La política paraguaya vuelve a ser escenario de una guerra mediática que desnuda los intereses económicos detrás del discurso democrático. La diputada Johanna Ortega, quien hasta hace poco era presentada por los grandes medios como una de las figuras emergentes de la oposición, hoy es objeto de una campaña feroz de descrédito. Su “pecado”: haber planteado que la definición de candidaturas opositoras se realice mediante un método democrático, sustentado en el debate de ideas y en la voluntad popular.
Sin embargo, lo que se libra no es una pelea política, sino una batalla económica y de poder. Los grupos empresariales que controlan los medios de comunicación buscan imponer a sus propios candidatos —figuras dóciles y funcionales a sus intereses—, para garantizar que, en caso de llegar al poder, respondan a quienes los promovieron y no al pueblo. Así, la lucha por la democracia interna es desplazada por la lógica de los negocios, donde la opinión pública se moldea como un producto más.
En esta trama, la figura de Soledad Núñez y sus promotores mediáticos encarnan la estrategia de ahogar mediáticamente a su rival, negándose no solo al intercambio de ideas, sino también a cualquier mecanismo electoral abierto que someta las decisiones a los votos.
La escena recuerda al mito del dios Cronos, quien devoraba a sus propios hijos para evitar ser destronado. De igual modo, los medios —creadores de figuras políticas efímeras— terminan devorando a aquellos a quienes ellos mismos encumbraron, temerosos de perder el control del relato. En lugar de fortalecer el debate democrático, devoran la pluralidad y la crítica, preservando su trono de influencia y poder.




