturas, civilizaciones y conquistadores, desde Alejandro Magno y Genghis Khan hasta británicos, soviéticos y norteamericanos en la actualidad. La primera impresión ahora es la de un fracaso occidental después de veinte años de actividad militar e ingentes inversiones por parte de EEUU y sus aliados, producida además en un momento en el que empieza a cuestionarse su liderazgo mundial frente una China en claro desarrollo. Esta retirada occidental —práctica desbandada— parece retornar al país a siglos atrás, con la mujer como fetiche de una política fanática talibán que convierte al feminismo en un gran derrotado.
La liberación de terroristas de Al-Qaeda -que no del DAESH, enemigos de estos talibanes- proyecta un riesgo potencial especialmente grave sobre Europa, que se puede ver sometida además a una nueva oleada de refugiados huyendo de estos amos sobrevenidos. Intereses yuxtapuestos de China, Rusia, Irán y Pakistán van a confluir en un escenario sobre el que NNUU y la OTAN, la UE y los Estados Unidos han demostrado su incapacidad para establecer un orden político estable y civilizado. Al menos, desde una perspectiva occidental.
Hace tan sólo 72 horas, los servicios de inteligencia y los medios de comunicación estadounidenses advertían de una «posible» caída de Kabul en las próximas semanas. Esperemos que no se repita una tragedia como la del 11-S porque, a la vista de la experiencia y la nueva correlación de fuerzas en la zona, no es previsible allí otra intervención militar liderada por EEUU.