El 8 de septiembre de 2022 Elisabeth II de Inglaterra falleció en una de sus propiedades, el Castillo Balmoral, con 96 años de edad. Fue Reina de Britania durante siete décadas exactas y precisamente este año se estaba celebrando el supuesto “jubileo” (que de verdadero “jubileo” nada tiene) de sus 70 años de reinado.
Por supuesto, el mundo anglosajón está de luto. Se murió la representante de varios países que hoy siguen formando parte de la “Comunidad Británica de Naciones” y además, nunca olvidemos, el Monarca de Inglaterra es también un teócrata en el sentido más estricto de esa palabra: es el Jefe Supremo de la Secta Anglicana al mismo tiempo que Rey de sus Dominios, situación que solo se puede equiparar en la actualidad a un par de coronas de países protestantes así como a algunas naciones del mundo islámico.
¿Duda Ud. que Inglaterra es una teocracia? Simplemente vea cómo el pueblo británico salió a llorar en masa por la muerte de una monarca que ha sido perfectamente buena para nada en sus 70 años de reinado y ya explicaré por qué. No obstante, ellos afirman que dicha institución es en realidad la “encarnación de la soberanía y del sentido del deber para con la Patria”, y no te desternilles de risa al leerlo, porque esa es la principal justificación que dan a la monarquía británica. Por supuesto, el asunto puede discutirse filosóficamente desde varios ángulos, es más, yo tiendo a favorecer en líneas generales a los sistemas monárquicos, pero por motivos que son opuestos en lo más absoluto a aquello que los ingleses dicen que su Corona de Usurpadores y Expropiadores representa.
Pero sí, el Reino de Inglaterra es una teocracia de genocidas y piratas. No es secreto para nadie. Sigue con el robo, desde tiempos de Enrique VIII, de bienes y propiedades que pertenecen a la Iglesia Católica; con sus infectas garras continúa controlando territorios que nunca les pertenecieron, como Irlanda del Norte, Gibraltar o las Islas Malvinas, por citar algunos. Y todavía tienen el tupé, el descaro de acusar a los gobernantes de otras naciones que son sus adversarias como “tiránicos” o “despóticos” gracias al poder de la propaganda y de los abyectos serviles con que cuentan en varias partes del mundo gracias a sus capillas herméticas especulativas. De cualquier manera, es digno de loar en los ingleses ese respeto profundo que tienen por sus falsas tradiciones.
Para ellos, el Rey (o en este caso la Reina) son lo que son como un todo, como un símbolo y todavía más que ello, una realidad como la Encarnación del Divino Verbo. Hasta ese nivel llega el delirio colectivo, digámoslo de alguna forma. Es que para ningún hispano, ninguno solo en toda su historia, el Rey de las Españas era una “encarnación de la soberanía”. Porque la soberanía, ciertamente, residía en el monarca pero con el consentimiento del pueblo que se la entrega y sobretodo, con la autoridad proveniente de la Iglesia Católica en la persona del Sumo Pontífice, quien es el que corona y otorga potestad a Sus Majestades. Cuando un Rey de las Españas perdía el favor de las cortes o del mismo pueblo, al mismo tiempo perdía sus potestades, era legítimo cuestionar su poder e incluso algunos teóricos, muchísimo antes de que hayan imaginado siquiera esto los del mundo anglosajón, planteaban claramente la idea del “tiranicidio”. ¡Y todavía peor era la cosa sí el Rey de las Españas perdía el favor del Sumo Pontífice! ¡Eso equivalía a ser reducido a poco menos que un paria!
Solamente en la delirante y herética cabeza de los ingleses el monarca “encarna” a la soberanía. Pero bueno, no entremos en honduras ahora… La cosa es que el pueblo británico salió a rendir tributo a sus teócratas y detrás de ellos la cábala de turíferos tarifados. ¡Para ellos, “the embodiment of duty and sovereignty” merece semejantes capillas ardientes!
De igual manera, reitero, ese fervor patriótico representado por el pseudo-tradicionalismo británico es digno de ser reconocido de manera favorable. Para los ingleses, la “soberanía nacional” no es un chiste ni una frasecita de poca monta. Aunque Elisabeth II haya sido la peor monarca de todos los que tuvo Inglaterra, la que vio el gradual desmantelamiento del Imperio Británico, la que intentó de manera infructuosa preservar algunas colonias que luego fueron independizándose, no sin antes caerse en conflictos bélicos con los habituales crímenes de lesa humanidad con que los ingleses tienen al mundo acostumbrado. La humillante cesión de Hong Kong a la República Popular de China en 1997 fue quizás el golpe final a una larga decadencia. Sí yo fuera inglés (¡Gracias, Dios mío, porque no lo soy!) sería uno de los más fervientes críticos al reinado de esta perfecta buena para nada de Elisabeth II, a la que se llevó el diablo en el día de la Natividad de la Virgen María, para más inri. Sus 70 años de reinado son la representación del declive más total de la otrora Primera Potencia Mundial en el siglo XIX e incluso la Secta Anglicana, que ya era un desastre desde 1534 más o menos, alcanzó ribetes de putrefacción interna que no se habían visto ni en sus peores momentos, con sacerdotisas y Obispos mujeres (en la insuperable lengua española, no existe el femenino de “Obispo” y por algo será), con congregaciones abiertamente promotoras del aborto y de todo lo relacionado al mundo de los 108 géneros LGBT, etcétera. ¡Qué buena cristiana resultó ser la Jefa de la Secta Anglicana, che! ¡Haciendo y continuando la obra de Satanás en esa Pérfida Albión en la que la fe verdadera del Divino Salvador ha sido tan perseguida! ¡Y ni empecemos a hablar de las “perlitas” de su Familia Real, que el artículo se haría eterno!
