El premio Nobel de Economía, prolífico autor de la Escuela austriaca de economía, Friedrich A. Hayek, en su libro “Camino de servidumbre”, tiene un capítulo que se llama “Por qué los peores se colocan a la cabeza”, donde explica la natural inclinación de la política de convocar a los hombres y mujeres de disposición predatoria en el liderazgo de partidos y países. Hayek declara que “así como hay poco que pueda inducir a los hombres que son justos, según nuestros criterios, a pretender posiciones directivas en la máquina totalitaria (del estado), y mucho para apartarlos, habrá especiales oportunidades para los brutales y los faltos de escrúpulos”[1] por lo tanto, concluye que ´la disposición para realizar actos perversos se convierte en un camino para ascender al poder´”[2]. Llamaremos a esta regularidad de la política la ley Hayek del gobierno de los peores.
Otra razón que explica por qué los peores suelen gobernar una democracia es lo que llamaremos la ley Acton del gobierno de los peores. ¿Cuál es esta ley política? Es la que se desprende de su apotegma clásico y célebre: “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”[3]. Se puede entender por lo tanto que muchas personas llegan al poder político con buenas intenciones, planes nobles y deseos humanitarios, sin embargo, las dinámicas del poder político las corrompen, vician y degradan, convirtiendo a buenos prospectos en villanos irreparables. La ley Acton matiza y complementa la ley Hayek de la política y nos ayuda a entender el por qué el programa libertario de dividir la cuantía de poder busca reducir el veneno de la política que inficiona a las personas públicas y los vuelve promiscuos, corrompidos y disolutos.
Por lo tanto, vemos que existe algo así como una fatalidad política que debe ser combatida, a menos que queramos sucumbir ante la desgracia de ser gobernado por los peores, los más predadores y aviesos. No podemos, no debemos, desencantarnos de participar de la conformación del orden público desde donde nos toque, pues “cuando secciones considerables de una sociedad sucumben al catastrofismo y la anomia cívica, el campo queda libre, es cierto, para los lobos y las hienas”[4]. Había dicho alguna vez el conservador Edmund Burke que “lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada”, y tenía razón. La abulia cívica constituye, sin lugar a dudas, un caldo de cultivo para que gobiernen los peores, y es que, a Platón no le faltaba razón: «El precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres».
El Foro de Madrid representa una búsqueda de que conservadores, libertarios y patriotas unan fuerzas y abandonen esa actitud apolítica que lo único que ha logrado en las últimas décadas es que nuestros intereses, preferencias y principios no se encuentren representados en el ámbito estatal. Cada vez que un libertario se niega a trabajar en el Estado un socialista se siente dichoso. Cada vez que un conservador huye de la vida política deja un espacio para que los depravados y degenerados ordenen la moral pública. Cada vez que un patriota da la espalda a conformar el gobierno, el otro gobierno, el gobierno mundial, el globalismo, hace fiesta. No podemos, no debemos desentendernos de la vida pública, del ordenamiento de lo gubernamental; no queremos dejar el camino libre a los peores, los cuales están organizados y listos para seguir inyectando odio, subversión y miseria material a las sociedades. El Foro de Madrid no solamente representa la contracara del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, sino que es una reacción organizada contra la maldad que se agita al interior de ideologías conflictivas y radicales que destruyen a las personas, las sociedades y las naciones. Nuevamente tenía razón Edmund Burke: «contra el mal organizado solamente el bien organizado.»
[1] Hayek, F. A. Camino de servidumbre (1944), cap. 10, pág. 235. Alianza Editorial. Año 2019.
[2] Idem.
[3] Hayek, F. A. Camino de servidumbre (1944), cap. 10, pág. 213. Alianza Editorial. Año 2019.
[4] Vargas Llosa, M. Desafíos a la libertad (1994), pág. 61. Santillana Ediciones Generales, Año 2008.