El 1 de octubre de 2019 se celebraron los 70 años de la República Popular China, fundada tras el triunfo de la revolución comunista liderada por Mao Zedong. La guerra civil había terminado con la República de China, fundada en 1912 tras la caída del Imperio Qing.
Los vencidos fueron los líderes del Kuomintang (Partido Nacionalista Chino), que habían sido la fuerza dominante del país durante 20 años, y que se refugiaron en la isla de Taiwán. Allí proclamaron la continuación de la República de China, sin renunciar a sus pretensiones de controlar también al inmenso territorio continental.
Con el tiempo, los gobernantes de la isla abandonaron esa ambición, imposible de materializar, y se conformaron con consolidar un país próspero, que en la práctica es totalmente autónomo de Beijing, a pesar de su escaso reconocimiento internacional formal. Los que nunca dejaron de lado la aspiración de una reunificación plena son los dirigentes del Partido Comunista de China (PCCh).
Mao Zedong en la tribuna de la Plaza Tienanmen viendo un desfile en honor del 14º aniversario de la fundación de la República Popular China el 1 de octubre de 1963 (Foto de Sovfoto/Universal Images Group/Shutterstock)
De eso habló Xi Jinping en la celebración de aquel 1 de octubre. “China impulsará el desarrollo pacífico de las relaciones a través del estrecho (de Taiwán) y seguirá luchando por la unificación completa de la ‘patria’ (…) bajo el modelo de ‘un país, dos sistemas’”.
La idea de “un país, dos sistemas” fue desarrollada originalmente para sentar las bases de la cesión de Hong Kong a China por parte del Reino Unido en 1997. Para que el traspaso fuera aceptado por los hongkoneses, Beijing se comprometió a respetar su autonomía, permitiéndole tener un modelo económico y político diferente al suyo.
En octubre de 2019 ese compromiso ya empezaba a resquebrajarse. Ahora ya se rompió por completo. A través de la represión de las sucesivas manifestaciones democráticas, del arresto de sus referentes y de reformas que modificaron sustancialmente su sistema político y judicial, el PCCh aplastó la autonomía de Hong Kong.
El portaaviones chino Liaoning parte de Hong Kong, China, el 11 de julio de 2017 (REUTERS/Bobby Yip/File Photo)
Un año y medio después, la propuesta de “un país, dos sistemas” —rechazada de plano por la presidenta taiwanesa Tsai Ing-wen— ya ni siquiera parece estar sobre la mesa. Decidido a consolidar el papel de China como potencia global, Xi Jinping está convencido de que necesita tener el control total sobre su Mar Oriental y sobre todos los territorios que reclama como propios. Taiwán es un obstáculo para ambos objetivos.
El gobierno de Tsai denunció en los últimos días “incursiones militares cada vez más frecuentes” cerca de la isla, tanto aéreas como marítimas, que incluyeron el paso del imponente portaaviones Liaoning 16. Beijing no sólo lo admitió. Dijo que piensa seguir realizando maniobras “de forma rutinaria”.
La presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, almuerza con un oficial de la Fuerza Aérea en Tainan, el 15 de enero de 2021 (REUTERS/Ann Wang)
La perspectiva de una anexión forzada, que parecía impensable años atrás, parece menos disparatada a la luz de la creciente osadía de la política exterior china. Joseph Wu, ministro de Relaciones Exteriores de la isla, dijo que están “siguiendo muy de cerca” las acciones de China y anticipó que lucharán “hasta el final” en caso de un eventual ataque.
“Al ser parte de la llamada primera cadena de islas, Taiwán no es sólo un territorio perdido que hay que recuperar, sino que tiene un valor geoestratégico crítico”, dijo a Infobae Suisheng Zhao, profesor y director ejecutivo del Centro de Cooperación China-Estados Unidos de la Escuela de Estudios Internacionales Josef Korbel de la Universidad de Denver.“Es una posición de defensa avanzada clave para que el Ejército Popular de Liberación (EPL) defienda los intereses marítimos de China y su costa oriental, altamente industrializada y urbanizada. Aunque Deng Xiaoping (líder chino entre 1978 y 1989) había dicho que podía esperar 100 años si era necesario, la dirigencia china se ha vuelto cada vez más impaciente con la perspectiva de una unificación pacífica. Xi confía en las capacidades de China para resolver la cuestión de Taiwán porque el equilibrio militar a través del estrecho se ha movido firmemente a su favor”.
