Este 2025, mi natal Bolivia cumple dos siglos de su fundación, y, aunque usted no lo crea, todavía se tiene fijada la idea de que somos un país rico gracias a la abundancia de recursos naturales. Hasta la fecha, en universidades y colegios, se enseña que Bolivia será una potencia económica y un actor geopolítico importante gracias a materias primas como el gas o el litio.
Si bien, suena bonito, además que ayuda a elevar el chauvinismo de muchos de mis compatriotas, no pasa de ser un mero enunciado vacío, ya que la existencia de recursos naturales en un territorio no es garantía de nada, ¿quiere pruebas?
Bolivia es un país de gran extensión territorial y los valles de Cochabamba, Tarija y Chuquisaca tienen climas templados el 90% del año, condiciones perfectas para la producción de flores. Sin embargo, uno de los mayores productores de flores del mundo es Holanda, uno de los países con menos sol durante el año y un clima frio. La explicación es muy sencilla: Holanda tiene marcos institucionales que respetan y salvaguardan la propiedad privada y permiten la libre iniciativa, verbigracia, la investigación genética en variantes de flores resistentes al frio. En cambio, Bolivia es un infierno burocrático lleno de normativas absurdas que obligan a los emprendedores a peregrinar 1200 horas en oficinas estatales.
Otro caso, Venezuela tiene una de las reservas más grandes de petróleo del planeta, empero, gracias al Socialismo del Siglo XXI, concentra a la mitad de los pobres de América, incluso supera en pobreza a Haití. Al respecto, Juan Enríquez Cabot, experto en bioeconomía y profesor de Harvard, en una entrevista al periodista, Andrés Oppenheimer, explica:
La ex Unión Soviética, el país con más recursos naturales del mundo, colapsó. Y ni Sudáfrica con sus diamantes, Arabia Saudita, Nigeria Venezuela y México con su petróleo, ni Brasil y la Argentina con sus productos agrícolas, han logrado superar la pobreza. La mayoría de estos países tienen hoy más pobres que hace veinte años. Por el contrario, naciones sin recursos naturales, como Luxemburgo, Irlanda, Liechtetein, Malasia, Singapur, Taiwan, Israel y Hong Kong, están entre las que tienen los ingresos per cápita más altos del mundo.
El caso de Singapur es interesantísimo, ya que, después de su independencia en 1965, pidió que Malasia, su vecino, lo anexara. Obviamente, dadas las condiciones de pobreza extrema, el clamor fue rechazado. Su presidente, Lee Kuan Yew, ante el negro panorama, primero, convirtió al inglés en la lengua oficial, y segundo, se dedicó a atraer empresas tecnológicas de todas partes del mundo. Nada de recetas populistas ni educación folclórica, se garantizó la propiedad privada y se formó ciudadanos altamente competitivos.
Note el gran contraste con la educación de la región. Las grandes universidades latinoamericanas están repletas de estudiantes que cursan carreras que ofrecen poca salida laboral o están totalmente divorciadas de la economía del conocimiento del siglo XXI, incluso peor, son fábricas de ideas absurdas y obsoletas, ¿o de donde creen que salen tantos socialistas que luego alimentan el enorme aparato burocrático?
En el caso concreto de las universidades públicas de Bolivia, al bajo nivel académico tenemos que sumarle los grandes desfalcos económicos, pues, a pesar de los constantes incrementos de presupuesto, todas presentan déficits. Es decir, que las casas superiores de estudio se manejan como cualquier otra oficina burocrática, exageradamente mal. En conclusión, mientras el mundo avanza a pasos agigantados en el rumbo de la economía del conocimiento, nosotros seguimos estancados en los cuentos populistas y las garras del castrochavismo.