Miles de paraguayos salieron a las calles a festejar la clasificación al Mundial de Fútbol. Hubo banderas, bocinazos, caravanas y hasta concentraciones masivas. Todo espontáneo, todo genuino. El pueblo celebró como siempre lo hace: a lo grande, sin necesidad de pedir permiso.
Pero claro, para la izquierda, esa misma multitud “no cuenta”. ¿Por qué? Porque no encaja en su manual ideológico. Si la gente se moviliza por fútbol, lo llaman “alienación”. Si protesta contra la corrupción fuera de sus agendas, es “funcional al poder”. En cambio, si ellos convocan —aunque junten apenas a unas decenas— lo presentan como “el despertar de las masas”.
La soberbia es tal que pretenden decidir cuándo el pueblo debe estar enojado y con qué debe indignarse. Como si la ciudadanía necesitara de su tutoría moral para saber qué celebrar o contra qué rebelarse.
Lo que quedó claro con esta clasificación es que la gente, cuando quiere, se moviliza sola. Sale a la calle sin pedir permiso, sin guion político, sin la necesidad de que un iluminado le marque el paso. Y ahí es donde la izquierda se incomoda: porque entienden que un pueblo que celebra y se une sin consignas partidarias es un pueblo al que ellos no controlan.
Quizás la verdadera lección de estos festejos sea esta: la voz del pueblo es libre, y no necesita manuales ni adoctrinadores para expresarse.