Cada cierto tiempo, en la ONU y en algunos gobiernos occidentales, vuelve a sonar el mismo estribillo: “reconocer al Estado palestino”. Pero la pregunta de fondo es inevitable: ¿qué Estado? ¿Acaso puede considerarse Estado una entidad que ni siquiera controla sus propias fronteras ni la totalidad de su territorio?
no debemos pelearnos con la realidad, Palestina no es miembro pleno de la ONU y jamás fue admitida por el Consejo de Seguridad, el único órgano que puede otorgar ese estatus. Su actual condición de “Estado observador no miembro” no equivale a soberanía, ni le da la legitimidad de un Estado real. Y si nos guiamos por los hechos y no por los discursos, estamos frente a un espejismo político más que frente a una nación consolidada.
¿Dónde está la soberanía palestina?
En 2007, Hamás expulsó a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) de Gaza en una guerra civil sangrienta, y desde entonces el enclave está gobernado por un grupo terrorista que rechaza la existencia de Israel y alimenta la violencia como doctrina política. En Cisjordania, la ANP apenas sobrevive, corroída por la corrupción y la incapacidad para garantizar seguridad a sus propios ciudadanos. ¿Y se pretende que esta división, esta debilidad, sea reconocida como un Estado?
Los Acuerdos de Oslo (1993 y 1995) definieron competencias claras para la ANP. Sin embargo, en lugar de consolidar un camino hacia la paz, lo que vimos fue su fracaso rotundo para gobernar los territorios pactados. Si una autoridad no es capaz de garantizar orden interno ni controlar a las facciones extremistas, ¿cómo se la puede proyectar como gobierno legítimo de un futuro Estado?
El derecho internacional es explícito: un Estado debe tener población, territorio definido, gobierno efectivo y capacidad de relacionarse con otros Estados. Palestina no cumple con al menos dos de esos requisitos básicos: ni controla la totalidad de su territorio ni cuenta con un gobierno único y efectivo.
Entonces, ¿qué sentido tiene hablar de un “Estado palestino”? ¿Qué se ganaría reconociendo como soberana a una entidad incapaz de garantizar paz y seguridad, incluso entre sus propios ciudadanos? Más aún: ¿no sería premiar la ineficacia de la ANP y la violencia terrorista de Hamás?
En definitiva, reconocer hoy a Palestina como Estado sería validar una ficción política y, peor aún, un riesgo para la estabilidad regional. No se trata de negar el derecho de los palestinos a vivir en paz, sino de recordar una verdad incómoda: mientras Hamás domine Gaza con terrorismo y la ANP fracase en Cisjordania, no existe Estado alguno al cual reconocer.