Por Orlando Gutiérrez Boronat*
El 30 de julio de 2025, el gobierno de Taiwán anunció que el camarón proveniente de Belice podrá ingresar al mercado taiwanés sin aranceles. Esta decisión trasciende lo puramente comercial: representa el compromisos sostenido de Taiwán con una diplomacia orientada al respeto mutuo, la confianza entre aliados y el desarrollo compartido, especialmente con países de América Latina y el Caribe que comparten principios democráticos.
Mientras Belice celebra esta ampliación de vínculos económicos y diplomáticos, Honduras enfrenta las consecuencias de una apuesta mal calculada. Desde que en marzo de 2023 rompiera relaciones con Taiwán para acercarse a la República Popular China, el país centroamericano ha visto colapsar una de sus principales industrias de exportación: la camaronera. De acuerdo con reportes periodísticos, las exportaciones hacia Taiwán cayeron en un 74 %, pasando de 2,580 millones de libras a apenas 840 millones. Esta caída se tradujo en la pérdidas miles de empleos en comunidades costeras y una notable reducción en el ingreso de divisas.
Las promesas de acceso privilegiado al mercado chino se desvanecieron rápidamente. Lejos de generar nuevas oportunidades reales, China absorbió volúmenes mínimos de exportación a precios bajos y sin garantías de estabilidad, dejando a Honduras atrapada entre la frustración económica y una creciente dependencia geopolítica.
Pero la situación no se limita al terreno económico. En el contexto de las elecciones presidenciales hondureñas de noviembre de 2025, dos candidatos clave —Salvador Nasralla (Partido Liberal) y Nasry “Tito” Asfura (Partido Nacional)— han manifestado su intención de restablecer relaciones diplomáticas con Taiwán si son electos. Nasralla, exvicepresidente, expresó que “Honduras estaba mucho mejor cuando cooperaba con Taiwán”, mientras que Asfura propuso una política exterior basada en una alianza estratégica con Estados Unidos, Israel y Taiwán.
Estas declaraciones provocaron una reacción inmediata por parte de la Embajada China en Tegucigalpa, la cual instó públicamente a los candidatos a “corregir sus palabras antes de que sea demasiado tarde”. Este tipo de advertencia diplomática encubierta evidencia la forma en que Pekín no tolera la independencia política de sus “socios” y recurre a presiones directas para condicionar el debate interno de los países.
De forma paralela, esta dinámica autoritaria también ha llegado al Caribe. En julio de 2025, el político y académico dominicano Pelegrín Castillo denunció públicamente el doble rasero de China en la región del Gran Caribe, criticando su uso geopolítico del área frente a Estados Unidos y su indiferencia ante la crisis en Haití. La Embajada de China en Santo Domingo respondió con un comunicado enérgico, tachando sus declaraciones de “infundadas, erráticas y cargadas de prejuicios ideológicos”, y sugiriendo que el académico debía retractarse. Este intento por silenciar una voz crítica demuestra nuevamente el patrón de censura que China busca imponer incluso fuera del continente sudamericano.
Estos casos revelan un modelo diplomático profundamente autoritario: Pekín intercambia promesas por obediencia, distorsiona los mercados mediante subsidios desleales y reprime cualquier voz que cuestione su narrativa. América Latina y el Caribe, regiones con una larga historia de lucha por la autodeterminación, no pueden permitir que sus decisiones soberanas sean tratadas como piezas de ajedrez en un juego de poder extranjero.
Frente a este enfoque coercitivo, Taiwán ha construido un modelo alternativo de política exterior centrado en la Diplomacia Integrada. A diferencia de los métodos de otros actores globales, Taiwán no impone condiciones políticas ni se aprovecha de desequilibrios estructurales. Por el contrario, promueve beneficios tangibles y asistencia adaptada a las prioridades locales. Un ejemplo claro de esto es el reciente acuerdo que permite la entrada libre de aranceles del camarón beliceño al mercado taiwanés.
Este enfoque también se ha reflejado en proyectos conjuntos con Guatemala, Paraguay y Esuatini, donde se han desarrollado programas integrales en educación técnica, agricultura sostenible, salud comunitaria y transformación digital. Todas estas iniciativas parten de una lógica de corresponsabilidad y respeto por la soberanía del país receptor, generando impactos concretos y sostenibles.
Para Taiwán, la cooperación internacional no es una herramienta de dominación, sino una plataforma de desarrollo mutuo. Sus aliados no son subalternos ni clientes, sino naciones amigas que avanzan juntas hacia un futuro más justo, libre y próspero.
La experiencia hondureña debe servir como advertencia para otros países de la región que, en los últimos años, han optado por cortar lazos con Taiwán a cambio de promesas a corto plazo provenientes de China. Panamá, por ejemplo, podría replantearse si los compromisos adquiridos con Pekín han resultado en un desarrollo real o solo han generado una dependencia estructural que limita su capacidad de decisión soberana.
Retomar vínculos con Taiwán no es una nostalgia diplomática, sino una decisión estratégica orientada a la autonomía, la cooperación genuina y la construcción de un futuro más equilibrado. Taiwán ha demostrado con hechos —y no con propaganda— que es un socio transparente, confiable y firmemente comprometido con el bienestar de sus aliados.
*Orlando Gutiérrez-Boronat es portavoz del Directorio Democrático Cubano, miembro de la Asamblea de la Resistencia Cubana (una coalición de grupos anticomunistas cubanos dentro y fuera de Cuba), conferencista invitado en la Universidad de Georgetown y líder comunitario.