Por MLDATA
El Gobierno ha presentado el Plan Nacional de Desarrollo Paraguay 2050, un documento extenso, técnico y cuidadosamente redactado que, a primera vista, parece un gran paso hacia la planificación estratégica, la modernización y el desarrollo del país. En papel, esto suena maravilloso: un horizonte claro, metas medibles y una hoja de ruta para avanzar como nación.
Pero detrás del lenguaje amable y de la estética institucional, este plan es mucho más que un simple documento. No es una guía opcional, ni mucho menos un análisis académico, todavía menos, conjunto de buenas intenciones sin consecuencias.
El Plan Paraguay 2050 es —y hay que decirlo con claridad— un marco obligatorio que condicionará el presupuesto, las políticas públicas, los programas sociales, la educación, la salud, la inversión y hasta la forma en que se diseñan las leyes durante los próximos 25 años. En pocas palabras, la arquitectura que definirá cómo el Estado paraguayo actuará hasta mitad de siglo. Y por eso mismo, debemos prestarle atención.
¿Por qué este plan influye tanto?
Porque su estructura no es decorativa:
- Ordena qué proyectos recibirán financiamiento del Ministerio de Economía y Finanzas.
- Determina cuáles políticas se consideran “correctas” o “coherentes” con la visión oficial del país.
- Alinea al Estado con agendas internacionales, como la Agenda 2030, el Consenso de Montevideo y el Acuerdo de París.
- Define indicadores que condicionarán la gestión de los ministerios.
- Establece sistemas de datos, digitalización e inteligencia artificial que pueden ser herramientas de progreso… o instrumentos de presión ideológica (lo cual es lo más probable).
En otras palabras: si algo no entra en este Plan 2050, difícilmente recibirá apoyo estatal en los próximos gobiernos. Y si algo está en el plan, aunque sea problemático y no soporte análisis académico, tendrá un camino abierto para imponerse como política pública.
Lo bueno no justifica callar lo grave
Sí, como todo documento de tal embergadura contiene ideas interesantes, pero un ciudadano responsable no puede leer este plan sin alarmarse ante omisiones peligrosas, conceptos ambiguos y alineamientos automáticos con agendas externas que podrían transformar profundamente la cultura, la educación y la salud del país sin debate democrático alguno (de hecho ya se llevan adelante poíticas que se llevan adelante y están lastimando al país).
¿Dónde están las alarmas?
A modo inicial, porque esto recién comienza, podemos mencionar tres grandes zonas de riesgo que deben preocuparnos como sociedad:
1. Un plan que se vuelve “poder paralelo” por encima de los gobiernos elegidos.
El Plan es obligatorio, técnico, rígido y se inserta en el Presupuesto General de la Nación. Esto crea el riesgo de que:
- Los futuros gobiernos electos no puedan modificar políticas sensibles.
- Se consolide una burocracia técnica alineada a marcos globales y no a la realidad paraguaya.
- Organismos internacionales tengan mayor influencia que el propio electorado nacional (De hecho, ya hay mumerosas y claras evidencias de que este gobierno es más a fín con agendas externas que sus propias promesas electorales, y esta es una evidencia más, la más grande).
En términos simples: un plan es una herramienta que será usada para gobernar desde fuera del voto popular.
2. Alineamiento directo con agendas internacionales sin defender la identidad paraguaya
El documento presume como virtud su coherencia con: Agenda 2030, Consenso de Montevideo, ONGs globales, marcos de género, modelos de salud ideologizados, políticas educativas estandarizadas.
Y por supuesto, también es súmamente preocupante, lo que NO se dice en este plan: No se definen límites éticos, no se reivindica la Constitución en temas sensibles, no se defiende con claridad la patria potestad, no se protege explícitamente la vida desde la concepción, no se establece una antropología sólida de familia, no se resguarda la libertad institucional de colegios, universidades, ni tampoco de hospitales con ideario.
Este silencio permite que, bajo el rótulo de “cumplimiento de estándares internacionales”, ingresen modelos de educación sexual, salud adolescente, políticas de género y transformaciones legales que no fueron debatidas con las familias paraguayas.
3. Construcción de una infraestructura de datos que puede servir para controlar, no solo para gestionar
El plan crea sistemas de: interoperabilidad, inteligencia artificial, indicadores internacionales, tableros de monitoreo público, métricas de desempeño.
Obviamente, nada de esto es malo en sí mismo, pero sin salvaguardas éticas, culturales y constitucionales, puede usarse para: Condicionar políticas educativas al enfoque de género, medir municipios por su adhesión a agendas externas, perfilar poblaciones vulnerables para campañas ideológicas, atar financiamiento a metas definidas fuera del país.
La pregunta es simple: ¿Estamos construyendo un Estado al servicio del pueblo paraguayo… o una maquinaria diseñada para gobernarnos desde afuera, sin que nos demos cuenta y sin que podamos hacer nada?
Esto recién empieza
Este artículo es apenas una alerta inicial. El Plan Paraguay 2050 es extenso, complejo, dificil de leer y requiere un análisis profundo, punto por punto.
En las próximas entregas iremos abordando alertas en relación a: cómo impacta en salud y en la educación de niños y adolescentes, cómo redefine la noción de familia y comunidad, qué riesgos trae para la soberanía territorial y energética, cómo influirá en leyes futuras, qué silencios abren puertas a ideologías importadas, qué capítulos pueden beneficiar realmente al país y cuáles deben corregirse de inmediato.
Que no nos engañen o nos tilden de retrogradas por rechazar este plan, pues no se trata de rechazar el desarrollo, se trata de defender que el desarrollo sea paraguayo, no impuesto. Se trata de que la planificación responda a nuestra cultura, nuestra Constitución y a la realidad de la familia hoy y de que no convierta al país en un laboratorio de agendas externas, disfrazadas de “modernización”.
Es momento de abrir los ojos
El Plan Paraguay 2050 pretende marcar el rumbo del Estado. Si ese rumbo tiene desvíos graves, silencios peligrosos o amarras ideológicas, debemos corregirlos ahora, no dentro de diez años, cuando ya sea tarde.
Creo que deberiámos preguntarnos, cada uno con la mayor honestidad posible:
¿Es este el modelo de país que quiero para mis hijos y para mí?
¿Estoy dispuesto a aceptar que durante 25 años se impongan planes enlatados que ya fracasaron en otros países?
¿Voy a permitir que decisiones técnicas, tomadas lejos del pueblo, definan qué es educación, salud, familia y comunidad?
¿Voy a entregar mi libertad cultural, educativa y ética a indicadores internacionales que nadie me explicó?
¿Confiaré mi futuro a políticos que, a puerta cerrada y a platazo, deciden lo que mi familia deberá soportar por décadas?
¿O voy a exigir transparencia, debate público y respeto por nuestra identidad nacional antes de que algo irreparable se consolide?
Estas son las preguntas que debemos hacernos hoy. Porque una vez que esta estructura quede instalada, desmontarla será casi imposible.
El desarrollo del Paraguay no puede ser negociado sin que el pueblo lo entienda, lo discuta y lo apruebe conscientemente.