El ministro de Exteriores taiwanés, Joseph Wu (EFE/EPA/RITCHIE B. TONGO)
Formosa
Taiwán pasó por muchas manos a lo largo de su historia. En el siglo XVI, marineros portugueses la bautizaron Ilha Formosa (“isla hermosa”) y durante muchos años ese fue el nombre con el que se la conoció en Europa. Un siglo más tarde, la ocupó la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Fueron los neerlandeses los que empezaron a llamarla Taiwán, voz utilizada por una de las comunidades que la habitaban.
La isla fue incorporada al resto de China en 1683, durante la expansión del Imperio Qing. En ese período, los han, grupo étnico dominante en el continente, empezaron a ser mayoritarios también en Taiwán. Pero en 1895 cayó bajo el influjo del Imperio de Japón tras la derrota china en la primera guerra sino-japonesa.
En total fue medio siglo de dominio japonés, que tuvo un alto impacto en la sociedad taiwanesa. Pero tras la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, la isla volvió a manos de lo que entonces era la República de China, controlada por el Kuomintang, que desde 1927 libraba una guerra civil con el PCCh. Fueron sólo cinco años de gobierno común en Beijing y en Taiwán, porque el triunfo comunista en 1949 provocó el repliegue nacionalista en la isla.
El Kuomintang estableció a Taipéi como capital provisoria de la disminuida República de China. Cerca de dos millones de personas entre dirigentes partidarios, empresarios, comerciantes y soldados se trasladaron a Taiwán, que ya tenía seis millones de habitantes. Llegaron con recursos económicos y militares, lo que les permitió consolidar rápidamente el orden político en la isla y defenderse de eventuales avanzadas chinas.
“Los nacionalistas se retiraron a Taiwán en 1949 porque estaban perdiendo la guerra. Los comunistas, victoriosos, establecieron su gobierno en Beijing. Así que después de 1949 quedó conformada la República Popular en la China continental y la República de China en Taiwán. Cada gobierno se consideraba a sí mismo como el gobierno legítimo de China, cada uno veía a Taiwán como una parte de China y cada uno consideraba la reunificación nacional como un objetivo importante”, explicó Scott Kastner, profesor de relaciones internacionales de la Universidad de Maryland, consultado por Infobae. “En la actualidad, aunque la República Popular sigue considerando que Taiwán es legítimamente parte de China, este punto de vista es discutido en Taiwán, que desde la década de 1980 ha evolucionado hacia una sociedad altamente democrática. El Partido Democrático Progresista no acepta la idea de que Taiwán forme parte de China”.
Chiang Kai-shek, jefe histórico del Kuomintang y presidente de Taiwán desde 1949 hasta su muerte en 1975
La ruptura entre Beijing y Taiwán marcó el comienzo de una disputa diplomática internacional, ya que tanto la República Popular como la República a secas se presentaban como los legítimos representantes de toda China. De hecho, hasta 1971, el asiento chino en la ONU lo ocupaban enviados de Taipéi. Pero una votación realizada ese año le dio la representación a Beijing. A esa altura, el mundo no tenía forma de negar que el PCCh tenía el dominio efectivo sobre el país.
Taiwán quedó aislado diplomáticamente. Como China no establece relaciones con ningún país que lo reconozca, apenas 14 naciones tienen vínculos formales con Taipéi: Paraguay, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Haití y algunas islas del Caribe y del Pacífico.
Por supuesto, muchos otros países tienen con Taiwán relaciones informales, pero estrechas. El mejor ejemplo es Estados Unidos, una de las razones por las que China no se atrevió nunca a invadirla. Tras el estallido de la Guerra de Corea en 1950 y ante la perspectiva de un efecto dominó comunista en toda Asia, Washington se convenció de que Taiwán podía ser un aliado importante en la naciente Guerra Fría.
Chen Shui-bian, presidente de Taiwán entre 2000 y 2008
En 1954 se firmó el Tratado de Defensa Mutua Sino-Estadounidense, que de alguna manera garantizó la seguridad taiwanesa de cualquier amenaza externa. Pero el acuerdo dejó de estar vigente en 1979, cuando Washington estableció vínculos diplomáticos e intercambió embajadores con Beijing. Desde entonces, lo que rige la relación con Taiwán es una ley en la que sobreviven algunas cláusulas de cooperación, pero no hay un compromiso explícito de defensa como había en el tratado anterior.
“Taiwán ha sido capaz de mantener su autonomía en parte porque intentar conquistarla o coaccionarla de otro modo para forzarla a la reunificación sería una empresa extremadamente difícil para la República Popular —dijo Kastner—. Taiwán ha mantenido un ejército formidable, y de 1955 a 1979 también fue formalmente aliado de Estados Unidos. Desde 1979, aunque Washington ya no tiene vínculos oficiales con Taiwán, mantiene amplios lazos y sigue indicando cierto interés en su seguridad”.
