lunes, 18 noviembre, 2024

Reino Unido, el controvertido laboratorio europeo del reconocimiento facial

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Si pasea por las calles de Londres es posible que su rostro sea escaneado varias veces sin que usted se entere. Los patrones que definen su cara serán cruzados en tiempo real con los de una lista negra de la policía supuestamente compuesta por criminales en busca y captura y “personas que suponen un riesgo a los demás o a ellos mismos”. En caso de que salte una coincidencia, un agente le parará y le identificará. Si comprueba que efectivamente es quien dice el sistema, será detenido en el momento.

Esta versión futurista de las labores policiales forma parte de la vida diaria de Reino Unido desde hace años. Por lo menos desde 2016, cuando trascendió que la policía londinense experimentó con sistemas de reconocimiento facial durante el Carnaval de Notting Hill, uno de los festivales callejeros más populares del país. Han pasado cinco años y las fuerzas de seguridad británicas siguen usando esta tecnología, muy asentada en países como China, donde contribuye a articular el férreo sistema de control social, o Estados Unidos, cuya población empieza a asociarla con la discriminación racial.

La aplicación de estos sistemas plantea serias dudas entre los activistas de la privacidad. Las propias instituciones británicas no tienen una posición monolítica al respecto. “Estoy profundamente preocupada sobre el potencial que tienen los sistemas de reconocimiento facial en tiempo real para usarse de forma inapropiada, excesiva o imprudente”, dijo el mes pasado Elizabeth Denham, responsable del equivalente británico de la Agencia de Protección de Datos. El nuevo comisionado de Biometría y Videovigilancia, una figura independiente que supervisa las labores de la policía, se muestra sin embargo más partidario del reconocimiento facial que su antecesor en el cargo.

No se sabe qué uso se hace exactamente de estos sistemas en Reino Unido, los cuales, en teoría, están en fase de prueba. La Policía Metropolitana de Londres (Met), el mayor cuerpo del país y el que lidera la implantación del reconocimiento facial, no ha respondido a las preguntas de EL PAÍS sobre el número de cámaras desplegadas en la ciudad con esta tecnología, la cantidad de detenciones exitosas realizadas gracias a ellas o los planes de futuro. Sí se sabe, por ejemplo, que el año pasado se escanearon como mínimo los rostros de 8.600 personas sin su consentimiento en una sola semana en Oxford Circus, uno de los puntos más concurridos de la ciudad. Y que de las ocho personas a las que se paró, al considerar el sistema que se trataba de sospechosos, solo una estaba realmente buscada por la policía, lo que arroja un 86% de falsos positivos.

Según figura en su web, el objetivo de los sistemas de reconocimiento facial de la Met es contribuir a “combatir el uso de la violencia y la explotación de menores y ayudar a proteger a los más vulnerables”. El software compara en tiempo real las imágenes tomadas con las de la lista de personas bajo vigilancia. Lo hace midiendo la estructura de cada rostro, incluyendo la distancia entre los ojos, la nariz, la boca y la mandíbula.

Estos sistemas han sido desarrollados por la compañía japonesa NEC. Un informe de la organización Privacy International, sin embargo, revela que la compañía británica Facewatch habría mantenido contactos en 2019 con la Met y con la Policía de la City (el distrito financiero tiene su propio cuerpo) para compartir datos biométricos sobre criminales. “Ya nos parece mal que la policía use reconocimiento facial, pero que encima lo haga mediante acuerdos secretos con empresas privadas es totalmente intolerable”, opina Ioannis Kouvakas, asesor legal de la citada organización.

“Cualquiera puede decidir pasar de largo de un sistema de reconocimiento facial; no es un delito ni se considera una obstrucción a las labores policiales”, se dice en la web de la policía londinense. Sin embargo, un vídeo de Big Brother Watch, una de las organizaciones locales que más ha batallado por la retirada de estos sistemas, demuestra cómo unos agentes toman los datos de quienes se cubren el rostro al salir del metro y toparse con una furgoneta de la policía con cámaras apuntándoles directamente.

En un intento de mejorar su imagen, la propia policía solicitó a dos académicos de la Universidad de Sussex la redacción de un informe independiente que evaluara las primeras pruebas piloto realizadas en la ciudad con esta tecnología, llevadas a cabo entre 2016 y 2019. Sus conclusiones no son halagüeñas. “Es muy posible que el proceso de prueba del reconocimiento facial en tiempo real hubiera sido tachado de ilegal si se hubiera llevado a los tribunales”, sentencia textualmente. El hecho de no avisar de forma clara de que se está utilizando, las dudas legales que plantea su uso y el hecho de no ser una tecnología “necesaria en una sociedad democrática” apuntalan el veredicto del informe.

Pioneros en Europa

Reino Unido no es el único país europeo en el que se recurre a esta tecnología para vigilar: un reciente informe de European Digital Rights (EDRI) señala que la policía de Alemania o de Países Bajos han realizado también pruebas en estaciones de tren y centros comerciales, pese a estar técnicamente proscrita por la UE (pesa sobre ella una moratoria, aunque se permite su aplicación en determinados supuestos). Pero sí se puede afirmar que la isla de Gran Bretaña es, de lejos, el lugar del Viejo Continente en el que más empeño se está poniendo en implantar estos sistemas.

