La hipertensión arterial, conocida como el “asesino silencioso”, afecta a millones de personas en todo el mundo y aumenta significativamente el riesgo de infartos, accidentes cerebrovasculares y enfermedades renales. La buena noticia es que, en la mayoría de los casos, se puede prevenir con cambios sostenidos en el estilo de vida.
Los expertos coinciden en que la alimentación es un pilar fundamental. Se recomienda reducir el consumo de sal: la Organización Mundial de la Salud sugiere no superar los 5 gramos diarios. Optar por hierbas y especias naturales en lugar de sal refinada es una forma sencilla de empezar. También es importante incorporar frutas y verduras frescas a la dieta, especialmente aquellas ricas en potasio, como bananas, espinacas y palta, que ayudan a equilibrar la presión arterial.
Otro consejo esencial es moderar el consumo de grasas saturadas y alimentos ultraprocesados. Reemplazar las carnes rojas con pescado, pollo o legumbres contribuye a mantener un peso saludable, factor que incide directamente en la prevención de la hipertensión. El control del peso corporal mediante una alimentación equilibrada y actividad física regular disminuye de manera considerable el riesgo.
Los hábitos cotidianos también juegan un rol determinante. La práctica de ejercicio moderado —por ejemplo, caminar 30 minutos al día— fortalece el corazón y mejora la circulación. Limitar el consumo de alcohol y evitar el tabaco son medidas básicas pero eficaces. Asimismo, el manejo del estrés a través de técnicas de relajación, respiración consciente o meditación puede ser un aliado importante.
Por último, los chequeos médicos periódicos son clave: la hipertensión no suele dar síntomas evidentes hasta que ya ha producido daño. Medirse la presión con regularidad permite detectar cualquier alteración a tiempo y recibir el tratamiento adecuado.
La prevención de la hipertensión no depende de una sola acción, sino de un compromiso integral con hábitos de vida más saludables. Cuidar el corazón es una decisión diaria que puede marcar la diferencia en la calidad y la expectativa de vida.