En una decisión que despierta serias alarmas sobre la libertad de expresión y el Estado de derecho, el Supremo Tribunal Federal de Brasil resolvió endurecer las regulaciones aplicables a las plataformas digitales, obligándolas a eliminar contenido considerado «ilícito» de forma proactiva, es decir, sin necesidad de una orden judicial previa.
La resolución exige que empresas como X (antes Twitter), Facebook, Instagram, YouTube y otras vigilen constantemente a sus usuarios y actúen como censores preventivos, bajo amenaza de sanciones. Con esta medida, la Corte consolida un modelo de control de la información que pone en jaque los principios fundamentales de la democracia liberal.
Los críticos denuncian que la medida otorga poderes desproporcionados al Estado y a los gigantes tecnológicos, permitiendo la remoción de publicaciones bajo criterios ambiguos como «información falsa», «odio» o «contenido ilícito», sin especificar claramente qué constituye cada una de esas categorías.
Además, se desdibuja el rol del Poder Judicial como garante de las libertades individuales, ya que las decisiones de censura quedan delegadas a burócratas o algoritmos, sin mediación de jueces ni posibilidad de defensa previa por parte de los ciudadanos.
Esta decisión se enmarca en un clima político cada vez más hostil hacia las voces disidentes en Brasil, donde se ha denunciado una persecución sistemática contra periodistas, influencers y opositores al oficialismo por expresarse libremente en redes.
Diversos especialistas en derecho constitucional advierten que este fallo abre la puerta a una vigilancia masiva disfrazada de regulación, al estilo de regímenes autoritarios. Brasil, dicen, podría estar sentando un preocupante precedente regional.
La medida representa, en los hechos, un avance silencioso del autoritarismo digital, disfrazado de lucha contra la desinformación. Lo que está en juego no es solo el control del contenido en línea, sino el derecho mismo a pensar, opinar y disentir.