lunes, 23 diciembre, 2024

Por qué América Latina necesita leer a Ayn Rand

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Misticismo, dogmatismo y altruismo. Tres componentes con los que convivimos a diario los latinoamericanos. Estas bases que han aniquilado el potencial de nuestra región fueron identificadas como peligrosas por la pensadora ruso-norteamericana Ayn Rand a lo largo del siglo pasado.

Ayn Rand, esta gran novelista del siglo XX que logró escapar de la Unión Soviética, hizo énfasis en que la creatividad, la innovación y el progreso necesitan siempre de la libertad para poder brotar. Rand, junto a Isabel Paterson y Rose Wilder Lane, fue una de las principales mujeres defensoras de la libertad y el individualismo. En Nueva York, donde se estrenó su primera obra, entabló una amistad con Isabel Paterson y conoció al economista austriaco Ludwig von Mises, quien, de hecho, escapó de la ocupación y la persecución nacionalsocialista de Adolf Hitler.

Por aquellos tiempos Rand comenzó a escribir la novela Los que vivimos (publicada en 1936), donde describía la supresión del individuo por el Estado en la Rusia soviética, y también Himno (1938) , ambientada en un sombrío futuro totalitario. Poco después, su obra El manantial (de 1943) se convirtió en un éxito y fue llevada al cine con Gary Cooper como protagonista, donde el arquitecto Howard Roark lucha contra los burócratas que quieren comprometer su visión.

Rand es recordada hoy día -en gran parte- gracias a estas influyentes novelas, aunque la más destacada, sin lugar a duda, es La rebelión de Atlas (1957) , donde los empresarios, ante los asfixiantes controles del gobierno, responden cerrando sus negocios y desapareciendo de la sociedad (si aún no lo has leído, quizás sea hora de que te hagas la famosa pregunta: “¿Quién es John Galt?”).

Las novelas de Rand, junto a sus obras de no ficción como El nuevo intelectual (1961) y La virtud del egoísmo (1964) , encapsulan su gran sistema filosófico: el objetivismo. Esta filosofía tiene un código ético construido sobre el interés propio racional. Rand afirmaba que la realidad era objetiva fuera de la mente humana: la conciencia era la forma en que percibimos las cosas que existen; y la razón era la forma en que las entendemos. La razón era, por tanto, esencial para la existencia humana, y era lo que nos definía como seres humanos: así, cuando descuidamos la razón, traicionamos a nuestra humanidad. 

Además, Rand condenó los códigos morales construidos sobre lo que consideraba “fundamentos irracionales” como la religión, el colectivismo y el altruismo. La paz y el progreso no provienen del autosacrificio, nos recordaba, sino de la búsqueda de nuestro propio interés racional, la afirmación de nuestros propios derechos y nuestro respeto por los mismos derechos de los demás.

Pero hagamos énfasis en el altruismo: este concepto afirma que cualquier acción realizada en beneficio de otros es buena y cualquier acción realizada en beneficio propio es mala.  Esto, junto al sentimiento de “culpa” y la demonización de la figura del “empresario” tan típica de nuestra región latinoamericana, es lo que nos ha vuelto una región estancada que, en vez de admirar el éxito, persigue el fracaso; que en vez de celebrar la creación de riqueza, la castiga, y alaba al gobierno pidiéndole mayor asistencialismo paternalista. Seguimos aferrados a ese modus operandi estatista: el populista te quiebra las piernas, te da un par de muletas, y te dice que si no fuera por él no podrías caminar. Nos hemos vuelto una sociedad que se refugia en seres místicos, ya sean religiosos o políticos, buscando constantemente una aprobación de parte de estas deidades para no hacernos cargo de los propios fracasos de no asumir la importancia de valernos por nosotros mismos. Los latinoamericanos estamos en una larga y tóxica relación con nuestros gobiernos.

Ahora, cuando hablamos de modelos económicos, Rand sostenía que el capitalismo laissez faire era el único sistema coherente con los derechos individuales a la vida, la libertad y la propiedad y, por tanto, el único sistema capaz de protegerlos y de generar progreso. Veamos la historia de América Latina y repasemos cuánto hemos protegido la vida, la libertad y la propiedad: ¡tan pocas veces! Allí está la respuesta, le hemos entregado demasiado poder al poder, y hoy pagamos las consecuencias de los gobiernos grandes y autoritarios que nos reprimen, nos limitan la libertad y nos expropian la propiedad (ya le sonará e famoso «exprópiese» de Hugo Chávez).

Durante mucho tiempo hemos rechazado, maltratado y menospreciado la figura de los que trabajan y no quieren depender de un gobierno (recordemos que el gobierno sólo reparte dinero ajeno que le roba siempre a alguien más). Así, nos hemos olvidado que la riqueza no es un juego de suma cero, nos hemos olvidado que en toda transacción dentro de un mercado libre ambas partes salen ganado y salen beneficiadas. Nos hemos olvidado de la importancia que tienen las empresas (de cualquier tamaño) a la hora de crear valor en una sociedad, y las hemos demonizado mientras elevamos a dictadores y populistas que nos maltratan y se vuelven adictos al poder.

El último punto a mencionar es, y no por eso menos importante, la abundancia de misticismo en esta región. Si hacemos un repaso por la historia de la humanidad e inclusive del pensamiento y el desarrollo de las ideas, la racionalidad marca un antes y un después en la manera de vivir de los seres humanos: la razón como base y no la fe o el misticismo.

Podríamos viajar mentalmente a la Edad Media que, como bien lo sintetizaba Ayn Rand, fue una era de misticismo, regida por una fe y una obediencia ciega al dogma, que supeditaba la razón a la fe. Lamentablemente nuestra humanidad ha vivido grandes matanzas por culpa de este misticismo. La Ilustración cambió esto para siempre. La razón, la liberación de la mente y el triunfo de la racionalidad sobre el misticismo le dieron a los seres humanos una nueva manera de relacionarse: comerciando, cooperando y debatiendo, en vez de verse aferrados a guerras religiosas, a dogmas, a nacionalismos o a gobernantes eternos. Este triunfo todavía es parcial, pero nos llevó al nacimiento de la ciencia, el individualismo y la libertad, aspectos muy bien valorados por la filosofía objetivista y por el pensamiento de Ayn Rand. Hoy más que nunca tenemos que enarbolar las ideas que apostaron por un mundo mas abierto, globalizado, pacífico y voluntario, y abandonar las anclas del atraso que nos tienen estancados en esta convulsionada región que llamamos América Latina.

Antonella Marty – Infobae

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