A nivel interno, el Kuomintang, liderado por Chiang Kai-shek, estableció en la isla un régimen autoritario de partido único, que durante 38 años ininterrumpidos gobernó bajo ley marcial. La persecución de cualquier forma de disidencia era brutal, sin demasiadas distinciones a la que realizaron Mao y sus sucesores en China.
La histórica cumbre de 2015 entre Xi Jinping y Ma Ying-jeou (Reuters)
Pero desde la década de 1960 Taiwán ingresó en una fase de rápida industrialización y crecimiento económico, que empezaría a ser conocido como “el milagro taiwanés”. El país pasó a ser considerado uno de los cuatro “tigres asiáticos” junto a Corea del Sur, Hong Kong y Singapur, por su notable modernización productiva.
Desde finales de los años 80 comenzó un período de apertura política y democratización en la isla. Se habilitó la competencia partidaria y las elecciones se fueron haciendo cada vez más más transparentes. La transición democrática se consumó el 20 de mayo del 2000, cuando asumió la presidencia Chen Shui-bian, primer mandatario del Partido Democrático Progresista, que terminó con la hegemonía del Kuomintang. Los nacionalistas volvieron al poder en 2008, con Ma Ying-jeou, pero desde 2016 gobierna Tsai Ing-wen, del Partido Democrático.
Taiwán tiene hoy 23,5 millones de habitantes. Es considerado un país de ingresos altos, con un PIB per cápita de USD 26.900 y un Índice de Desarrollo Humano de 0,91, y plenamente democrático, según las principales mediciones internacionales.
Vista general de la ciudad de Taipéi desde Xianshan (Fotógrafo: I-Hwa / Cheng/Bloomberg)
Bajo amenaza
El 7 de noviembre de 2015 se produjo un hito en la historia de las relaciones entre China y Taiwán: por primera y única vez se reunieron los líderes de ambos países. El encuentro entre Xi Jinping y Ma Ying-jeou en Singapur fue el pináculo de una etapa de acercamiento que había comenzado en 2008. Pero marcó también el comienzo de una era de tensión creciente.
Ma fue muy criticado al interior de Taiwán. Quienes creen que la isla debe convertirse en un país plenamente independiente, desprendiéndose de cualquier asociación con China, consideraron que el movimiento de Ma la habría la puerta a la posibilidad de aceptar en el futuro una reunificación bajo el esquema de “un país, dos sistemas”.
Ese fue el principal cuestionamiento de Tsai, que arrasó en las elecciones del año siguiente y se convirtió en la primera presidenta mujer de Taiwán. La posición histórica de los democráticos es que la isla ya es independiente de hecho. Pero otros van más allá y consideran necesario convocar un referéndum para cambiarle el nombre al país de República de China a Taiwán y declarar oficialmente la independencia.
La presidenta Tsai Ing-wen supervisa un simulacro militar de emergencia en Tainan, Taiwán, el 15 de enero de 2021 (REUTERS/Ann Wang)
La mayor intransigencia al interior de la isla coincidió con la consolidación del dominio de Xi en China, que vino de la mano de un mayor autoritarismo, de una vocación mucho más centralista y de una política exterior más ambiciosa. Ese es el trasfondo del avance sobre Hong Kong, sobre Taiwán e incluso sobre Japón, como se vio esta semana con el paso del Liaoning 16 entre las islas de Okinawa y Miyako.
“Xi está por entrar en su tercer mandato y considera que los avances en Taiwán son importantes para su legitimidad y su legado —dijo Zhao—. Preocupado por el alejamiento de la isla respecto de China debido a que un mayor número de sus ciudadanos apoya la independencia y se identifica como taiwaneses en lugar de chinos, y por el creciente apoyo de Estados Unidos, el Presidente ha decidido recuperar Taiwán y asegurar la primera cadena de islas por la fuerza si es necesario. Beijing no ha ocultado que está incrementando sus capacidades militares para subyugar a Taiwán. Pero es difícil saber si podría tomar fácilmente a la isla. La intensificación de la presión puede seguir siendo parte de la estrategia para socavar la confianza en la capacidad de Taiwán para resistir. Xi quiere que se refuerce el miedo y la amenaza de invasión para detener o al menos frenar el recorrido de Taiwán hacia la independencia. Pero el riesgo de guerra ha aumentado en el contexto del ascenso de China a potencia mundial”.
Soldados de la Marina Taiwanesa en la fragata Lan Yang (FFG-935) en Keelung, Taiwán, el 8 de marzo de 2021 (REUTERS/Ann Wang)
En el fondo, el gran interrogante es hasta dónde está dispuesto a llegar Xi. El Diario del Pueblo, órgano de prensa del PCCh, transcribió el 10 de marzo pasado un mensaje del presidente a las tropas del Ejército Popular de Liberación, en el que les decía que estuvieran “listas para el combate”.
