Si algo ha demostrado la ciencia moderna, en concreto, la biología, es que la humidad pudo sobrevivir como especie gracias a dos cosas: 1) la migración y 2) el mestizaje. La humanidad comparte el 99% de los genes de nuestro ADN. Las conquistas constantes y los intercambios sexuales han hecho que, básicamente, no existan razas puras.
Por otra parte, en el plano cultural, ninguna civilización se desarrolló de manera aislada. De hecho, nuestra hermosa lengua materna tiene palabras de origen árabe, entre ellas, pantalón, azúcar, algebra o almohada, y de raíz griega, por ejemplo, iglesia, farmacia, acróbata o teatro. Incluso en Bolivia, el español incorporó expresiones idiomáticas del quechua, yapa, por citar una. Ni hablar de nuestra gastronomía, que por mucho que se la considere «nacional», es, básicamente, una adaptación de la tradición culinaria del mediterráneo.
Entonces, si nadie puede reclamar ser puro y originario, ¿por qué la izquierda está tan obsesionada con las identidades étnicas en Bolivia?
Fácil, por poder.
La izquierda, en general, al igual que los virus, tiene una increíble capacidad de mutación, o, al menos, de rediseñar sus discursos y fetiches revolucionarios. La matriz es siempre la misma: opresor versus oprimido. Lo que era trabajador contra capitalistas, paso a ser blancos contra todas las demás etnias, mujeres contra hombres y homosexuales contra heterosexuales.

Obviamente, para poder saltar a la opinión pública necesitan construir esas «víctimas». En el caso de Bolivia, en especial, durante los 90, la artillería mediática y discursiva se concentró en figuras como Evo Morales y Felipe Quispe. El objetivo era presentarlos al país y al mundo como «líderes» sociales y «defensores» de los indígenas.
Usando esa narrativa, que contó con gran apoyo del biempensante progresismo occidental, justificaron todos los actos vandálicos que cometieron a inicios del Siglo XXI. Asesinaron salvajemente a policías y militares, violaron mujeres, destruyeron carreteras, intentaron magnicidios y derrocaron al presidente Sánchez de Lozada.
Una vez consumado su asalto al poder, Evo Morales y sus socios cubanos y venezolanos suplantaron la constitución nacional del año 94 por un estatuto dictatorial llamado: Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, cuyos objetivos centrales eran la permanencia indefinida en el poder y la entrega del país a la franquicia criminal del Socialismo del Siglo XXI.
Luego con esa misma épica fantasiosa fundaron el Fondo Indígena, una «conquista» social de los indígenas bolivianos. Sin embargo, terminó convertido en uno de los mayores escándalos de corrupción de la era del Movimiento al Socialismo (MAS) en el poder, con un daño confirmado millonario y miles de proyectos sin ejecutar. Al respecto, Iván Rada, director de www.visor21.com, expresa:
Proyectos inconclusos, pero con desembolsos totales; ovejas cara negra, de raza, que eran solo ganado pintado; pueblos fantasmas que recibían recursos; cursos de adoctrinamiento político alejados del concepto de desarrollo; así también se revelaban pagos y pagos a cuentas privadas de dirigentes como Felipa Huanca, Lidia Patty, Melva Hurtado, Juanita Ancieta, Julia Ramos, Victoria Justiniano, Joaquín Saloma, Celia Zúniga, Evarista Soto de Ramírez, Rolando Alí, René Jiménez o Damian Condori (éste último, asustado, devolvió el monto).
Hoy se conoce que los dirigentes de los «movimientos sociales» y «pueblos indígenas» recibieron en sus cuentas personales Bs 328 millones entre 2010 y 2011. Arce Catacora fue quien, en su calidad de ministro de Economía y miembro del Directorio del Fondo Indígena, autorizó esos desembolsos, pasando por alto la Ley Financial que impide traspasos directos de cuentas fiscales a cuentas bancarias particulares. Parte de esa red de corrupción y crimen fueron Juan Ramón Quintana y Nemesia Achacollo.
Bajo la farsa del indigenismo se formó una casta sindical y de crimen organizado. Nunca se trató de la defensa de los indígenas, porque simplemente no existen, sino de robar y lactar de las tetas del Estado.
Ahora mismo, esa misma estructura criminosa, ante la eliminación del subsidio a los combustibles mediante el Decreto Supremo 5503, está en pleno proceso de desestabilización y convulsión social. Sus banderas son las mismas: los «pobres», los «indígenas» y los «recursos naturales». Lo que nos demuestra que la verdadera brecha es moral: por un lado, estamos quienes queremos vivir y prosperar honestamente, por el otro, las huestes de bandidos y piratas del asfalto que pretenden delinquir libremente.




