África vuelve a gritar, pero nadie escucha. Mientras la prensa occidental se obsesiona con debates estériles, miles de cristianos en el continente africano viven un calvario que el mundo prefiere ignorar. Nigeria, la nación más poblada de África, se ha convertido en el epicentro de un verdadero genocidio silencioso: asesinatos, desplazamientos, aldeas incendiadas y secuestros masivos que repiten siempre el mismo patrón —las víctimas son cristianas, los perpetradores grupos armados islamistas o milicias radicalizadas.
El último capítulo de este horror ocurrió el 21 de noviembre de 2025, cuando más de 200 estudiantes fueron secuestrados en una escuela católica en Papiri, estado de Níger. Niños de 12 a 17 años, arrancados de sus dormitorios en plena noche. La cifra luego fue corregida: 303 menores y 12 docentes fueron llevados por hombres armados, “bandidos”, como insisten en llamarlos los medios internacionales para evitar nombrar la realidad.
¿Por qué esa obsesión por suavizar el lenguaje? ¿Por qué cuesta tanto decir “terroristas islamistas” cuando las víctimas son cristianos?
La Asociación de Cristianos de Nigeria (CAN) fue clara: este es uno más de los ataques sistemáticos contra comunidades cristianas. Pero incluso esa afirmación es tratada con pinzas por parte de la prensa global, que prefiere diluir el trasfondo religioso en categorías genéricas como “violencia criminal”, “inseguridad” o “conflictos intercomunitarios”.
Lo que sucede en Nigeria no es un caso aislado. En los últimos años —y especialmente en 2025— el continente ha visto un incremento brutal de secuestros, asesinatos y ataques contra iglesias, escuelas y aldeas cristianas. Desde el Sahel hasta la región de los Grandes Lagos, pasando por Chad, República Centroafricana, Mozambique y Burkina Faso, el mapa del horror se expande. Miles han sido asesinados, decenas de miles desplazados, y la mayoría de estos ataques son perpetrados por grupos islamistas o milicias fulani radicalizadas.
Pero el mundo elige mirar hacia otro lado.
Cuando los terroristas de Boko Haram secuestraron a las niñas de Chibok, el planeta escribió discursos, lanzó campañas y encendió velas. Hoy, que 303 niños cristianos fueron secuestrados, apenas ocupan unas líneas en agencias internacionales.
¿Dónde están las marchas?
¿Dónde están las ONG que dicen defender derechos humanos?
¿Dónde están los gobiernos occidentales que hablan de diversidad y tolerancia, pero guardan silencio cuando los cristianos son masacrados?
En este nuevo secuestro, los responsables volvieron a seguir el manual del terror: irrumpir en una escuela católica, capturar adolescentes y profesores, desaparecer en la noche y esperar a que el Estado nigeriano, superado y corroído, negocie su liberación.
Y otra vez, el mundo calla.
No es solo horror. Es abandono.
La ONU emitió un comunicado tibio, una nota tan fría que podría haber sido escrita para cualquier conflicto genérico. Las potencias occidentales, demasiado ocupadas en discusiones internas, no encuentran tiempo para alzar la voz por los cristianos africanos. Las ONG especializadas en libertad religiosa alertan desde hace años que África es el nuevo epicentro de la persecución cristiana, pero sus informes desaparecen entre la indiferencia mediática.
El resultado es devastador: los cristianos africanos hoy están solos.
No se trata de exageración ni de retórica. Se trata de hechos. Secuestros masivos. Niños cristianos convertidos en moneda de cambio. Aldeas incendiadas por grupos islamistas. Sacerdotes asesinados durante misa. Iglesias atacadas todos los meses.
Si esto no es persecución religiosa, ¿qué es?
El silencio cómplice de la comunidad internacional es tan brutal como la violencia misma. Porque callar ante esta barbarie es permitir que continúe. Es enviar el mensaje de que la vida de un cristiano africano vale menos. Es aceptar que la libertad religiosa es un derecho secundario, descartable, prescindible.
Pero la realidad es más fuerte que la censura mediática: hoy, en pleno siglo XXI, ser cristiano en África puede costar la vida.
Y si el mundo no despierta, la próxima noticia no será otro secuestro: será otra masacre.
