En las últimas semanas, varios gobiernos europeos han intensificado la presión sobre Israel, advirtiendo que reconocerán unilateralmente al Estado Palestino si no se produce un cese inmediato del conflicto con Hamas. Esta amenaza, presentada como un acto de “justicia histórica”, plantea serias dudas no solo en términos diplomáticos, sino también jurídicos y éticos.
Cuando un grupo de países condiciona el reconocimiento de un Estado —un acto soberano que debería estar basado en criterios objetivos— al comportamiento de otro Estado, la línea entre la diplomacia legítima y la extorsión política comienza a desdibujarse. No se trata aquí de una decisión jurídica basada en el cumplimiento de los criterios del derecho internacional, sino de una herramienta de presión que busca obligar a Israel a cambiar su postura militar o política bajo amenaza de aislamiento simbólico.
La pregunta clave es: ¿quién inició el conflicto? El 7 de octubre de 2023, Israel fue víctima de un brutal ataque terrorista perpetrado por Hamas, en el que asesinaron a más de 1.200 personas, muchas de ellas civiles, y se secuestraron a cientos más. Fue un acto de guerra deliberado y premeditado, que activó el derecho legítimo de defensa reconocido por el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas. Pretender que Israel deponga sus armas sin garantizar su seguridad o la desarticulación del aparato terrorista equivale a exigirle la rendición unilateral.
El reconocimiento de un Estado es una prerrogativa soberana de cada país. Sin embargo, en el contexto del derecho internacional, hay criterios mínimos que deben cumplirse: territorio definido, población permanente, gobierno efectivo y capacidad para establecer relaciones internacionales. Actualmente, la Autoridad Nacional Palestina no tiene control efectivo sobre Gaza (que está bajo dominio de Hamas) y su gobernanza en Cisjordania está fragmentada y debilitada. Reconocer un “Estado” que no cumple estos criterios debilita los principios del derecho internacional y premia la violencia como mecanismo de negociación.
Además, se omite un punto fundamental: el reconocimiento del Estado palestino fue ofrecido en múltiples ocasiones durante negociaciones de paz, desde Oslo hasta Camp David y Annapolis, siempre condicionado al abandono del terrorismo y al reconocimiento del derecho de Israel a existir. Nunca fue rechazado el reconocimiento palestino por capricho, sino por la negativa persistente de sus líderes a aceptar un acuerdo que garantice la coexistencia pacífica.
Amenazar a Israel con el reconocimiento del Estado Palestino como castigo por ejercer su derecho a la defensa no solo es un acto diplomáticamente cuestionable: sienta un peligroso precedente donde el terrorismo obtiene dividendos políticos. Más que contribuir a la paz, este tipo de presiones pueden consolidar la idea de que la violencia es el camino más corto hacia la legitimidad internacional.