A veces pareciera que no, pero las democracias, exigen que la ciudadanía, en mayor o menor grado, esté relacionada de alguna u otra manera con la política. Pues al fin de cuentas, depende de ella que su forma de gobierno no devenga en otra u otras peores. Empero, con la democracia no pueden tener cualquier relación, pues la forma de gobierno de un país nos acompaña durante un largo período de tiempo y a veces toda la vida, razón por la cual no puede ser considerada un asunto menor a conveniencia o no.
Si observamos el mundo, sobre todo a Occidente, es fácil pensar que la conciencia política de los ciudadanos está despertando, por la cantidad de protestas, de activismo, etc., donde parecieran están atentos y vigilantes, siempre, a lo que deba ocurrir y no se muestran como meros espectadores. Pero cuidado, que no por ello debemos asumir que tienen un nivel de compromiso democrático suficiente, pues éste implica asumir responsabilidades con todo aquello con lo que nos hemos comprometido. Si nuestra participación directa o indirecta en la política se limita a formar parte de las masas revolucionarias, y no encaramos la actividad con la información, el compromiso y la seriedad que amerita, por más valerosa que parezca, es temeraria.
¿En qué puede ayudar el furor de las masas cuando lo que se defiende es una mentira? Sobran ejemplos en el mundo, subestimando la realidad para imponer una mentira a sus iguales, a quien, a menudo infravaloran y tratan con una condescendencia arrogante. Todo para imponer doctrinas irreales, muchas veces anticientíficas y casi siempre, con consecuencias graves, de todo tipo.
Hay una tendencia preocupante en nuestro país, en cuanto al respeto por el otro, sobre todo por el diferente. No se quién ni de donde surge la idea, que está saliendo bastante bien, de enfrentarnos a todos, sobre todo en torno a las ideas políticas, dividiéndonos permanentemente en bandos enemigos, que muchos parecen tomar e incorporar como parte de su ser y cuya imposición defienden sobre aquellos a los que, respecto a otras diferencias más profundas, tratarían como iguales.
Faltan, o no estamos encontrando como sociedad, ambientes, círculos y temas en los que todos poseemos un pensamiento común, unidireccional. Nos cuesta demasiado como país, encontrar causas comunes, pensamientos comunes, que trasciendan y estén por encima de las causas individuales. ¿Nos hemos puesto a pensar sobre nuestra identidad? ¿Cuál es? ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestra historia que todos y cada uno, compartimos? Finalmente, ¿qué país tenemos y qué país queremos? ¿Lo tenemos claro más allá de lo que no queremos? Hay que pensarlo, porque al final, hasta los que aparecen como revolucionarios, agitando masas, terminan siendo rebeldes sin causa. Incluso ellos. Hacen escándalo, generan alboroto, pero ¿y?
Generalmente agitan las masas con el oportunismo de erigir a salvadores mesiánicos, utilizando a sus dóciles seguidores para mantenerse vigentes, mejorar su status económico y social. Pero no pasan de eso, porque no hay un proyecto común detrás.
Sin embargo, los verdaderamente revolucionarios, son aquellos que se atreven a cuestionar al pensamiento o tendencia mayoritaria. Lamentable y generalmente son pocos, y cada vez menos los que los respetan. Se paga un costo altísimo por ir contra las imposiciones sociales y en el mejor de los casos, el resultado que obtienen es la marginación social. El respeto hacia el diferente, distinto, sucumbe ante la imposición de una visión única de la política como verdadera e irrefutable: CONMIGO O CONTRA MÍ, CON NOSOTROS O CONTRA NOSOTROS. Y esta perspectiva se observa y aprecia en mucho mayor medida, guste o no, lo admitan o no, de un lado que del otro.
He observado con buenos ojos, sobre todo a lo largo de estos últimos años, el aumento de la participación de los jóvenes y de la gente en general, en política, en el debate político, en el involucramiento con los temas del momento. No estoy hablando de militancia política activa, sino de involucramiento, de alguna manera, con la política. Sin embargo, se observa una participación de ciertos grupos, que parecen criticar al sistema pero en realidad, juegan a su favor. Tal vez, sin darse cuenta.
Muchos, aparentan o fungen ser «revolucionarios», pero veamos: ¿de qué suele ser consecuencia el triunfo de una revolución? De un gobierno en descomposición. ¿Y cuál suele ser su objetivo? Su inclusión en la cima y el ejercicio del poder mediante la expulsión de sus anteriores ocupantes. Estos alborotos, a veces son organizados o promovidos desde el poder, o desde una facción del poder, por lo tanto, ¿les parece que sean realmente revolucionarios, o son, más bien, piezas que los jugadores del sistema utilizan a su favor, con tremenda frialdad? Los títeres no se dan cuenta, o no se quieren dar cuenta de ello y hasta a veces aplauden.
