El Cacique venció 3-1 ayer al Decano y dio otro paso firme hacia el título del clausura 2025. Pero más allá del resultado, el partido expuso dos realidades opuestas: la de un guaraní que sabe a lo que juega, y otra, la del franjeado, que transita sin alma ni rumbo un año deportivo desastroso.
El conjunto de Víctor Bernay fue práctico, sólido y letal. No necesitó dominar todos los pasajes del partido para hacerlo suyo. Aprovechó cada error para golpear en los momentos precisos. La presión alta del aurinegro desnudó la torpeza en la salida del local, que no lograba conectar tres pases seguidos sin sufrir sobresaltos.
Guaraní tiene identidad, convicción y una mentalidad competitiva que lo mantiene como el más regular del torneo. Su punto débil sigue siendo la concentración defensiva: en tramos del complemento se desordenó y permitió algunas llegadas aisladas, pero su superioridad fue indiscutible.
Del otro lado, lo de Olimpia es un espanto que se repite partido tras partido. La expulsión de Alex Franco fue el retrato de un equipo sin disciplina ni liderazgo. Ni Almeida ni nadie es capaz de despertar a un plantel sin carácter, que se hunde en la mediocridad mientras los hinchas asisten resignados a otro año perdido.
El gol del descuento fue apenas una ilusión pasajera antes del golpe final de Guaraní, que selló con autoridad un 3-1 inapelable.
Lo más alarmante es la resignación. Olimpia juega como si el escudo pesara demasiado, sin reacción, sin orgullo, sin jerarquía. Su 2025 es un fracaso rotundo: eliminado temprano de la Copa Paraguay, ausente en la pelea internacional y superado ampliamente en el campeonato doméstico. Este equipo no compite, apenas sobrevive.
Guaraní, con oficio y hambre, va camino a la gloria (aparentemente). Olimpia, con apatía y confusión, se hunde en la historia más triste de su presente reciente.




