Por Gerardo Blanco
La victoria electoral del líder conservador José Antonio Kast en Chile, tras los comicios desarrollados ayer en el país trasandino, significo un golpe de timón y al mismo tiempo reordeno el tablero político-ideológico de la región.
América Latina vive un reacomodamiento histórico. Después de dos décadas dominadas por el relato progresista, una nueva ola, libertaria/conservadora y anti estatista, está empezando a redibujar el mapa político del continente. Y, por primera vez en mucho tiempo, la disputa no es solo electoral: es cultural.
El triunfo de Javier Milei en Argentina fue más que un cambio de gobierno. Fue un cambio de paradigma. Su irrupción quebró el consenso populista que había marcado la política regional desde los tiempos de Chávez, Lula y Kirchner. En una región acostumbrada a gobiernos que prometían “Estado presente” y subsidios eternos, Milei puso sobre la mesa palabras prohibidas: libertad, mérito, esfuerzo y propiedad privada.
No se trata solo de gobiernos. Se trata de una batalla entre dos visiones de mundo:
- Una, que cree que el Estado debe moldear la vida de las personas.
- Otra, que sostiene que las personas deben emanciparse del estado.
La región se ha convertido en un laboratorio ideológico. Lo que antes se exportaba desde Caracas o La Habana, hoy se mira desde Buenos Aires o San Salvador. Y aunque la vieja izquierda aún conserva poder en organismos internacionales y medios aliados, ya no tiene el monopolio del relato.
El péndulo latinoamericano está girando. No hacia la derecha clásica, sino hacia algo nuevo: una generación que desconfía del Estado, de los políticos y de los medios; que quiere menos discurso y más resultados; que ya no teme decir que el progresismo fracasó.
El nuevo mapa del poder no se mide solo en presidentes, sino en ideas.
Y esas ideas, libertad, orden, responsabilidad, están empezando a reconquistar un continente que parecía condenado al populismo eterno.
Durante casi dos décadas, América latina enarbolo las banderas de la “justicia social”, la redistribución de la riqueza, un estado elefantiásico que reducía cada vez más los márgenes de libertad de sus ciudadanos. Todo ello bajo el mayor experimento populista de la región: El “socialismo del siglo XXI”.
Chile no ha sido la excepción, el país inicio un proceso de transformación económica durante el gobierno de Augusto Pinochet (1974-1990) signado por una política de liberalización de los mercados, privatizaciones de empresas públicas y la Apertura a inversiones extranjeras. Estas medidas fueron el cimiento de una estabilidad macroeconómica sin precedentes y un puente hacia un desarrollo notable que coloco a chile entre las naciones de mayor proyección a nivel mundial.
No se tratade un juicio de valor ni de una defensa de regímenes militares, sino de una reseña descriptiva del modelo económico que impulso el bienestar chileno y sentó las bases para su futuro desarrollo como nación prospera.
Sin embargo, como se mencionó antes, la calidad de vida y el desarrollo económico. No bastan si se deja de lado la ¨batalla cultural¨ que necesariamente debe acompañar los resultados de una gran gestión económica exitosa. Ese fue el mayor error de los gobiernos liberal-conservadores: ceder el terreno cultural al wokismo. Los resultados hablan por sí solo.
De la mano de liderazgos disruptivos como el de Javier milei, se ha logrado quebrar el paradigma estatista-populista en la región. Como un efecto domino, el continente se tiñe de azul gracias a que la derecha liberal ha comprendido que debe dar batalla en el campo filosófico e ideológico a un adversario que, aunque se repliega de sus derrotas electorales, nunca descansa en su intento de volver a recuperar la hegemonía del relato oficial, enquistarse en la estructura gubernamental y reconquistar el poder.