Sin ir más lejos, ocurrió esta semana, cuando varios senadores de la mal llamada oposición aplaudían un comunicado de Fuerza Republicana sobre la “bravuconada” del Diputado Esgaib. Se han hecho eco del comunicado, destacándolo y mencionándolo como muy positivo, como si fuera que haciéndolo estaban ejerciendo su rol opositor. En realidad, no se están dando cuenta, o no quieren darse cuenta, que el mismo partido colorado les disputa y les está, también ganando, el rol de opositor.
He repetido hasta el cansancio que una de las grandes fortalezas del Partido Colorado es la debilidad de la oposición. Y al mismo tiempo, tener un oficio de poder tal, que le ha permitido ejercer al mismo tiempo, el rol de oficialismo y oposición, produciendo su propia alternancia en el poder, consecutivamente.
La oposición (que no es tal) parece no percibir que su rol destructivo debe dar lugar al constructivo, sabiendo que en la vereda de en frente, no necesitan construir sino ejercer el poder ganado. ¿A dónde lleva un rol meramente destructivo, y confrontativo como el que estamos viendo previo a la asunción del nuevo gobierno?
No sólo han fracaso en la conquista del poder, están perdiendo el poco poder opositor que les queda. Mientras persistan en este triste papel, alguien más seguirá ejerciendo, incluso la oposición. Ya sabemos quién.
Leí, alguna vez, que el hartazgo es uno de los venenos más dañinos para una democracia y la sitúan en el centro de la diana para el colectivismo carroñero, siempre atento, siempre oportuno, siempre dañino, siempre destructivo.
Si en verdad deseamos preservar una forma de gobierno, que sea lo más respetuosa posible con la libertad de los ciudadanos, pues eso dicen de la democracia, ha de haber un compromiso real con la política. Parte de ese compromiso consiste en informarse y no dejarse llevar por imposiciones y pensamientos mayoritarios sino por la razón. Quien se deja seducir sin cautela alguna solo puede ser conducido a una intransigencia arrolladora con los disidentes y, más tarde, con los afines. Muy por el contrario, adoptar una actitud crítica basada en la razón nos permitirá ver más allá, entender al distinto, al diferente y respetarlo… que no es poco.
Nuestra sociedad necesita líderes que encuentren soluciones, no que agiten masas. Lo que necesitamos ahora y en momentos de tanta dificultad, son líderes con un perfil completamente diferente a los que tenemos. Primero, que sepan encontrar soluciones. Aunque el problema sea muy complicado, es su obligación. Después, que sean capaces de hacer pedagogía, de explicar. Pero si lo que hacemos es agitar a las personas y apelar a los sentimientos, pero sin aportar, en ningún momento, motivos o razones, pues nos encontramos en esta situación de crispación permanente que nos está destruyendo como sociedad.
Al final, todos formamos parte del país y aquí tenemos gente que cada día sale a ganarse el pan, que tiene familia, amigos, compañeros… y las relaciones habituales entre personas se ven afectadas por estos alborotos promovidos por los actores políticos.
Mucha gente está pendiente de las noticias, de las decisiones que van tomando los distintos actores políticos y de momento, veo con preocupación un proceso en escalada, que muestra cada vez más protagonistas, desde el parlamento, que apelan a la incitación ciudadana, a la provocación, como si fuera que la ciudadanía no habló y de forma contundente hace un par de meses. Le están errando, y lo que están haciendo es peligroso.
¿Qué tal probar que somos capaces de hablar a pesar de ser diferentes? ¿Qué tal explicarnos el por qué pensamos distinto? ¿Qué tal probar vivir esto con normalidad? Es lo que el país no está haciendo porque nos han enfrentado a todos, unos contra otros.
En política, se requiere gente madura, adulta, que no enrede a la gente, que sea rigurosa. Que cada uno defienda sus ideas, su programa, sus convicciones, pero dejemos de hacernos trampa a nosotros mismos.
La oposición necesita tiempo para ordenar la casa y ponerse de acuerdo, porque la gente está esperando ver, de qué son capaces a futuro.
Por último, algo muy importante: cuidado con las señales que están dando, agitando cucos innecesariamente. Pues, si las personas creen que va a venir una situación de amenaza, es más probable que entren en pánico, incluso en ausencia de un peligro real. Y eso no es bueno; no lo necesitamos.