A casi un cuarto de siglo del atentado más traumático de la historia reciente de Estados Unidos, la ciudad de Nueva York podría estar a punto de experimentar un giro político sin precedentes. En medio de tensiones geopolíticas crecientes, crisis migratorias y una inseguridad urbana cada vez más palpable, un nombre empieza a resonar con fuerza: Zohran Mamdani, legislador estatal por Queens, abiertamente socialista, pro-Palestina, promusulmán y miembro del ala más radical del Partido Demócrata.
Si se postula y logra convertirse en alcalde, sería la primera vez que la ciudad más emblemática del mundo esté gobernada por un político de estas características: un inmigrante de origen ugandés, musulmán, con apenas siete años de ciudadanía estadounidense y abanderado del movimiento Democratic Socialists of America (DSA), organización que propugna, entre otras cosas, el desfinanciamiento de la policía y la abolición del sistema carcelario tal como se conoce.
Un símbolo de ruptura
Mamdani se presenta como un outsider decidido a transformar las estructuras «opresoras» del capitalismo. En su discurso no hay lugar para términos medios: apoya el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones contra Israel), ha acusado al Estado israelí de practicar el apartheid, y suele eludir cualquier condena explícita a los atentados de grupos terroristas como Hamas.
A sus seguidores los conquista con un lenguaje cargado de justicia social, pero para muchos neoyorquinos representa una amenaza directa a los valores fundacionales de la ciudad que fue blanco del terrorismo islámico en 2001.
¿Cambio o infiltración?
La pregunta que empieza a recorrer los círculos políticos y mediáticos es si estamos ante un fenómeno legítimo de renovación política, o si se trata de una infiltración ideológica cuidadosamente planificada, aprovechando la confusión de una sociedad fragmentada. La izquierda radical lo celebra como un símbolo de diversidad. Pero otros alertan que su ascenso forma parte de una estrategia más amplia del islam político para ganar poder dentro de las estructuras democráticas.
No es casual que su discurso sea prácticamente indistinguible del de activistas europeos ligados a los Hermanos Musulmanes. Su defensa de causas islamistas en plena efervescencia del conflicto en Medio Oriente ha provocado el rechazo de organizaciones judías, sobrevivientes del 11-S y sectores moderados del Partido Demócrata, que lo acusan de antisemitismo y extremismo.
Una ciudad en la encrucijada
Nueva York no es una ciudad cualquiera. Es la capital simbólica del mundo occidental, la ciudad que vio derrumbarse sus torres en nombre del fundamentalismo islámico, y que aún arrastra las cicatrices de aquel ataque. Que hoy un político con vínculos ideológicos y culturales con esa cosmovisión tenga posibilidades reales de liderarla no es un detalle menor.
¿Puede una sociedad olvidar tan rápido? ¿Qué implica que a 25 años del 11-S, la ciudad que fue epicentro del dolor norteamericano contemple seriamente elegir como alcalde a alguien que jamás ha condenado con firmeza a los responsables de aquel horror?
Un silencio que incomoda
Mientras tanto, los grandes medios callan. El fenómeno Mamdani no aparece como un riesgo, sino como una “reivindicación democrática”. Pero el silencio puede ser cómplice. Los que vivieron el 11-S no han olvidado. ¿Lo han hecho las nuevas generaciones?
La posibilidad de que un alcalde socialista, radical, proislámico y antiisraelí dirija la capital económica de Estados Unidos ya no es remota. Es una probabilidad concreta. El experimento puede resultar costoso. Y en tiempos donde los errores políticos se pagan en vidas humanas, es legítimo preguntarse: ¿Está Nueva York preparada para ese riesgo?