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La libertad de expresión ha muerto

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La libertad de expresión es (o era), por definición, el derecho de toda persona, grupos y organizaciones a no ser molestadas por causa de sus opiniones y a expresarse en todas sus formas y medios de difusión, así como a la más amplia y plural existencia de medios de comunicación, independientes, libres y exentos de censura, limitaciones o trabas, incluyendo los electrónicos, y a comunicar información e ideas libremente, sin limitación de fronteras, con acceso a todos los medios y la posibilidad de solicitar o recibir de ellos los resultados de su actividad. Y está reconocida por diferentes leyes y tratados internacionales: el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, igualmente en el artículo 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y detallada en la Observación General N° 34 del Comité de Derechos Humanos.

Pero, de todo lo antedicho, lo más importante a destacar es que el derecho a la libertad de expresión se considera un requisito indispensable para la existencia de sociedades democráticas.

Ayer, en un día aciago para quienes buscamos defender la libertad de expresión a toda costa, nos hemos visto sorprendidos por una serie de medidas tomadas por los medios de comunicación y las redes sociales que, a pesar de lo que todos piensen, son medios de comunicación y no ya redes sociales. Las redes sociales no editan las opiniones, cada usuario es “propietario” de su opinión, mientras que en los medios de comunicación existe un editor que decide que se dice y que se deja de decir, como en estos casos.

En este caso, los “editores” y propietarios de las redes sociales decidieron que el presidente Donald Trump debía ser silenciado y, aquí viene lo peligroso, es que fue silenciado por que “tal vez”, “probablemente”, “en una de esas”, “posiblemente” o “eventualmente”, PODRÍA verter opiniones que generen violencia. Es decir, por las dudas que llegue e decir algo inconveniente mejor censurarlo antes; es algo así como una de las guerras preventivas lanzadas por George Bush (h).

La libertad de expresión ha muerto, y es una triste realidad que se nos presenta como botón de muestra de los tiempos que vienen. Tal vez sea tiempo de releer a Voltaire y hacernos eco de aquella famosa frase que se le atribuye: «No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo».

ND

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