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Home Analisis

Sionismo, judaísmo y el Israel moderno

by Emilio Urdapilleta
22 de junio de 2025
in Analisis
1
Sionismo, judaísmo y el Israel moderno
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Regreso de la cueva en la que estaba pernoctando en un largo descanso de artículos y ensayos para enfrentar a la turba enardecida que, estoy seguro, no está lista para la complejidad ni mucho menos para un rosario de suma teológica, salvo excepciones honrosas, que siempre existen.

Este texto no está exento de riesgos. Los tiempos en que vivimos, supuestamente de «libertad de expresión», son más opresivos que nunca; no se tolera ni se acepta al pensamiento disidente ni mucho menos a los análisis que impliquen salirse de meras consignas pre-digeridas. Además, la ignorancia suele ser muy atrevida y puede conducirnos, a todos, a cometer errores de compresión, de interpretación, de análisis.

En efecto, yo mismo, en mi tierna juventud, cuando era «ateo-paganista» asiduo partícipe del más inmundo y fascinante black metal escandinavo, hace casi 15 años atrás, sentía desprecio absoluto por todas las «religiones abrahámicas», a las que consideraba como fuente de la decadencia y la pestilencia del mundo moderno; dije cosas de las que no me siento orgulloso, no tengo problema en reconocer mis errores del pasado y creo que esto quedó bastante claro. Pero en mi favor, puedo afirmar que tuve tiempo para reconocer los graves fallos que cometí por ignorante y «ñembo rebelde», y traté de enmendarme lo más posible desde entonces (mis abuelas rezaban mucho por mí seguramente).

Existe en la actualidad un tremendo equívoco y una notable confusión conceptual en muchas personas (lo sé por experiencia propia) y consiste en que tratan de equiparar e igualar tres conceptos que son completamente distintos entre sí: «sionismo», «judaísmo» y el «Israel bíblico». También yo, cuando andaba perdido en la más supina y atrevida ignorancia por falta de criterio y de una sana guía intelectual, lo hacía y «metía a todo dentro de la misma bolsa».

C0n los defectos propios de un ser humano que cometió varios errores en su vida, creo que es mi deber escribir sobre este tema. ¿Existe la posibilidad de que siga estando equivocado en mucho de lo que describiré a continuación? ¡Claro que sí! En todo caso, mis errores, sí es que los tengo, serán honestos y siempre estoy dispuesto (a diferencia de otros) a enmendarlos con la condición de que me demuestren con buenos y claros argumentos que estoy errado.

Luego de todo ese preludio, empecemos diciendo que el «judaísmo» es una religión. No una «raza» ni una «etnia» sino una «religión». Se perfectamente que esto impactará a muchos pero los hechos son esos: el «judaísmo» es una religión.

¿Cuándo se origina? Es difícil decirlo pero podríamos poner su punto de partida habitualmente reconocido en la promesa que Yahvé Dios hizo al patriarca Abrahán:

«Esta es mi alianza que yo pactaré contigo. Tú serás padre de una multitud de naciones, no te llamarás más Abram sino Abrahán, pues te tengo destinado a ser padre de una multitud de naciones. Yo te haré crecer sin límites, de ti saldrán naciones y reyes de generación en generación. Pacto mi alianza contigo y con tu descendencia después de ti. Ésta es una alianza eterna…».

[Gen. 17, 4 – 7].

Como puede leerse, en este fragmento no aparece la palabra «Israel» pero sí se puede hallar en varios pasajes del Génesis que Yahvé reiteró a Abrahán la promesa diciéndole que «a través de su simiente, todas las naciones de la tierra serían bendecidas».

De entrada podemos ver que la religión que surgió con Abrahán no estaba limitada a «una nación» pues el primer patriarca fue declarado «padre de una multitud de naciones» y además, esa promesa estaba dirigida para sus descendientes, para sus hijos, aquellos a quienes el propio Abrahán circuncidó como se lo mandó Dios. ¿Y quiénes eran estos descendientes? Isaac, el legítimo heredero pero también Ismael, al que Yahvé aceptó como hijo de Abrahán diciéndole que «yo lo bendeciré y le daré una descendencia muy grande y muy numerosa; será el padre de doce príncipes y haré de él una gran nación».

¿Qué significa todo esto? Prima facie, que la promesa de Dios no estaba limitada a «una sola nación» sino a los descendientes de Abrahán. ¿Y quiénes eran estos descendientes de Abrahán? Los que aceptaban los mandamientos de Dios y se sometían a sus leyes, a su circuncisión y creían en sus palabras. ¿Y estos eran «todos» los que formaban parte del pueblo hebreo (que también llamamos judío) o solamente algunos, que se mantenían firmes en las enseñanzas de Yahvé? Todo el Antiguo Testamento nos muestra los castigos que Dios mandaba «al rollete» del pueblo hebreo por adorar a ídolos, por su poca fe, por desobedecerle infinitas veces, etcétera; no obstante, siempre había un puñado de «judíos justos» que salvaban al resto de la aniquilación total pues se conservaban incólumes en las enseñanzas de Yahvé y el Divino Hacedor les tenía misericordia, al fin y al cabo.

