“El sueño de la razón produce monstruos”, escribió el sabio pintor español Francisco de Goya en un grabado. Goya observó desde España la monstruosa revolución en Francia que se realizaba en nombre de “la razón” y “el progreso”. Su grabado fue realizado en 1797, pocos años después de la sangría y el genocidio realizados por “El comité de la salvación pública” dirigido por el revolucionario Maximiliano Robespierre durante el periodo denominado “El terror”, donde se suspendieron todas las leyes y se gobernó mediante infames decretos.
Cuatro años antes, “el 10 de noviembre de 1793 se celebró la Fiesta a la Diosa Razón, encarnada en a oportunidad por la mujer del hebertista Antoine-François Momoro (llamada Sophie Fournier), que concluyó en un escándalo con participación de varios sacerdotes católicos” escribió Horacio Sanguinetti en «La razón del pueblo», pues se utilizó el altar mayor de la Catedral de Notre Dame como parte de la celebración, en una abierta y declarada guerra racionalista contra la Iglesia Católica. No deja de ser relevante mencionar que la revolución francesa con sus pretendidos ideales de libertad, igualdad y fraternidad terminaría asesinando aproximadamente a 2 millones de personas. Un par de años antes, en 1791, la misma Iglesia, en la persona del papa Pío VI, se había declarado en contra del proceso revolucionario.
Para un estudioso de la revolución francesa como François Furet, sin embargo, los excesos del racionalismo desbocado competían fútilmente por reemplazar el impulso religioso:
“Pero todos esos proyectos _el culto de la razón, y la religión del ser supremo, teofilantropía, culto decadario _ nunca pudieron competir con la tradición católica, como si la verdad de la revolución francesa anidada forzosamente en lo político, incapaz de dar nacimiento a un orden trascendente y, por lo tanto, de constituir un poder espiritual que pudiera legitimar la nueva época”.
La revolución francesa en debate: de la utopía liberadora al desencanto en las democracias contemporáneas; François Furet
En ese sentido se expresaba Friedrich Hayek en «La fatal arrogancia» cuando decía que “la raíz principal de la fatal arrogancia del moderno racionalismo intelectual es que promete restituirnos a un paraíso”, a la par que Karl Popper alertaba en «La sociedad abierta y sus enemigos» de los que “inspirados por las mejores intenciones” prometen el cielo en la tierra pero que terminan creando infiernos, “ese infierno que solo el hombre es capaz de preparar para sus semejantes”.
Luego de los más de 2 millones de muertos de la revolución francesa, Mario Vargas Llosa, el nobel de literatura peruano, nos resume las catástrofes que trajo la fantasía racionalista:
«El dios único e impensable de los judíos está fuera de la razón humana – es solo accesible a la fe – y fue el que cayó víctima de los philosophes de la Ilustración, convencidos de que con la cultura laica y secularizada desaparecerían la violencia y las matanzas que trajeron consigo el fanatismo religioso, las prácticas inquisitoriales y las guerras de religión. Pero la muerte de Dios no significó el advenimiento del paraíso a la tierra, sino más bien del infierno, ya descrito en la pesadilla dantesca de la Commedia o en los palacios y cámaras del placer y la tortura del marqués de Sade. El mundo, liberado de Dios, poco a poco fue siendo dominado por el diablo, el espíritu del mal, la crueldad, la destrucción, lo que alcanzó su paradigma con las carnicerías de las conflagraciones mundiales, los hornos crematorios nazis y el Gulag soviético».
La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa
Es fundamental que nunca olvidemos que la razón no es perfecta, la razón es una herramienta evolutiva que tiene sus falencias graves, a pesar de que ha sido nuestra gran ventaja en el mundo. Sin embargo, la razón como diosa, como fetiche, es un error intelectual fundamental, que lleva al fracaso personal y social. Elevar a la razón a la categoría de la infalibilidad es una irracionalidad supina, y, sin embargo, ese fue el erro fundamental del positivismo, con su lema: la ciencia todo lo puede.
El destacado psicólogo moral y social de la Universidad de Nueva York, Jonathan Haidt, lo expresa así:
«Como intuicionista, diría que la adoración de la razón es en sí misma la ilustración de una de las ilusiones más longevas de la historia occidental: el delirio racionalista. Es la idea de que el razonamiento es nuestro atributo más noble, uno que nos hace como los dioses (para Platón) o que nos sitúa más allá del ‘delirio’ de creer en dioses (para los nuevos ateos). Este engaño racionalista no es sólo una explicación sobre la naturaleza humana, es también una afirmación de que la casta racional (filósofos o científicos) debería tener más poder, y por lo general viene acompañada de un programa utópico para criar niños más racionales».
La mente de los justos, Jonathan Haidt
De ahí que Goya nos haya alertado que “el sueño de la razón produce monstruos”, pues cuando convertimos a la razón en una forma de religión o fetiche, terminamos destruyendo nuestras vidas y la vida de los demás, y esto se puede ver perfectamente en el delirio racionalista de socialistas, pasando por tecnócratas, hasta incluso, los transhumanistas. Hayek, ya mencionado más arriba, nos recuerda, además:
“…en modo alguno conviene olvidar que, gracias a las religiones han perdurado ciertos hábitos _ aunque no por las razones que suele aducirse _ que han permitido a la humanidad alimentar un superior número de bocas de lo que hubiera resultado posible a través de la estricta aplicación de los dictados de la razón”.
La fatal arrogancia, Friedrich Hayek
¿Cuál es la solución para que la razón no sea divinizada y convertida en tótem o fetiche? ¿Cómo podemos cuidarnos a nosotros mismos del “delirio racionalista” que señalaba Haidt? El filósofo conservador inglés, sir Roger Scruton dice al respecto en «Como ser conservador»:
“¿Cuál es, después de todo, el remedio al fetichismo, sino la verdadera religión que eleva a la trascendencia incognoscible en lugar del ídolo percibido?”
Y agrega:
“La religión desempeña un papel innegable en la vida de la sociedad, introduciendo ideas de lo sagrado y trascendente que extienden su influencia sobre costumbres y ceremonias de pertenencia”.
Es entonces que podemos ver que la religión cristiana, con sus símbolos, sacramentos y doctrinas, es un freno para los monstruos que engendran los febriles sueños del racionalismo desbocado, sobre el que nos alertó el español Goya.