Días más tarde, el profesor de política chino Wu Qiang, recientemente despedido de la Universidad de Tsinghua por su exceso de independencia, dijo que considerable probable que Beijing estuviera preparando un plan para anexar a la fuerza a Taiwán en los próximos cinco años.
June Teufel Dreyer, profesora de relaciones internacionales especializada en China del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Miami, contó a Infobae que la mayoría de los habitantes de Taiwán “no se consideran chinos, ni siquiera étnicamente”. “Desde luego, no quieren ser gobernados por un sistema autocrático que respeta poco la ley. Algunos piensan que Xi quiere la anexión para 2049, el centenario de la fundación de la República Popular. Otros, que la quiere antes, para poder atribuirse el mérito. Taiwán no ha sido provocativa, sólo dice que no está interesada en ser apropiada”.
Tsai Ing-wen saluda durante su visita a la fragata Lan Yang (FFG-935) en Keelung (REUTERS/Ann Wang)
La respuesta de Taipéi ante estas amenazas fue categórica. “Estamos dispuestos a elevar nuestro presupuesto de defensa, a reorganizar nuestro Ejército o a tratar de reforzar nuestras fuerzas de reserva”, dijo el canciller Joseph Wu. Para ser una isla tan chica, Taiwán tiene enormes capacidades militares, así que cualquier aventura tendría un altísimo costo para Beijing, y el resultado sería incierto.
Ese no es el único factor a considerar por Xi. El otro, quizás más importante, es la posible reacción de Estados Unidos, que difícilmente podría quedarse como mero espectador de una incursión china.
“Como la anexión no va a ser aceptada voluntariamente, China tendrá que intentarla por la fuerza —continuó Teufel Dreyer—. Estados Unidos no puede dejar que esto ocurra. Taiwán es una democracia y ha sido un aliado leal, aunque informal. Japón también estaría muy molesto, ya que la anexión pondría las aguas territoriales de China muy cerca suyo. El primer ministro Yoshihide Suga y el presidente Joe Biden hablarán de ello la próxima semana, y el tema surgirá también al margen del G-7, ya que Australia e India, aunque no son miembros, fueron invitados por el Reino Unido. Japón ha pedido una reunión especial al margen con ellos para discutir la agresión china”.
El almirante estadounidense John C. Aquilino, jefe de la Flota del Pacífico (REUTERS/Panu Wongcha-um)
El almirante John Aquilino, comandante de la Flota del Pacífico y elegido como próximo jefe del Comando Indo-Pacífico de Estados Unidos, sostuvo en una deposición ante el Senado a fines de marzo que “China considera el control de Taiwán como su primera prioridad”. Una eventual invasión está “mucho más cerca de lo que muchos piensan”, aseguró. Aquilino dijo que la amenaza era tal que Estados Unidos necesitaba poner en marcha “a corto plazo y con urgencia” un plan de USD 27.000 millones para reforzar las defensas estadounidenses en la región.
Jen Psaki, secretaria de Prensa de la Casa Blanca, dijo esta semana que Joe Biden estaba vigilando de cerca el aumento de las actividades militares chinas en el Estrecho de Taiwán, y calificó las acciones de Beijing como desestabilizadoras. Por otro lado, Washington envió este viernes una señal muy clara a Beijing de su apoyo a Taiwán. Anunció que flexibilizará los intrincados requisitos que tienen que cumplir sus funcionarios para contactarse con sus homólogos de Taiwán. No es un reconocimiento diplomático, pero se acerca bastante.
“La independencia de facto de Taiwán persiste porque no hay una solución militar para Beijing”, sostuvo James Nolt, profesor de política global de la Universidad de Nueva York, en diálogo con Infobae. “Como Taiwán es una isla, las operaciones militares contra ella requerirían una superioridad aérea y naval que Taiwán está en condiciones de disputar. Las operaciones militares decisivas requerirían una invasión anfibia masiva a la escala del Día D de junio de 1944. China no tiene ni de lejos la capacidad de transporte anfibio suficiente. Además, la invención de misiles antibuque fáciles de ocultar y muy precisos ha hecho que las invasiones anfibias sean mucho más peligrosas. China también arruinaría sus provechosas relaciones comerciales con Estados Unidos, el mayor vínculo comercial bilateral del mundo, y se arriesgaría a una intervención militar estadounidense en defensa de Taiwán, o al menos al reabastecimiento de sus fuerzas, en caso de cualquier ataque de este tipo”.