¿Por qué ese interés? Los expertos apuntan a una suma de posibles motivos. Entre ellos, que la videovigilancia parece estar muy asumida por los británicos. Se calcula que unos cuatro millones de cámaras de vigilancia salpican las calles de las ciudades del país. Solo en Londres habría más de medio millón, según fuentes oficiales. “Si en España se quisiera apostar por el reconocimiento facial habría que instalar miles de cámaras. En Reino Unido la infraestructura ya está montada: solo hace falta actualizar el software”, ilustra Javier Ruiz, investigador del Ada Lovelace Institute.

Un grafiti de Banksy que apareció en una propiedad privada de Londres en 2008.
Un grafiti de Banksy que apareció en una propiedad privada de Londres en 2008.CATE GILLON / GETTY IMAGES

También ha influido su exposición histórica al terrorismo. Los atentados del IRA en las últimas décadas del siglo pasado dejaron dos marcas visibles en el paisaje urbano londinense. Una es la ausencia de papeleras en los lugares públicos (era ahí donde los terroristas solían esconder las bombas). La otra es la multiplicación de cámaras. En la City, el distrito financiero, se montó en los años noventa el llamado Ring of Steel (anillo de acero), un sistema de videovigilancia, el más avanzado en su tiempo, que permitía a la policía tomar el control de todas las cámaras de la zona para seguir a cualquier coche que circulase por allí. Ese sistema se quiere actualizar ahora con reconocimiento facial.

La libertad que se da en Reino Unido a la iniciativa privada en materia de seguridad ha dado alas también a la expansión de esta tecnología. En Londres, es habitual que las asociaciones de comerciantes (business partnerships) contraten a su propia seguridad privada, que comparte fotos y datos de los rateros habituales y que, según trascendió en el caso del desarrollo de King’s Cross, en ocasiones hasta ponen en marcha sus propios sistemas de reconocimiento facial en colaboración con la policía metropolitana. Por otra parte, mientras que en España Mercadona ha tenido que pagar 2,5 millones por haber instalado sistemas de este tipo en algunas de sus tiendas, la popular cadena de supermercados Co-op lleva tiempo haciéndolo, según reveló Wired.

Experiencias piloto controvertidas

Aquel Carnaval de Norring Hill en 2016 fue la primera experiencia de la que se tiene constancia del uso policial de reconocimiento facial en Reino Unido. La Met colocó furgonetas con cámaras y pantallas en varios puntos elegidos por ser los más concurridos con el objetivo declarado de contribuir al orden público. Aunque consiguieron más bien lo contrario: la práctica totalidad de las personas que pararon no se correspondían con quien el sistema les había relacionado, según se pudo saber más tarde. Y además encendieron el agravio racial. “Cualquiera que viva en Reino Unido sabe que el Carnaval de Notting Hill es, ante todo, una celebración de la cultura negra. Muchos colectivos organizaron protestas contra lo que consideraron un acto racista”, recuerda Ella Jakubowska, coordinadora del programa de biometría facial de EDRI, una ONG paneuropea que trabaja por la defensa de los derechos humanos en la era digital.

La policía del sur de Gales hizo también su propia prueba piloto en dos partidos de fútbol en 2018. Colocó furgones con cámaras dotadas de sistemas de reconocimiento facial capaces de registrar 50 rostros por segundo en los alrededores de un estadio, en Cardiff. No porque supieran que por allí se movían sospechosos, sino por tratarse de lugares por donde pasa mucha gente. Un activista de los derechos a la privacidad les llevó a juicio y ganó: el uso indiscriminado de esta tecnología colisiona con el derecho a la privacidad y con las leyes de protección de datos, entre otros.

“Esa sentencia marca ahora las pautas en esta actividad”, explica Ruiz, que actualmente prepara un informe sobre el uso del reconocimiento facial. “La jurisprudencia es confusa y no logra aclarar cuál es la forma de aplicarla. En principio no la prohíbe, pero insta a quien use esta tecnología a que justifique por qué pone la cámara en un punto en concreto y resuelve que el sistema debe tener cierta precisión para que no pare a gente inocente”.

Pese a que en Reino Unido haya tradición de hipervigilancia, saberse observado altera profundamente nuestro comportamiento. “Esa es una de las cuestiones que más me preocupan sobre esta tecnología. El hecho de que nos roben la capacidad de perdernos entre la multitud debería preocuparnos mucho”, sostiene Evan Selinger, catedrático de filosofía en el Rochester Institute of Technology y estudioso de los efectos del reconocimiento facial, tema sobre el que ha escrito varias tribunas en The New York Times.

La también filósofa Carissa Véliz comparte ese temor. Residente en Oxford, en cuya universidad da clases, le exaspera que en los diez minutos que tarda andando de casa a la facultad se tope al menos con 20 o 30 cámaras. Es posible que alguna de ellas esté equipada con sistemas de reconocimiento facial. “Uno de los grandes avances culturales y tecnológicos que trajo consigo la llegada de las ciudades fue poder tener anonimato, muy importante entre otras cosas para poder protestar en la calle”, subraya. Puede no parecernos ahora relevante perderlo, dice, porque actualmente no vivimos en una dictadura. “Pero el día que la tengamos, y estas cosas son cíclicas, va a ser muy complicado resistirse a un régimen autoritario sin anonimato”.

Manuel G. Pascual – El País (España)

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