Me defino políticamente como liberal clásico, tradición filosófica y política elaborada en el apogeo de la modernidad. El liberalismo clásico nace como reacción ante los absolutismos políticos e ideológicos de su época. Hoy quiero compartir con ustedes que esta corriente de pensamiento tiene mucho que decir al respecto de los problemas políticos actuales, fundamentalmente porque el foco de su inquietud política son los límites al poder.[1] Permítanme explicar dos conceptos que atacan eficazmente a la abominable “Transformación Educativa” desde este paradigma político, pero antes…
…pero antes de explicarles, hagamos juntos una precisión conceptual fundamental entre instrucción estatal y educación. La instrucción estatal no es igual a la educación. La idea de educación está relacionada a la transmisión de los principios y valores morales, prerrogativa exclusiva de los padres. En mi parecer, es fundamental, en esta discusión, que abandonemos el uso de la palabra “educación” cuando referimos las funciones del Ministerio de “Educación” y Ciencias (MEC). En su lugar sugiero que comencemos a usar sistemáticamente el concepto de “instrucción estatal”. ¿Recuerdan que esta es una Batalla Cultural? Entonces dejemos de usar “las armas del enemigo” para debatir, porque como decía Maquiavelo: “Nadie gana guerras con armas ajenas”[2]. La instrucción estatal debe estar orientada principalmente a las matemáticas, la lengua española, las ciencias naturales, la ley y la historia, pero no más que eso. Cuando un Estado abandona el ámbito de la instrucción pública y se introduce en el ámbito de la educación de valores sienta las bases de un proyecto totalitario.
TIRANÍA
El axioma fundamental del liberalismo clásico es: “hállase todo poder, confiado en vista de un fin, y por [este fin] limitado”[3]. Esto quiere decir que, si los individuos hemos cedido un poder al Estado, es exclusivamente para cuidar la propiedad privada, para elegir magistrados que juzguen delitos o crímenes conforme a la ley, para restablecer el orden o cuidar las fronteras. Pero nadie jamás ha dado ni daría poder al Estado para que inocule valores en las cabezas de sus hijos, sencillamente porque, generalmente, nadie es tan estúpido como para tener y mantener hijos y dejar su educación en las sucias manos del político de turno. Sin embargo, la historia me desmiente y nos enseña, trágicamente, que las ocasiones en que padres han claudicado frente a los políticos su derecho natural a enseñar valores a sus hijos, han devenido los peores regímenes totalitarios: el comunismo, el nacionalsocialismo y el fascismo.
John Locke sentenciaba una conclusión lógica respecto al axioma fundamental propuesto: “la tiranía es el ejercicio del poder allende el derecho, a lo que no tiene derecho nadie”[4]. En ese sentido, debido a que nadie ha otorgado al Estado semejante poder, el de inyectar valores en las tiernas cabecitas de nuestros pequeños, la autodenominada “Transformación Educativa” es sencillamente la expresión paladina de una abyecta y vergonzosa tiranía, porque el Estado ejerce su poder más allá de los limites encomendados.
USURPACIÓN
En el segundo axioma, John Locke delineó claramente el concepto de la patria potestad: “El mantenimiento y la educación de los hijos es, para el bien de estos, carga de tal suerte que compete a los padres, que nada puede absolverlos de tal cuidado”[5]. Un Estado que se arrogue, prepotentemente, el poder de educar en valores a los niños, hijos de personas que nunca le dieron ese poder, comete usurpación, definida políticamente como “el ejercicio del poder a que otro tuviere derecho”[6]. A cada padre y madre, “guardianes de sus hijos”[7] frente a un Estado omnipotente que pretende usurparles el deber de educar a sus hijos, les asiste el sagrado deber de resistir al usurpador y al tirano, con absoluta legitimidad, debido a que el Estado “usa la fuerza sin derecho”[8].
Nos encontramos así frente a dos fenómenos políticos bien descriptos por el liberalismo clásico: usurpación y tiranía. Los excesos de un Estado interventor, que avanza más allá de los límites que le corresponden, manejado, cual títere, por dinero de otro grupo de Estados (la Unión Europea), es una cuestión política fundamental frente a la que todo individuo, padre y madre, debe enfrentar, diciendo con firmeza lo que la “Transformación educativa” es: un proyecto autoritario y totalitario. Adam Smith, otro liberal clásico y filósofo moral nos ayuda a entender la actitud desconfiada que debemos tener en estos casos:
«Está claro que ningún conocimiento que se pueda obtener de la llamada educación pública es capaz de compensar en ningún sentido lo que casi con certeza y necesidad se pierde con ella. La educación familiar es la institución de la naturaleza; la educación pública, un artificio humano. Es innecesario aclarar cuál tiene más probabilidades de ser la más sabia».[9]
[1] “Límites al poder”, es el nombre de un libro del pensador liberal Alberto Benegas Lynch.
[2] El príncipe, p. 64, Nicolás Maquiavelo, 1532.
[3] Segundo ensayo sobre el gobierno civil, p. 125, J. Locke, 1688.
[4] Segundo ensayo sobre el gobierno civil, p.158, J. Locke, 1688.
[5] Segundo ensayo sobre el gobierno civil, p.71, J. Locke, 1688.
[6] Segundo ensayo sobre el gobierno civil, p.158, J. Locke, 1688.
[7] Segundo ensayo sobre el gobierno civil, p.69, J. Locke, 1688.
[8] Segundo ensayo sobre el gobierno civil, p.179, J. Locke, 1688.
[9] La teoría de los sentimientos morales, p. 390, A. Smith, 1759.