El auge del partido Sanseito en Japón no es una casualidad ni un fenómeno aislado. Su lema, “Japan First”, sintetiza un sentimiento que recorre no solo a Japón, sino a buena parte del mundo: la fatiga social frente al extremismo ideológico de la izquierda global. Tras años en que se impuso un discurso único, que buscaba moldear las costumbres, las tradiciones y hasta la identidad misma de las personas, la sociedad japonesa empieza a decir basta.
Su líder, Sohei Kamiya, conecta con esa mayoría silenciosa que se siente marginada por agendas que poco tienen que ver con los problemas reales de la gente. La propuesta de limitar la inmigración y rechazar la imposición del matrimonio igualitario no es un retroceso, sino un intento de defender la coherencia cultural y social de Japón, frente a modelos importados que no responden a su historia ni a su realidad.
El giro político japonés refleja algo más grande: el mismo patrón que se observa en Europa y Estados Unidos, donde partidos conservadores crecen porque ponen el interés nacional por encima de los mandatos de organismos internacionales y ONGs ideologizadas. El llamado “avance progresista” terminó convertido en una maquinaria de imposición, que ahora encuentra resistencia en sociedades que no están dispuestas a renunciar a su identidad.
Japón, al igual que otras naciones, enfrenta un dilema crucial: ceder a la presión de agendas globales o reafirmar su derecho soberano a decidir su futuro. El ascenso de Sanseito indica que cada vez más ciudadanos prefieren lo segundo. Y lejos de ser un paso atrás, puede significar el inicio de una nueva etapa de madurez política, en la que el pueblo japonés se sacude de los dogmas y vuelve a poner en el centro lo que siempre fue esencial: su cultura, su familia y su nación.