«Ça ira, ça ira, ça ira, les aristocrates à la lanterne!
Ah! ça ira, ça ira, ça ira, les aristocrates on les pendra!».
Con este famoso himno de la Revolución Francesa empezaron las Olimpiadas de Verano del año 2024, con sede central en París, capital de Francia.
¡Fue una auténtica celebración del liberalismo! ¡María Antonieta, austríaca que reinaba como consorte en tierras francesas y sobre la que se cebó una leyenda negra, aparecía sosteniendo su cabeza guillotinada y como un fantasma de ultratumba, exclamaba «Ça ira, ça ira, ça ira», tal vez traumatizada y torturada (como todo el pueblo gabacho) por las estrofas de ese cántico que es símbolo del liberalismo internacional. «Estará bien, estará bien, estará bien, los aristócratas al colgadero; estará bien, estará bien, estará bien, a los aristócratas vamos a colgar». Es mucho más largo ese himno de girondinos y jacobinos, que además posee numerosas versiones, pero la idea central de sus autores «iluministas» y «philosóphes» de esa época, como en todas las épocas, es la de siempre: aniquilar a la nobleza antigua, ahorcándola «con las tripas del último cura» en palabras del liberal Denis Diderot.
O sea que la Iglesia Católica y los aristócratas (es decir, «el gobierno de los mejores» sí recordamos a Platón) son el archienemigo para el liberalismo; nada nuevo bajo el sol y los liberales auténticos nunca lo disimularon, así que no se les puede criticar en ese sentido.
El problema, de hecho, no son ellos. Viene a la mente otra canción, pero del guatemalteco Ricardo Arjona y que decía en una estrofa: «el problema no es que mientas, el problema es que te creo». Aclaro que, con todo y mis defectos, nunca fui engañado por las patrañas del liberalismo; inclusive en mi época de ateo-pagano próximo al pensamiento libertario de Ayn Rand, cuando era un adolescente con el cerebro más-que-turbado, siempre tuve muy en claro que la Revolución Francesa era «liberalismo en su máxima expresión», y cuando alguien venía a querer vender espejitos diciéndome que eso «no era verdadero liberalismo», le miraba con cara de «podré ser un adolescente cuasi libertario más-que-turbado, pero tan estúpido no soy». Es que en mi casa se enseñaba muy bien a la historia universal, tradición familiar, y no pasaba inadvertido el pescado podrido por allí.
Siempre fue liberalismo, puro y duro, todo lo que sucedió en la Revolución Francesa. El que diga lo contrario, miente.
También son embusteros los que pretenden vender una imagen completamente fantasiosa y distorsionada de Francia, cuyo pasado histórico podría resumirse en enumerar la cantidad de veces que ese reino traicionó al Papa y al Catolicismo.
Los ingleses les pasaban el trapo al dos por tres, tanto que los franchutes necesitaron de una literal santa y mártir como Juana de Arco para poder derrotarlos; y luego fue preciso que aparezca un Napoleón para darles un postrer instante de efímeros triunfos. Estos son los dos únicos personajes relevantes que produjo Francia en toda su historia sobrevalorada (quitando de la ecuación a sus grandes santos). Es más, creo que no hubo herejía modernista que no haya surgido de esa tierra… Catarismo, galicanismo, jansenismo, lefebrismo… (Ésta lista está incompleta, Ud. puede ayudar a expandirla, Wikipedia dixit).
Es cierto que Francia también tuvo escritores y filósofos de gran importancia, pues ningún país es enteramente maléfico (ni siquiera Inglaterra). Pero Dios quiere burlarse de los franceses haciendo que sus buenos escritores sean los menos conocidos, y que sus malos escritores sean los más difundidos; es el merecido castigo que tienen por traidores a la cristiandad, pues la traicionaron desde siempre, no desde 1789 sino desde siempre. En fin, detenerme en detallar cómo la «hija primogénita de la Iglesia» se las pasaba «olvidando las promesas de su bautismo» podría dar suficiente como para escribir un libro entero.
No debería extrañarnos que en la inauguración de los juegos olímpicos 2024, los franceses hayan puesto en escena tanta grotesca chabacanería como su retorcida imaginación pudiera permitirles. De cualquier modo, debemos admitir que estuvo muy bien hecha la presentación en general; se realizó una especie de «happening» en sentido amplio, utilizándose de forma minimalista e inteligente al arte parisino presente en su bellísima arquitectura, pues es innegable que la capital francesa tiene edificios encantadores, en especial gracias a los Napoleones I y III. Los directores artísticos del espectáculo inaugural de las olimpiadas emplearon la sátira combinada con elementos esperpénticos y góticos; el resultado fue un éxito rotundo pues consiguieron todo lo que un artista desea lograr, esto es, no pasar desapercibidos y llamar la atención del mundo entero (por lo menos en el Twitter se habló profusamente del tema). La excelente banda de death metal «Gojira» coronó con el éxito a la macabra danza de esa noche carnavalesca. ¿Y qué satirizaron? A la Iglesia Católica, desde luego. Pero no quisiera decir obviedades, no es mi estilo.
¿Cuál es el problema? ¿Qué el enemigo es un mentiroso y que utiliza excelentes, aunque perversos, medios artísticos para imponerse?
Nada de esto es novedad. Los liberales seguirán negando todos los crímenes que se cometieron en nombre de su ideología desde el funesto año 1517, y sus herederos artísticos en el progresismo continuarán utilizando su talento para promover todo aquello que está mal, incluso con bellísimas formas dentro de lo bufo y burlesco. ¡La belleza, por sí sola, no salva a nadie!
