Las estadísticas sociales y económicas de Paraguay reflejan un panorama con claroscuros. Por un lado, la pobreza bajó del 22,3% al 20,1% en un año, lo que representa que 118.000 personas lograron salir de esa situación. La pobreza extrema también registró un descenso: pasó del 4,7% al 4,1%, con 30.000 personas menos viviendo en condiciones críticas.
El Programa Hambre Cero fue uno de los grandes impulsores de esta mejora. En apenas un año alcanzó una cobertura total hasta el 9° grado, partiendo de apenas un 5% inicial. Hoy beneficia a más de 1 millón de niños en 7.000 escuelas de 263 distritos, y ha entregado 250 millones de raciones alimenticias.
Además, “Hambre Cero”, generó 20.000 empleos directos, principalmente para cocineras registradas en el IPS, y a través de las MIPYMES y la agricultura familiar, que proveen los insumos. Cada empleo directo generó a su vez tres indirectos, ampliando el impacto económico y social.
Sin embargo, no todo son buenas noticias. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) proyectó que la inversión extranjera directa en Paraguay se redujo más de un 30% en 2024, al pasar de los US$ 576 millones en 2023 a apenas US$ 400 millones. Cabe recordar que se trata de una proyección y la cifra oficial recién se conocerá en octubre, pero el dato anticipa una señal de alerta.
El balance de estos números permite una doble lectura: en el plano social, las políticas implementadas lograron avances concretos, especialmente en la reducción de la pobreza y la mejora de la alimentación infantil. No obstante, en el plano económico, la fuerte caída de la inversión extranjera plantea un desafío serio para la sostenibilidad de esos logros. El país se enfrenta a la paradoja de mostrar avances sociales en medio de una desaceleración en la confianza internacional para invertir, lo que obliga a reforzar estrategias que aseguren crecimiento económico estable junto con desarrollo social.