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¿Qué es un Progre?

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Progresismo. Concepto y objeto.

La actitud coherente y lógica al discutir con un progre es no tomarlo en serio, pero fundamentalmente no tomarlo como sujeto. El progre constituye, exactamente y en sí mismo, un objeto de análisis social. El progre no es un sujeto individual, es un error analizarlo así. Me niego a ver al progresismo como una suma de individualidades, en principio porque ellos no se sienten así. Segundo, porque renuncio a la posibilidad de construir cualquier colectivo político que pudiera ser considerado objeto de destrucción. Aquí se hablará del «progre», pero se está haciendo lo de la progresía.

El progresismo es la ideología adecuada para el débil de ideas, para el cansado, para el que ansía ser esclavo, para el cómodo y el culpógeno. El progresista es básicamente un cobarde cultural. Si fuera un poco más decidido sería comunista, socialista o partidario de su hermana boba, la socialdemocracia. No acepta todo el vitalismo creador/destructor del totalitarismo al que termina sirviendo.

Su debilidad se manifiesta ya en su modo de expresarse y escribir: Relativista hasta el extremo, dubitativo, buscando siempre el consenso, transmisor fiel de lo políticamente correcto. Nunca expresando lo que siente, sino lo que “está bien sentir”. No hay nada más confuso que un progre al que un pibito chorro le robó la billetera y la campera y de paso le pegó un sopapo.

El Progre es mariconazo. Por eso es, por ejemplo, antimilitar, no le da para ser antimilitarista, ni tampoco comprendería la extensión del término que por supuesto entraría en colisión con el modelo del Estado policial cubano al que admira. Por eso le cuesta condenar a las FARC, a la parodia de Hugo Chávez, a Irán o al cualquier fundamentalismo.

El progre es un ser débil que abraza una ideología para débiles. Es común observarlos emitiendo manifiestos colectivos (onda Carta Abierta) para sentirse arropados por un rebaño de personajes como ellos. No son capaces de hacerlo de manera individual. Se sienten más protegidos por la manada. Son el grupo de «los abajofirmantes» ése es su refugio.

En la balanza tripartita de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, se queda con la fraternidad. Ese concepto es llevado al absurdo de hacerle creer (y tranquilizar su culpa social por no haber carecido de casi nada durante su infancia) que es hermano de todos los pobres del planeta, en especial de los que están lejos. Porque al progre nunca le faltó nada material ni espiritual. Sino sería comunista, fascista o pibe chorro.

La Libertad y la Igualdad, son ideas que sacrifica sin problemas, en la creencia pueblerina de que «todo no se puede». Libertad es para el progre que goza de ella -por pertenecer a la estructura de Gobierno y al aparato del Estado o de la Universidad u organismo internacional que lo financia-, un lujo que «no nos podemos dar» mientras haya injusticias. Igualdad, en su modesta interpretación barrial del término, es que todos sean pobres. Por eso se entusiasma con las propuestas de expresiones marginales como el kirchnerismo, que propone limitar la propiedad privada, el derecho a la herencia y la donación en vida.

La realidad, la naturaleza, no la cambian los intelectuales sino los hombres y mujeres de acción. Ése es su mayor resentimiento. Y la justificación del fracaso económico personal y la laxitud que experimenta permitiendo que lo conduzcan políticamente gente de acción y poco basamento intelectual.

El progre nacional sabe que en este país, como nunca, se escuchan, espían, interfieren las comunicaciones privadas de cientos de miles de personas. Se cooptan voluntades, coaccionan libertades individuales, se amenaza, aprieta, patotea, se abusa del Poder. Pero eso no es importante porque como se dijo, la libertad individual está supeditada a la consecución de otros objetivos más altos que el derecho constitucional y humano de las personas que componemos su colectivo.

La moral metafísica del progresismo

El progre sufre de una sobrevaloración de su papel como sujeto histórico. Se entiende y siente ética y moralmente superior a cualquiera que no entre en su categorización de progre. Esa superioridad es clerical y metafísica, ya que no necesita justificarla.

Y como dicen en psicología que lo que hay de copa hay de raíz, bajo el barniz falso de la pretendida superioridad moral hay seres profundamente acomplejados de su inferioridad práctica (aquella que le impide modificar la realidad).El Progresismo es un monoteísmo de izquierda.

El problema del progre está en que introduce la moral en las ideas que defiende. Porque es un pacato. Moraliza horrores. Como las monjas. De esta manera se sitúa en una supuesta posición de preeminencia ética. Y así la opinión distinta pasa, de ser simplemente diferente, a ser culpable.

Como basa su ideología en una concepción metafísica, su principal recurso es hacernos sentir culpables por el pasado histórico que heredamos pero del que no somos sus autores. Por eso es que si nos oponemos a este circo después de una voltereta en el aire, nos enteramos que estamos a favor del genocidio y la dictadura.

El progre piensa que existe un sólo modo «correcto» de ser humano, una sola manera «adecuada» de vivir, igual para todos. Situar la política en el ámbito de la moral vuelve a instituir en dogmas los principios reivindicados. Un dogma no puede tolerar ser cuestionado. Su proclamación implica, pues, la descalificación y la exclusión de los malpensados.

