En política internacional, pocas armas son tan poderosas como la manipulación de la memoria histórica. Hoy, a 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, el régimen de Pekín vuelve a demostrarlo: la narrativa sobre Taiwán no se sostiene tanto en el presente como en la reescritura del pasado.
Estados Unidos denunció que el gobierno chino está distorsionando documentos clave de la posguerra para legitimar su presión diplomática sobre la isla. La controversia gira en torno a la Declaración de El Cairo, la Proclamación de Potsdam y el Tratado de San Francisco, textos que, según Pekín, establecen que “Taiwán debía ser restaurada a China”. Sin embargo, las autoridades taiwanesas recuerdan un hecho incontestable: esas resoluciones nunca mencionaron la transferencia de soberanía a la República Popular China, un Estado que ni siquiera existía en 1945.
La respuesta desde Taipéi no tardó. El ministro de Relaciones Exteriores, Lin Chia-lung, fue categórico: “Nuestra nación y la República Popular China no son subordinadas entre sí, y la República Popular China no tiene derecho a representar a Taiwán en la comunidad internacional”. Es una afirmación que pone de relieve la brecha insalvable entre la realidad política de la isla y la narrativa impuesta por el Partido Comunista Chino.
El Instituto Americano en Taiwán (AIT), representación de Washington en la isla, reforzó la denuncia al señalar que “China tergiversa deliberadamente documentos de la Segunda Guerra Mundial, incluida la Declaración de El Cairo, la Proclamación de Potsdam y el Tratado de San Francisco, en su intento por subyugar a Taiwán”. Una advertencia que no solo señala la falsificación histórica, sino también el intento sistemático de Pekín por borrar la identidad y autodeterminación de los taiwaneses.
En un mundo marcado por tensiones geopolíticas crecientes, la historia se ha convertido en campo de batalla. El problema no es solo lo que ocurrió en 1945, sino lo que cada actor decide leer en esos documentos. Y allí radica el desafío: resistir la manipulación de un régimen que busca legitimar sus ambiciones presentes con argumentos fabricados en el pasado.