La ministra de Cultura, Adriana Ortiz Semidei, vuelve a dar que hablar. Esta vez no por un logro de gestión, ni por una política cultural concreta, sino por sus declaraciones en Mondiacult, la conferencia mundial de la UNESCO sobre políticas culturales realizada en Barcelona. En vez de aprovechar la tribuna para proyectar al Paraguay en positivo, Ortiz optó por el camino fácil: criticar a su propio gobierno y presentar al país como una nación atrasada, sin rumbo y en “peligro de extinción cultural”.
Que una ministra reconozca limitaciones es razonable. Que convierta un foro internacional en una catarsis personal para desacreditar la gestión que integra, no lo es. Con frases rimbombantes sobre el “pluribilingüismo”, el “plurinacionalismo” y la necesidad de “enamorar a los gobernantes”, Ortiz no solo deja dudas sobre la seriedad de su discurso, sino que transmite al mundo la imagen de un Estado ausente, incapaz y desinteresado en su propia cultura. ¿Quién se beneficia de esa narrativa? Desde luego no el Paraguay, que necesita inversión y confianza internacional, no lástima ni sermones apocalípticos.
Conviene recordar, además, que esta misma ministra fue testigo en favor del colectivo “La Chispa” en un caso de polución sonora que enfrentó a los autodenominados “artistas” con vecinos que reclamaban el derecho básico al descanso. Esa postura reveló una constante en Ortiz Semidei: su inclinación a ponerse del lado de causas ideológicas antes que de los ciudadanos concretos a quienes debería representar.
En lugar de trabajar por políticas públicas eficaces, la ministra prefiere el activismo discursivo, el de las palabras altisonantes en auditorios extranjeros, aunque a costa de la reputación del propio país. Lo que no dice es que las falencias que describe son también responsabilidad suya, pues es ella quien hoy encabeza el ministerio encargado del área.
La cultura paraguaya no necesita portavoces que la declaren en “emergencia” ni funcionarios que disfruten exponiendo miserias en el exterior. Necesita gestores capaces de defenderla, fortalecerla y proyectarla con orgullo. Ortiz Semidei, hasta ahora, ha demostrado lo contrario: mucho escenario internacional y poca eficacia en casa.