Ayer, en Luque, la concejal del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), María Belén Maldonado, protagonizó un hecho que generó debate público: le planteó un reclamo al presidente de la República, Santiago Peña. El planteamiento puede ser legítimo y hasta necesario según la óptica de quien lo analice. Sin embargo, lo que estuvo profundamente equivocado fueron las formas elegidas.
Quitarle el micrófono al presidente de la República, sea este de nuestro agrado o no, está mal. Y lo está en distintos niveles. En primer lugar, porque se trata de la máxima autoridad institucional del país, y en un acto público rigen protocolos que no son capricho, sino parte del orden democrático. En segundo lugar, porque el gesto desplaza la atención del fondo del reclamo hacia el escándalo de la interrupción. Así, lo que podría haber sido una denuncia seria queda reducido a una anécdota bochornosa.
La democracia no se construye solo con elecciones libres, sino también con respeto a las reglas de convivencia cívica. Fondo y forma deben ir de la mano: el contenido de un reclamo necesita de un canal adecuado para ser legítimo y eficaz. Cuando se desatiende la forma, se debilita la causa y se erosiona la institucionalidad.
Hechos como este, lejos de fortalecer una causa, terminan revelando otra intención: la de hacer proselitismo o simplemente buscar visibilidad a través del escándalo, cuando esa visibilidad no se logra por medios legítimos. Y eso no solo no enriquece el debate democrático, sino que lo degrada.
Si queremos una democracia firme y sólida, debemos cuidar también las formas. Porque no se trata de simpatías políticas ni de afinidades partidarias: se trata de preservar el respeto a las instituciones, que son la base misma de la república.