Hay días en que uno siente que la política paraguaya se convirtió en un teatro de operaciones donde el guion es siempre el mismo: acusaciones ruidosas, indignación sobreactuada, declaraciones altisonantes… y cero pruebas. Los ciudadanos —usted, yo, todos— llevamos años viendo desfilar a ciertos políticos opositores que hablan y hablan sobre actos de corrupción aquí y allá, pero jamás los vemos frente a una ventanilla de tribunales, ni ante un fiscal, ni siquiera ante la opinión pública presentando documentos serios. ¿Sus pruebas? Palabras. Gritos. Y esa convicción casi paternalista de que la ciudadanía es estúpida y debe creerles porque sí.
¿Existe la corrupción? Por supuesto que sí. Sería ingenuo negarlo: pareciera casi parte de la condición humana. ¿Y qué quiero decir con eso? Que seguramente haya hechos reales que denunciar, investigar y probar donde corresponde. Pero entonces surge la pregunta inevitable: ¿Por qué no lo hacen? ¿Por qué eligen siempre el camino del escándalo mediático, de la acusación sin responsabilidad, del show sin consecuencias? ¿Será que todo es una puesta en escena? ¿Será que lo único que buscan es asustar, presionar y obtener algún beneficio personal? Preguntas que, por ahora, no encuentran respuesta.
El ejemplo más reciente es casi grotesco. El blanco de turno fue el INDERT y su presidente, Francisco Ruiz Díaz. Primero, lo acusaron de corrupción sin aportar evidencia alguna. Y como la denuncia mediática no prendió lo suficiente, aprovecharon un incendio en un edificio cercano para rematar con una acusación aún más delirante: que el incendio había sido provocado para “quemar archivos”. Pero cuando se supo que el fuego ni siquiera ocurrió en el edificio del INDERT sino en uno contiguo, todos hicieron lo que mejor saben hacer: borrar sus posteos, mirar hacia otro lado y seguir con su vida. Pero el daño ya estaba hecho. Porque el objetivo nunca fue la verdad, sino la operación.
Y esto que digo no es una impresión personal. Cualquiera puede entrar al Portal de la Corte Suprema de Justicia, al Observatorio de Causas de Corrupción, y hacer un ejercicio muy simple: elija el nombre de alguno de esos opositores que viven denunciando en los medios. Búsquelo entre los denunciantes formales. ¿Resultado?
Nada. No aparecen. No presentan denuncias. No prueban nada. Todo queda en el amparo de los fueros y en la comodidad de una cámara de TV donde basta ponerse cara de indignado para ser creído.
Como si el ciudadano fuese tonto. Como si con gritar más fuerte ya alcanzara para fabricar una verdad. No. Ya no alcanza.
Merecemos que se terminen los actos de corrupción. Pero también merecemos una clase política que deje de jugar a la manipulación. Paraguay no puede seguir siendo rehén del inconducente “arte” de la operación política.