De igual manera, no debe olvidarse que el libro de los Reyes nos cuenta que diez de las «doce tribus de Israel» se perdieron para siempre (2 Reyes, 17) por sus pecados e iniquidades y solamente sobrevivió el reino de Judá; esto es, que Yahvé castigó y castigó, hasta el punto de que «desheredó» (por usar una palabra) a varios del antiguo pueblo hebreo por no conservarse firmes en la fe. ¡Estaba prefigurado!

El judaísmo, según las propias Sagradas Escrituras, nunca se trató de una «cuestión racial o étnica» sino que era una pertenencia enteramente «religiosa»: el que creía en Yahvé (el prosélito), se sometía a sus mandamientos y leyes, recibía eventualmente la circuncisión y así formaba parte del pueblo hebreo. ¡Era religión, no raza ni etnia ni nacionalidad!

Los judíos de la actualidad, por supuesto, discuten estos asuntos y «donde haya dos judíos debatiendo, siempre habrán cuatro opiniones» como ellos mismos afirman. Sin embargo, para los cristianos, este tema no acepta discusiones pues el mismísimo San Pablo Apóstol (que era un rabino fariseo de la escuela de Gamaliel) explicó en sus cartas lo que significa formar parte de lo que llamamos el «Israel Bíblico». Lo hizo en su epístola a los Romanos, por ejemplo, pero fue bastante explícito en la misiva que dirigió a los Gálatas:

«Acuérdense de Abrahán: Creyó a Dios, que se lo tomó en cuenta y lo consideró un justo. Entiendan, pues, que quienes toman el camino de la fe son hijos de Abrahán. La Escritura anticipó que Dios daría a los paganos la verdadera rectitud por el camino de la fe. Por eso Abrahán recibió esta promesa: la bendición pasará de ti a todas las naciones. Así los que entran por la fe reciben la bendición junto con el creyente Abrahán. Por el contrario, pesa una maldición sobre todos los que se van a las observancias, pues está escrito: maldito el que no cumple siempre todo lo que está escrito en la Ley. Con la Ley nadie llega a ser justo a los ojos de Dios; la cosa es cierta, pues el justo vivirá por la fe, y la Ley no da lugar a la fe cuando dice: El que cumple estas cosas tendrá vida por medio de ellas. Pero Cristo nos ha rescatado de la maldición de la Ley, al hacerse maldición por nosotros, como dice la Escritura: maldito todo el que está colgado de un madero. De este modo la bendición de Abrahán alcanzó a las naciones paganas en Cristo Jesús: por la fe recibimos la promesa, que es el Espíritu. Hermanos, tomemos una comparación. Cuando alguien ha hecho su testamento en debida forma, nadie puede anularlo ni agregarle nada. En el caso de Abrahán, las promesas eran para él y para su descendencia. La Escritura no dice para los descendientes, como si hubiera varios, sino que habla en singular: para tu descendencia, y ésta es Cristo». [Gal. 3, 6 – 16].

Dos cosas quedan clarísimas: primero, que los herederos de Abrahán son los que creen en Cristo Jesús y segundo, que los que no aceptan a Jesucristo están sometidos a la antigua ley y «con la Ley nadie llega a ser justo a los ojos de Dios». Es más, San Pablo es muy severo pues afirma que «pesa una maldición» sobre los que persisten en la antigua ley… ¡Quien quiera entender, que entienda!

Por estos caminos vamos resolviendo la pregunta sobre el «Israel Bíblico». ¿Quiénes son el «Israel Bíblico», los descendientes de Abrahán? Respuesta sencilla: los que creen en Jesucristo, el Rey de los Judíos. Y hasta podría añadir aquí varios pasajes del Santo Evangelio que ratifican lo que estoy afirmando, pero me conformo con recomendarles la lectura, enterita y sin omisiones, del capítulo 8 del Evangelio Según San Juan. Mi frase bíblica favorita está allí, en Juan 8, 32.

Entonces, ¿qué es el judaísmo? Una religión antigua que se origina con el patriarca Abrahán y que continuó en sus descendientes, en esos que permanecieron firmes en la antigua fe y esperaban la venida del Salvador y Redentor. ¿Y quiénes son los descendientes de Abrahán? Aquellos que creen en Jesucristo, el Mesías, el Rey de los Judíos: es decir, son los cristianos.

