Olimpia logró cortar su racha negra, cinco partidos sin ganar, al vencer 4-2 a Sportivo Luqueño en Itauguá, pero lo hizo más por oficio que por brillantez. El triunfo es necesario, sin duda, pero no puede ocultar las fragilidades alarmantes que mostró el Decano.
El partido arrancó con una imagen preocupante: Olimpia renunciando al protagonismo mientras Luqueño fue más punzante. El Auriazul, a través de Walter González, fue el primero en golpear. Un centro por la derecha encontró un rechazo torpe de la defensa franjeada, y González definió con un derechazo mordido que se clavó en el ángulo.
Aun así, Olimpia reaccionó: cerca de la media hora, Ferreira recibió un balón largo enviado por Cardozo, se plantó frente al arquero Aguilar y lo superó con un globo elegante, emparejando el marcador. Pero este respiro fue efímero: justo antes del descanso, Luqueño volvió a golpear. Comas culminó una jugada tejida por González con un potente derechazo al techo del arco, dejando Verza sin reacción.
En la complementaria, todo cambió radicalmente después de la expulsión de Luis Abreu por una entrada peligrosa sobre Comas. Esa roja fue un golpe de gracia para Luqueño que perdió el hilo y la estructura teniendo un hombre más que el rival.
Con desventaja numérica, Olimpia empezó a aprovechar los espacios. En una transición rápida, Franco filtró un pase que dejó a Monzón desbordado; derribó a Ferreira, hubo penal y el mismo Ferreira tomó la responsabilidad: falló el primer tiro pero aprovechó el rebote para definir.
Luego, Alcaraz marcó el tercero tras ganar por potencia a Ángel Benítez, definiendo rasante entre las piernas del arquero. Y para sellar la goleada, Alcaraz volvió a aparecer: recuperó un balón tras una pérdida infantil de Pereira, avanzó y definió al poste izquierdo de Aguilar.
Ahora bien: si bien el triunfo alivia las presiones para Olimpia, es imposible disimular lo poco convincente de su juego. Se apoyó demasiado en errores del rival más que en una superioridad genuina. Además, la fragilidad inicial y los errores individuales volvieron a poner en evidencia que este equipo no termina de ensamblarse con seguridad.
Por su parte, Luqueño merece críticas duras: tenía ventaja, control y confianza, y aun así se desmoronó con un hombre más. No fue solo una derrota: fue una exhibición de conformismo, de falta de carácter y de incapacidad táctica para sostener lo que habían construido. Perder así deja un sabor amargo de fracaso y de oportunidades malgastadas.
En definitiva, Olimpia ganó, pero lejos estuvo de convencer. Y Luqueño no solo pierde el partido: perdió su dignidad futbolística ante un rival que, si bien no hizo un partidazo, supo ser más pragmático y cruel.




