El control del Canal de Panamá, una de las arterias más estratégicas del comercio global, vuelve a estar bajo la lupa internacional. La reciente auditoría iniciada por el gobierno panameño hacia Hutchison Ports, una empresa de origen hongkonés que administra puertos en ambas entradas del canal, pone en evidencia una realidad inquietante: la creciente influencia china en un punto neurálgico que alguna vez simbolizó la hegemonía estadounidense en la región.
Hutchison Ports, filial del gigante CK Hutchison Holdings, opera 53 puertos en 24 países, consolidando su presencia en un canal cuya administración fue cedida a Panamá en 1999, bajo el Tratado Torrijos-Carter. Sin embargo, el contexto actual plantea serios cuestionamientos sobre la decisión de entregar semejante responsabilidad a un país con una capacidad limitada para resistir las presiones geopolíticas de potencias como China.
Donald Trump, en línea con su discurso de política exterior nacionalista, ha reavivado el debate al declarar su intención de “recuperar” el Canal de Panamá, subrayando que no fue entregado a China, sino a Panamá. No obstante, la realidad es que la influencia del gigante asiático en la región es innegable, y empresas como Hutchison Ports se han convertido en instrumentos clave de su estrategia de expansión global. Más allá de los tecnicismos legales, el canal ya no es un bastión exclusivamente panameño, sino un nodo donde convergen intereses que pueden comprometer la seguridad y estabilidad de Occidente.
El aumento de tarifas en el tránsito por el canal, justificado por la severa sequía de 2023, añade una capa de tensión al tema. Mientras Panamá enfrenta retos climáticos y económicos, su capacidad de mantener una administración eficiente y soberana se ve cuestionada. Esta situación, lejos de ser un asunto interno, tiene implicaciones globales. El canal no solo conecta océanos, sino que también es un puente entre mundos: el democrático y el autoritario.
En este escenario, el papel de Estados Unidos como garante del orden en el continente queda en entredicho. La cesión del canal, en retrospectiva, parece un acto de ingenuidad estratégica que ha abierto la puerta a actores que buscan desestabilizar el equilibrio de poder en la región. Mientras Panamá intenta equilibrar su relación histórica con Estados Unidos y su creciente dependencia de China, el tiempo apremia. Recuperar el control del canal, aunque políticamente complicado, podría ser una medida necesaria para asegurar que esta vía interoceánica no caiga en manos de intereses contrarios a los valores de libertad y democracia que alguna vez defendió su construcción.