David Hume, el filósofo escocés, escribió en su Investigación sobre la moral: “¿Quién no ve, por ejemplo, que cualquier cosa que es producida o es perfeccionada por el arte o el trabajo del hombre debe ser asegurada eternamente para él a fin de estimular tales útiles hábitos y ejecuciones? ¿Quién no ve, así mismo, que la propiedad debe ser enajenada por consentimiento, para promover el comercio y el intercambio que son tan benéficos a la sociedad humana, y que todos los contratos y promesas deberían ser cuidadosamente cumplidos a fin de asegurar la confianza y el crédito mutuos, que tanto favorecen al interés general de la humanidad?«
Si las personas desean progresar, necesariamente, deben cumplir tres condiciones: respetar la estabilidad de la posesión o derecho de propiedad; respetar su transferencia por consentimiento, es decir, libre comercio; y, por último, honrar sus promesas: respetar los contratos. Hume explicaba que, cualquier sociedad que cumpla esto generará prosperidad material. Como se dará cuenta amable lector, la riqueza material y la prosperidad son consecuencia natural de un principio básico para la vida social: el respeto. Respeto a la propiedad de los otros, respeto a las decisiones que otros toman con lo propio y respeto a la palabra empeñada. Respeto.
En tiempos de relativismo sería bueno recordar que la prosperidad comienza por el respeto a la propiedad, fundamento de la civilización, más aún considerando que en la última edición del Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation 2022, Paraguay muestra una enorme fragilidad institucional en el respeto a la propiedad privada.