Sin duda alguna, la aparición de Donald Trump marcó un antes y un después en la política estadounidense, y ahora, en su segundo mandato, Trump, al proclamar lo que él mismo denomina la «revolución del sentido común», pretende hacerlo una vez más. Apenas asumió brindó un discurso firme y directo, al punto de incomodar de forma visible a su antecesor, Joe Biden; Trump anunció un plan que promete revertir el declive de Estados Unidos y restaurar la grandeza de una nación debilitada por políticas globalistas, ingeniería social y un abandono de los valores fundamentales.
Entre los puntos más destacados de su discurso, Trump se comprometió a tomar medidas inmediatas contra la inmigración ilegal, declarando una “invasión”, un ataque a la soberanía de los Estados Unidos. Prometió deportaciones masivas y la designación de los carteles de la droga como organizaciones terroristas, dejando claro que no habrá concesiones para quienes atenten contra la seguridad de los estadounidenses.
En el ámbito económico, anunció un plan de emergencia energética que priorizará el gas y el petróleo como motores para la reindustrialización del país y para consolidar a Estados Unidos como líder energético global. Según Trump, esto servirá no solo para reactivar sectores clave como el de la industria automotriz, sino que también fortalecerá la independencia energética, reduciendo la actual dependencia de los Estados Unidos de actores externos.
En cuanto a la política tributaria y comercial, el presidente aseguró que “dejará de cobrar impuestos a los contribuyentes para enriquecer a países extranjeros”. En su lugar, buscará implementar tarifas que beneficien directamente a los ciudadanos estadounidenses, colocando en el centro de su estrategia la protección de la industria nacional y el fortalecimiento de la clase media trabajadora.
También incluyó en sus palabras un llamado a restablecer la ley y el orden en las ciudades, denunciando el caos provocado por políticas permisivas y descontroladas. Además, fue tajante en su rechazo a la ingeniería social y las políticas identitarias, abogando por un sistema basado en el mérito, ciego al color de las personas y centrado en los méritos. “En Estados Unidos, hay dos géneros: hombre y mujer. Eso es sentido común, y lo vamos a defender”, declaró, reafirmando su postura en el debate cultural.
Esta “revolución del sentido común” representa un retorno a los principios que alguna vez hicieron grande a Estados Unidos: soberanía, orgullo por el trabajo, respeto por la ley y defensa de los valores tradicionales.
Trump dejó en claro desde el inicio mismo de su nuevo mandato, que no volvió para convertirse en un administrador de lo existente, sino que está decidido a ser un agente de cambio. Su visión es axiomática: volvió para recuperar el poder de Estados Unidos para los estadounidenses y sellar una nueva era en los Estados Unidos, una era de prosperidad, seguridad y orgullo nacional.
La pregunta que se impone es si el país está listo para abrazar esta revolución y darle las herramientas que logren poner fin al declive de los Estados Unidos.