En su última columna en The New York Times, Thomas L. Friedman plantea desde el título un interrogante tenebroso: ¿Se avecina una guerra entre China y Estados Unidos?Lo cierto es que parte de la hipótesis de conflicto del prestigioso autor norteamericano se basa en una novela llamada 2034 de los autores James Stavridis y Elliot Ackerman, quienes proyectan que en aquel año Beijing podría dar un golpe que desencadenaría en una guerra de magnitudes desconocidas: asediar e invadir Taiwán y bombardear la flota del Pacífico de los Estados Unidos.
Más allá del plano ficticio en que se desarrolla la novela, Friedman advierte sobre el culto que varios países están haciendo de su nacionalismo acompañado por una creciente industria tecnológica y militar. Sin embargo, la motivación última que obsesiona a Xi Jinping -el todopoderoso jefe del régimen que acosa a diario a la pequeña isla situada a 169 kilómetros de las costas de China– nada tendrían que ver con cuestiones ideológicas o nacionalistas, aunque las revista de ese maquillaje.
La obsesión de Xi está íntimamente relacionada con la posibilidad de lograr una hegemonía total en tecnología. Más específicamente: concentrar la mayor cantidad de datos por un lado y por otro conseguir máxima supremacía en Inteligencia Artificial (IA). En la primera de esas batallas invisibles estresa sus embajadas y lobistas con presiones en decenas de estados para poder extender su red de 5G de la mano de las empresas de ese sector que le responden marcialmente a sus requerimientos. Ellas son Huawei y ZTE y son parte de esa maratón.
Pero para ganar esa contienda contra los países democráticos -siempre una amenaza para Beijing– China requiere de algo que todavía no tiene. Pese a haber dedicado años a su infiltración en compañías norteamericanas, europeas, coreanas y japonesas de máximo nivel, el régimen aún no cuenta con una tecnología que le es esquiva y que resulta fundamental para el desarrollo de IA. Se trata de la industria del microchip que podría potenciar sus supercomputadoras y que pese a todos los esfuerzos sus ingenieros no logran colocar entre las más sofisticadas.
Esos procesadores son fundamentales para saltar a otro nivel ya que posibilitan la expansión de las supercomputadoras. En China, este sector sufrió un golpe letal el pasado 9 de abril cuando Washington sancionó a siete de sus empresas por considerarlas una amenaza capaces de desarrollar en el futuro próximo armas nucleares y supersónicas que pondrían en peligro a la región y el mundo. Tras esto, Beijing fue obligado a recalcular una vez más. Una supercomputadora no es más -ni menos- que una computadora que puede procesar muchísimos más cálculos por segundo que un dispositivo estándar, hogareño. Estos cálculos por segundo se miden en Operaciones de Coma Flotante por Segundo (FLOPS), lo que establece el rendimiento de un ordenador.
Los usos de estas máquinas de ciencia ficción son generalmente utilizadas para la mecánica cuántica, la meteorología, la exploración de gas y petróleo, el modelado molecular. Pero sobre todo en armamento militar y criptografía.
La más potente de la actualidad fue puesta en funcionamiento por IBM en 2018. Su nombre es Summit o OLCF-4y está localizada en un laboratorio del Departamento de Energía de los Estados Unidos en Oak Ridge, Tennessee. Su velocidad se sitúa en los 200 petaflops, con 1600 GB de memoria RAM, 2 IBM POWER9 9.216 CPUs y 6 NVIDIA Volta 27.648 GPUs. Su capacidad es difícil de dimensionar. Para hacer una comparación más llana: un ordenador hogareño tiene 32 GB de RAM, 8 núcleos y no 9.216, y los procesadores de una placa gráfica no superan los 12 GPU. Un idioma fascinante aunque desconocido para la mayoría.
Summit provee a los miembros de aquel polo científico una potencia increíble para resolver desafíos en energía, inteligencia artificial, salud humana y otras áreas de investigación. “Estos descubrimientos ayudarán a dar forma a nuestra comprensión del universo, reforzarán la competitividad económica de Estados Unidos y contribuirán a un futuro mejor”, de acuerdo al sitio oficial del Laboratorio Nacional de Oak Ridge. Esta tecnología permanece fuera del alcance de Xi Jinping. Al menos hasta ahora.
¿Y Taiwán? En el norte de la isla, en la ciudad de Hsinchu está la planta de Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC). TSMC no es una compañía más. Es la mayor fabricante de semiconductores del mundo, el eslabón último para poder desarrollar la tecnología necesaria de las supercomputadoras con la que Beijing no cuenta. Fue fundada en 1987 no por una celebridad de entre 30 y 40 años de Silicon Valley, sino por Morris Chang (89 años, graduado de Harvard, MIT y Stanford), un ingeniero mecánico con un empuje envidiable y quien aún mantiene absoluta influencia en la corporación pese a no ser su CEO ni su presidente. Además es un referente nacional: suele dar consejos al presidente de turno.
Las otras dos firmas que se dedican a esta manufactura tan específica están radicadas en Corea del Sur (Samsung) y en los Estados Unidos (Intel) y sus cinco proveedores radican en este último país, Holanda y Japón. Ninguna en China. Con las sanciones a aquellas empresas de supercomputadoras dependientes del régimen TSMC –y las demás- tiene prohibido venderle su invaluable tecnología. Morris hará cumplir internamente esa disposición. Y convocó a la presidenta Tsai Ing-wen a ayudarlo. “Es muy difícil crear una industria de chips tan emblemática (como TSMC) a lo largo de años, y también es un gran desafío mantener esa ventaja. Hago un llamado al gobierno, a la sociedad y a TSMC para que lo mantengan estrictamente controlado”, agregó.
Conociendo sus limitaciones intelectuales en esa disciplina Beijing lanzó una ofensiva en todos los frentes disfrazada de nacionalismo e ideología. Ejecuta maniobras en el estrecho de Taiwán y realiza amenazantes vuelos sobre su espacio aéreo, provocando las alarmas tanto de la democracia taiwanesa como de los Estados Unidos que moviliza destructores y naves anfibias para mostrar el alcance de su Marina en el estrecho que separa ambos estados. Esa agresiva política vecinal la lleva adelante desde hace más un año, tras el golpe en Hong Kong.
La tensión va en aumento, a cuentagotas. Pero no se detiene sólo en la arena militar. La autocracia del Partido Comunista Chino (PCC) también está en un constante proceso de cacería de talentos. Una (mala) costumbre que se repite. Infiltra las empresas y recluta a sus empleados. A eso se refería Morris cuando lanzaba su llamativa alerta. De acuerdo a una información publicada por el diario South China Morning Post-perteneciente al excomulgado Jack Ma, dueño de Alibaba– ya son dos los especialistas que nadaron hacia el continente, seducidos por Beijing: Liang Meng-song y Chiang Shangyi.
Sin embargo, este proceso -por más robo de talentos que puedan darse en el camino- tardaría larguísimos años en concretarse para permitirle a China contar con la misma tecnología que sus rivales, quienes llevan una gran ventaja en el área de semiconductores o microchips y supercomputadoras, es decir, Inteligencia Artificial. Quizás, para cuando crea haberlos alcanzado, estos estén tan lejos que volverá a sentirse rezagado. Quizás, la presión extrema de Beijing sobre Taipei tenga más que ver con esta urgente obsesión oculta que con una cuestión de banderas o soberanías.