El verdadero problema está en creer que el mero «conservadurismo» con cáscara puritana y fondo liberal, pueden hacer algo, competir siquiera, contra el poderío del enemigo revolucionario que decapitó a María Antonieta y que posee enorme ingenio, talento y recursos para imponerse sobre los demás.
La impotencia del llamado «Conservadurismo Liberal» (también conocido como «Liberalismo Clásico») tiene varios elementos que la explican, pero hay dos que son los principales.
El primero de ellos es el «puritanismo», es decir, la herejía protestante llevada al máximo reduccionismo de la intelectualidad y de la potencialidad artística del ser humano. Recordemos que para el protestantismo, las «imágenes» son en realidad «ídolos» a los que no debiera «venerarse». Esta forma de ver al mundo, acentuada o suavizada, a la larga lleva a que los «conservadores/liberales clásicos» tengan una apreciación muy limitada del arte, pues al observar las cosas mundanas desde categorías sumamente parapléjicas en lo intelectual (el «puritanismo» subyacente en su «forma mentis»), a la larga, toda manifestación artística termina siendo juzgada por ellos desde categorías «pseudo-moralistas», ni siquiera auténticamente éticas y morales sino «pseudo-moralistas». ¿Cómo explicaríamos esto en un ejemplo práctico? Pues algo así como «ay, qué horrible que muestren artísticamente a María Antonieta decapitada, eso es muy feo, ¿alguien puede pensar en los niños que miran la tele?». Señora, la sátira, lo grotesco y lo esperpéntico forman parte de las manifestaciones artísticas desde que el mundo es mundo. Uno podría cuestionar al mensaje (dejo esto para el final) pero dentro de la potencia del arte en sí mismo, esto cumple perfectamente con su cometido.
En todo caso, lo que deberíamos hacer es «crear arte católico, utilizando todo lo grotesco y esperpéntico para burlarnos de nuestros rivales». Así como hicieron los que diseñaron la catedral de Nuestra Señora de París, a la que pusieron, afuera de ella, horribles gárgolas que representan a todos los demonios y seres humanos que están fuera de la Iglesia Católica.
Por descontado, no puedo evitar reírme de los protestantes que se tiraban de los pelos al ver que había una presunta burla al cuadro de la «Última Cena» de Leonardo da Vinci, una pintura que no es religiosa en esencia (en realidad, era otra obra la que parodiaron los artistas franceses, «El Festín de los Dioses» de Jan Harmenesz; pero ante tanto escándalo debieron pedir disculpas, ¡qué traviesos esos chicos!). ¿Y acaso no eran «idolatría» las imágenes, amigos puritanos? ¿Por qué lloran entonces? Respuesta: porque la Iglesia Católica siempre tiene la razón, siempre. Conviértanse y crean en el Evangelio. Extra ecclesiam, nulla salus.
Yo no les miento, les digo la verdad porque les amo. Los que mienten siempre son los liberales, porque la inauguración de los juegos olímpicos fue, en realidad, una celebración del liberalismo.
Aquí entramos en el segundo punto de la impotencia del «conservadurismo/liberalismo clásico». Seguir los postulados defendidos por los doctrinarios liberales, a la larga, nos conduce a la eterna derrota. Todas las supuestas «batallas culturales» terminan en debacle porque el liberalismo no puede enemistarse consigo mismo. Solamente tenemos cambios de ciclos: en un lapso los liberales patean con la derecha, en el otro patean con la izquierda. En el fondo, el desastre continúa.
Cuando comprendamos que estamos en una «guerra espiritual» de proporciones colosales, como ya venimos advirtiendo humildemente yo y unos amigos hace varios años, y que los líderes de las supuestas «batallas culturales» nada pueden lograr de sustancioso mientras defiendan a la ideología archienemiga de la civilización cristiana, el liberalismo, que debe ser enviada a la guillotina como María Antonieta, solamente cuando comprendamos todo esto, podremos hacer algo serio y retomar el mando que perdimos.
En resumen, que el «conservadurismo» es impotente porque es puritano y porque en el fondo, al ser liberal, no puede oponerse de verdad a otras formas más desembozadas, grotescas y progresistas de liberalismo.
Por último, lo dejé para el final. ¿Desde cuándo que los juegos olímpicos son una celebración de «cristianismo»? Nunca lo fueron. Al contrario, los ingleses y franceses resucitaron todo el «ritual» de las «olimpiadas» a la manera de la antigua Grecia, precisamente, para paganizar y recuperar a toda esa pseudo-tradición contraria al cristianismo. Medio que… Medio que a veces se pasan, muchachos, en serio. ¿O el dios Apollo es Jesucristo? ¿O la diosa Atenea es la Virgen María? ¿O la llama olímpica es el fuego del Espíritu Santo? Paganismo puro y duro, pero había sido que el viernes pasado descubrieron que las olimpiadas eran eso desde que se inventaron. De allí que la Iglesia Católica las tenía bien prohibidas en mejores épocas. El que quería hacer deporte, lo hacía sin necesidad de semejante espectáculo paganizante.
Sin embargo, declaro que no estoy molesto ni indignado como algunos que caen redonditos en la trampa de los artistas franceses, que consiguieron su objetivo sin mucho esfuerzo ni inversión, a lo minimalista, con mucho travestido (nada nuevo en el arte tampoco) y con el llanto de los puritanos en las redes sociales.
Más me molesta que algunos sigan creyendo que con la impotencia del conservadurismo y del liberalismo clásico, se podrá ganar media batalla siquiera…
Éxitos para nuestros heroicos atletas en estas olimpiadas, que también deben sufrir la impotencia del conservadurismo y del liberalismo clásico, y van siempre por la gauchada, luchando prácticamente solos contra viento y marea, a sabiendas, como lo sabemos todos, que las medallas de oro, plata y bronce, son un sueño inalcanzable para el Paraguay.