Tras los acontecimientos en países como Nepal, Indonesia o Perú, donde en medio de estallidos sociales contra regímenes socialistas los manifestantes utilizaron el símbolo de los Sombreros de Paja para expresar la lucha por la libertad, en Paraguay se percibe con claridad la ausencia de lo que en otros tiempos fue un factor clave: el financiamiento de la USAID.
Aprovechando el contexto internacional y recurriendo de manera creativa a símbolos como el Jolly Roger —la bandera pirata de los Mugiwara en el manga One Piece—, los jóvenes en distintos lugares del mundo encontraron un emblema de resistencia. La historia de la tripulación liderada por Luffy, el Sombrero de Paja, que en su búsqueda del One Piece termina enfrentándose al Gobierno Mundial (una alegoría de la ONU), resonó con las ansias de libertad de la generación Z. En el relato, los piratas derrocan gobiernos opresores —miembros del Gobierno Mundial— y, sin proponérselo, terminan siendo catalizadores de revoluciones populares.
Estrenada en 1997, la obra de Eiichiro Oda es una de las producciones culturales más influyentes de la historia moderna. El autor ocupa hoy el séptimo lugar entre los escritores más vendidos de todos los tiempos, con un manga que sigue siendo el más leído a nivel global, un anime en emisión ininterrumpida desde 1999 con más de 1.120 capítulos, además de adaptaciones live action y remakes. Este impacto cultural explica por qué su mensaje de libertad traspasó la ficción y se filtró en la realidad, al punto de que la Jolly Roger se convirtió en un símbolo recurrente entre la generación Z en todo el mundo.
¿Y en Paraguay?
Aquí la historia fue distinta. Mientras que en otras latitudes la aparición del símbolo fue espontánea y terminó viralizándose con la fuerza de los memes —con frases como “One Piece no rompe internet, rompe la realidad”—, en Paraguay desde el inicio se intentó imponer su uso como herramienta de captación política. De hecho, el símbolo aparece ya en el perfil de TikTok de los organizadores, como marca de identificación previa.
El resultado, sin embargo, no fue el mismo. A nivel global, una sola imagen viral puede multiplicar el efecto de las protestas y dar visibilidad a la lucha contra gobiernos despóticos. Pero en Paraguay, donde la protesta carecía de un reclamo concreto, la organización fue débil, la convocatoria escasa y la movilización poco orgánica. Sin el respaldo financiero de la USAID, todo terminó pareciendo más un intento de fabricar actores políticos que un verdadero grito de libertad, como sí ocurrió en Nepal o Indonesia.
Ante la poca asistencia, lo que más trascendió no fue la protesta en sí, sino la supuesta “desproporción” en la respuesta del Estado: algunas detenciones e identificaciones de participantes. Esto terminó potenciando la imagen de los señalados y alimentando la construcción mediática de nuevos referentes políticos “exprés”, al estilo de Kattya González. Así, un evento sin objetivos claros y con mínima convocatoria se transformó, gracias a la cobertura anticipada de medios tradicionales, en un debate nacional sobre una manifestación que nadie termina de entender contra qué era, pero que igualmente acaparó portadas y noticieros.




