Si no fuera el conocido susodicho, a lo mejor hasta era una noticia celebrada por la gente en general. Pero es él, no es Marta o Juana la que agoniza hace meses rogando ser atendida o suplicando una medicina para vivir un día más. Ni siquiera tratada: ¡atendida! Y no estamos discutiendo si alguien tiene más derechos en la letra muerta sino en la práctica. Y al final, si en la práctica no los tenemos, nos los están privando.
Es una buena oportunidad para no perder el foco y darnos cuenta que hay que resolver los problemas de fondo, sea Abreu o Marta! Y quiero insistir en lo mismo que insisto siempre: lo único que iguala a todos, al rico, al pobre, al negro, al blanco, alto, petizo, honesto o estafador, es la ley. Siempre y cuando haya un estado de derecho.
¿Lo hay?
Y no confundamos: las leyes son importantes sí y sólo sí, somos TODOS iguales ante ellas.
Así, un derecho consagrado lleva implícito otro derecho para su aplicación: la igualdad. Por lo que un derecho como la salud o cualquier otro, por más universal que sea puede devenir en discriminación en la práctica.
El derecho universal a la salud necesita un sistema universal de salud para ser gozado y ejercido. En salud, la falta de políticas públicas proactivas, criteriosas y con deferencia ante la urgencia apremiante, determina que vivan unos y mueran otros. Y cuando el padecimiento o la causa de muerte no es la enfermedad sino la falta de acceso oportuno a la atención médica, el sistema está enfermando o matando.
¿Y vos qué pensás?: ¿están garantizados nuestros derechos fundamentales? “¡Ni los servicios básicos tenemos garantizados!” dijo uno. ¿Hasta cuándo? Hasta que lo permitamos.