La fe personal de un funcionario público no es, ni debe ser, motivo de cuestionamiento. Sin embargo, cuando las responsabilidades de gestión se transfieren al plano divino, el problema deja de ser espiritual para convertirse en político y administrativo. Es exactamente lo que ocurre con Juan Ramón Benegas, presidente del Instituto Paraguayo del Indígena (INDI), cuya respuesta ante una crisis concreta revela una alarmante falta de rumbo.
Consultado por un periodista de Radio Ñandutí sobre el corte de la avenida Artigas —medida adoptada por comunidades indígenas que reclaman por el incumplimiento de compromisos institucionales—, Benegas optó por apelar a lo celestial: “Tengamos fe en Dios. A las 6 de la mañana estuve en una misa rezando para que esto se solucione”, dijo.
La declaración resulta, cuando menos, preocupante. Porque mientras cientos de personas se ven afectadas por bloqueos, y comunidades indígenas exigen respuestas concretas del Estado, el titular del INDI parece haber renunciado a su deber de buscar soluciones humanas y técnicas, limitándose a esperar un milagro. No se trata de atacar su fe, sino de exigir que la ejerza sin desligarse de sus funciones.
El pueblo paraguayo necesita autoridades comprometidas, no devotos pasivos ante el conflicto. El INDI no puede funcionar como una capilla improvisada, ni las necesidades de las comunidades pueden quedar sujetos al azar de la Providencia. Gobernar es actuar, no rezar.