De allí que un progre ofuscado no sea muy diferente a un extremista clerical o un fundamentalista religioso. Lo que para unos es por voluntad de Dios, para éstos es «porque sí». Que más o menos es lo mismo. Por ello es que ambos -los religiosos extremos y los progres-, niegan el debate. No ven ni escuchan conceptos de cierta complejidad que contraríen su constelación de creencias, que no son más verificables ni objetivas que un horóscopo dominical o con mayor seriedad probatoria que una Carta Astral o de la certeza de la existencia de Luz Mala o el Pombero.

El progre es ante todo un rebelde. Eso cree él e intenta vivir en consecuencia. El ocaso de la figura paterna como representación de la autoridad limitante que organiza su vida personal y social la ha sufrido de niño y no ha podido procesarla. Por eso es que es un ser enojado con todas las expresiones de poder, pero fundamentalmente con él mismo. El progresismo es esencialmente borreguismo.

Niega el concepto de individuo, entregado y sacrificado en favor de las supuestas mayorías. Y ése ocaso de la figura paterna, como sostenía Sigmund Freud (en «La declinación de la imago paterna»), lo que ha comenzado en torno al padre se consuma en torno a la masa. Es evidente que la aversión a la figura paterna y por consiguiente de la autoridad, facilita la entrega de su propia autoridad (ser autor de sí mismo) a alguien más poderoso, que lo legitima y le da garantías de la tranquilidad que busca desde que tenía seis años.

La rebeldía progre

Porque bajo esa rebeldía hay un ser temeroso, obediente, sumiso. Sumiso a su amo y al patrón ideológico de turno. Y como está enfrentado con el concepto de autoridad, aun sintiéndose parte de, por ejemplo, el kirchnerismo, sabe que «le falta un poco».

El Progresismo es para débiles, para los que ya no encuentran nada aprovechable en sí, como el último hombre en Nietzsche. Por eso necesitan un Estado sin escrúpulos. Su autoproclamada superioridad moral queda inmediatamente refutada por el victimismo automático.

Para el progre, a sus amos de turno, siempre les falta cinco para el peso. Idolatran y odian a la vez a sus líderes. Lo que Lacan en “La declinación del padre” sentencia como “otros se preparan para tomar tu lugar”. Igual, siempre habrá alguien que exprese políticamente lo que siente.

El enciclopedismo y la construcción del enemigo

Su bagaje de cultura política está organizado a partir de una sumatoria de consignas y frases hechas que ha ido probando y acomodando a su forma de entender la vida, la sociedad, el uso de los modos de producción, al partidismo y a su escala de valores.

El Progre es un burro pero está informado. Desecha la idea de estudiar la economía, la historia, la organización social y cualquier cuestión que lo haga ahondar en su visión de la vida, que es como un plato sopero. Es ancho pero poco profundo. Ni siquiera utiliza los conceptos elementales del materialismo económico o histórico para tratar de entender la realidad. Se queda con la espumita, con la nata. Experimenta una especie de materialismo cultural. Que le parece novedoso, autóctono y propio. Aunque en la Escuela de Frankfurt se hayan gastado los codos y los ojos dándole forma.

De allí que necesita que le procesen, mastiquen, expliquen, dibujen un enemigo fácil de identificar. Esos enemigos deben ser simples, gráficos, concretos. El enemigo nunca podría ser la mediocridad, la indolencia, la ignorancia, el absolutismo y otros conceptos complejos y amenazantes. Deben ser como dibujitos animados o caricaturas. El Campo, los fachos, los agrogarcas, la clase media (esa imagen de la vieja garca con la cacerola es casi una revelación mística para un progre. Simples, sin vueltas.

La progresía constituye sus enemigos no porque atenten contra su sistema de valores, sino contra su sistema de supervivencia material. Lo que morirá no es su sistema de ideas, sino su forma de financiamiento personal. El progre, como tal es económicamente inviable. Si el ambiente político no lo permite, el progre se retrotraerá sobre sí mismo, seguirá escuchando a Silvio Rodríguez, por ejemplo, pero no intentará ocupar el espacio público.

Sucumbe con facilidad, no sin darnos cierta ternura, a la narrativa indigenista (teocrática y sanguinaria), al ecologismo hueco (Ley de Glaciares, pasteras, Riachuelo, bien gracias), al feminismo militante, al pobrerismo voluntarista, al universalismo positivista y cualquier otra estructuración discursiva que le permita seguir vengándose de sus papis porque no lo abrazaron lo suficiente cuando era un chiquitín o no lo cagaron a puteadas por alguna cagada que se mandó.

Sin la figura paterna que rompa la relación entre la madre proveedora y el niño, que fije límites y establezca la Ley, el progre, desconcertado se refugia en un sistema donde la provisión y satisfacción de sus necesidades proviene de quién nunca le dirá que no. Porque los necesitan para justificar (se) lo que no se puede expresar y que constituye lo central de su acción política .

Pero lo que tal vez defina a un progre de punta a punta es su falta de humor. El progre es un resentido social y personal. No se ríe. Es raro ver a un progre reírse abiertamente. Como que la «realidad le duele» siempre. Cuando la verdad es que la falta de humor es la completa imposibilidad de reírse de él mismo y de atentar contra la autoridad.

Todos tenemos a nuestro progre preferido, Incluso es probable que esté en nuestra familia, señalándonos con el dedo cada tanto, culpándonos por intentar vivir bien. Como se pueda. Tratando, de a ratos, ser felices.

Horacio Garagiola

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