A pesar de todo esto, los ingleses (y entre ellos algunos que se dicen “católicos tradicionales”) estaban dispuestos a morir “For Queen and the Country”. ¡Realmente conmovedor ese nacionalismo que bordea a la ceguera entre tanta roña y carroña, entre tan espeluznante y pertinaz estulticia! Sí de “quedarse con lo bueno y descartar a lo malo” se trata la cosa, pues entonces rescatemos ese patriotismo pseudo-tradicional de los ingleses, que lloran por su Reina y que a través de ella, aman a su país, lo que es un clarísimo gesto de enorme dignidad. ¡Es la exaltación de la soberanía!
¿Existe contrapunto? ¡Claro que sí! ¿Dónde más sino en la República del Paraguay, ese país que alguna vez tenía sangre en las venas y corazones inquietos listos para defender a regañadientes la soberanía y la independencia de nuestra Patria?
Acá no tenemos sistemas cuasi-monárquicos desde 1870. Se instauró una republiqueta a la manera de las democracias liberales modernas en contra del buen y sano espíritu de este pueblo, el que detrás de la “utopía revolucionaria” del liberalismo y sus dogmas falsos y falsarios, vive en la vergüenza desde hace 152 años (con la notable excepción de la Guerra del Chaco).
Este año 2022 será inolvidable para la historia de nuestra republiqueta liberal-democrática. Nunca se ha visto tanto manoseo alevoso a la soberanía nacional del Paraguay y esto proveniente, prácticamente, de todos los signos y grupúsculos con representación parlamentaria. Desde el “entreguismo” en el tema de Itaipú Binacional, pasándose por las extemporáneas, anti-diplomáticas y escandalosas intervenciones del Gobierno de los EEUU a través de su Embajador N° 108 Marc Ostfield, todo esto ha sido un sopapo constante y continuo a cualquier concepto o idea de dignidad nacional, de soberanía e independencia. Al punto tal que el Senador Juan Carlos Galaverna (ANR) presenta uno de los pocos proyectos de ley de su carrera legislativa (lo que lo convierte en uno de los mejores parlamentarios de nuestra historia, sí seguimos el axioma de romano Tácito de que “el país más corrupto es el que más leyes tiene”, y esto es independientemente de lo que se diga o no de “Kalé”, sea verdad o mentira) y dicho proyecto trata sobre “Exaltar la Soberanía de la República del Paraguay ante el Gobierno de los EEUU”, por los episodios de público conocimiento que involucraron al infausto personaje de la Embajada 108.
¿Y en qué quedaron tan nobles y dignas intenciones?
Ya se imaginarán. Fue rechazado el proyecto, damas y caballeros, porque Paraguay hace mucho tiempo que ha dejado de ser un “país soberano”, al contrario, necesita y depende absolutamente de su vasallaje a potencias y naciones extranjeras. Los representantes de este pueblo tan sufrido, quienes debieran ser los primeros en proclamar aquello por lo cual nuestros grandes héroes han decidido dar la vida a lo largo de la historia nacional, han sido una vez más los primeros en capitular, en mostrar su servilismo, su rotunda abyección supina. “¿Cómo vamos a interponernos ante las pretensiones de dominación del Gobierno Yanqui que nos quiere sumisos y arrodillados ante ellos, eso es demasiado, nos van a quitar la visa y van a dejar de darnos limosna a través de USAID?”, más o menos por allí va la cosa. Ninguna sola gota de sangre en las venas, ninguna pizca de sano nacionalismo, de amor a la Patria. Nada, absolutamente nada. ¡Ni siquiera Kalé pudo convencerles!
Puro papel mojado el cuento de la Constitución Nacional, de la “soberanía que reside en el pueblo a través de sus representantes electos democráticamente”, de la independencia y respeto a la auto-determinación de los países. Esto es la democracia liberal en su máxima expresión: el sometimiento a los poderes foráneos, sean estos monetarios o políticos.
Al fin y al cabo los ingleses, con su Reina bien muerta, pronta a ser enterrada para convertirse en comida de sabandijas y que Dios se apiade de su alma, tienen un patriotismo que al menos en estos momentos sale a relucir, sigue allí, latente y presente. Elisabeth II habrá sido la peor monarca de su historia en sus interminables 70 años de reinado, pero fue para ellos el símbolo y la exaltación de todo lo que significa la “soberanía nacional”. Sí yo fuera inglés, cosa que gracias a Dios no soy, estaría exclamando en este momento: “Fue una soberana hija de puta, pero nuestra soberana hija de puta y al que no le gusta, que se joda”.
Pero lastimosamente, en el Paraguay los roles están absolutamente invertidos en el Congreso Nacional, lugar donde la mayoría de nuestros parlamentarios nos dicen diariamente que “la soberanía es un mito, una construcción social; en realidad el único representante del soberano que tenemos vive en la Avenida Mariscal López esquina Kubitschek y no está precisamente en Mburuvicha Roga, sino cruzando la calle… Y en esa Embajada 108, nosotros todos, el rollete, nos convertimos en putas sin soberanía”.
¡Qué Dios nos pille confesados y que no salve a la condenada Reina!