Sí es que se puede hablar de un «Israel Bíblico», pues se trata de este y no de otro: los cristianos, los que reconocieron al esperado Mesías, pues eran verdaderos descendientes de los hebreos, hombres y mujeres justos que se mantuvieron firmes en la fe y heredaron la promesa de Abrahán en Cristo Jesús. ¿Y qué significa esto? Pues que los cristianos somos «el único y verdadero Israel» y los «únicos y verdaderos descendientes del antiguo pueblo hebreo o judío».

Reitero: los cristianos somos «el único y verdadero Israel» y los «únicos y verdaderos descendientes del antiguo pueblo hebreo, el de la religión que conocemos actualmente como judía».

¿Crees en esto, hermanito protestante?

(Sí, con los protestantes «jeyma» es mi tema, pero bueno, no se enojen, yo les quiero mucho, hermanitos protestantes, mal llamados «evangélicos» en Paraguay; porque les quiero les aporreo).

¿Crees que Jesucristo es el Mesías, el Rey de los Judíos, el Salvador prometido por Yahvé? ¿Crees que solamente aquellos que entregan toda su alma y su fe a Jesucristo pueden encontrar la Vida Eterna?

Piensa bien tu respuesta, hermano protestante… Piensa bien…

Porque sí tu contestación es afirmativa, entonces debes entender que hay un gravísimo problema con tu idolatría al llamado «Estado de Israel» posmoderno, que prima facie, nada tiene que ver con el «Israel Bíblico».

Y aquí llegamos al punto del «sionismo».

El «sionismo» es una ideología política que surgió en la segunda mitad del siglo XIX de dos austríacos de raíces judías (aunque ambos eran ateos): Max Nordau y principalmente Theodor Herzl, quienes buscaban la creación de un moderno «Estado de Israel» en el actual territorio de Palestina (o en su defecto, en la Patagonia). Por descontado debe darse que a pesar del nombre, ese moderno «Estado de Israel» nada tiene que ver con lo que hoy se denomina «Israel Bíblico». Y sí hace falta una «reductio ab absurdum» para dejarlo bien en claro, diré simplemente que yo tengo un amigo que se llama Julio César, pero no porque sus papás le pusieron de nombre «Julio César» significa que él es el legítimo heredero y descendiente del dictador y gran general romano Julio César, el que fue asesinado por sus dizque mejores amigos y parientes, entre ellos Marco Bruto. ¿Verdad?

Pero bueno, los dos padres del «sionismo», Herzl y Nordau, por su declarado ateísmo, desde el comienzo estuvieron enemistados con el elemento más religioso del actual judaísmo, pues la facción hebraica ultra ortodoxa considera que es su supuesto «verdadero Mesías» quien tiene que restablecer al «Reino de Israel», y por ende, el actual «Estado de Israel» (que para colmo surgió de dos ateos declarados) no tiene una auténtica raíz judía. ¿Ya vieron por qué los propios judíos dicen que «donde hay dos judíos, siempre existirán cuatro opiniones distintas»? ¡Incluso ellos mismos discuten el asunto de la legitimidad del movimiento «sionista»!

En favor del «sionismo» debe decirse que, sí se lo entiende como un «sano nacionalismo defensivo» ante la actual situación realmente existente en la que la existencia del moderno Estado de Israel es un «fait accompli», en sí mismo nada de malo tiene. Yo creo en los estados nacionales, pues con sus defectos, generalmente surgen de la «naturaleza de las cosas», incluso sí en ocasiones esto se encuentre vinculado con guerras y conquistas territoriales (lo que no significa que todos los «estados nacionales» sean entidades que existen desde siempre o que tengan alguna especie de mandato divino, idea absurda). De esta manera, el «sionismo» visto como un nacionalismo defensivo de los actuales israelíes, no es necesariamente malo, reitero.

Pero cuando el «sionismo» se convierte en una presunta justificación para que el moderno Estado de Israel cometa todo tipo de atrocidades inenarrables contra el pueblo palestino, cuando el «sionismo» mentirosamente pretende equiparar al moderno Estado de Israel con la antigua religión judía, cuando el «sionismo» siempre busca ponerse en un falso papel de víctima mientras comete inexplicables e incomprensibles actos de agresión contra países vecinos (más allá de los motivos o excusas, válidas o no, que puedan esgrimirse al respecto), cuando el «sionismo» busca engañar a los cristianos haciéndoles creer doctrinas que son abiertamente anticristianas e incluso anti-judaicas, digo que en estos casos y en otros tantos más que por brevedad no menciono, el «sionismo» es una verdadera maldición para la humanidad entera.

Hermanito protestante, es tiempo de que empieces a ser verdaderamente cristiano de una buena vez. Para nosotros, los católicos (pecadores y llenos de errores, como yo), la cosa es demasiado clara, gracias a Dios… ¡Ustedes idolatran al moderno Estado de Israel (cosa que ni los actuales judíos hacen)! ¡Nosotros, como los legítimos descendientes de Abrahán, solamente adoramos a nuestro Salvador y Mesías, el Rey de los Judíos, Jesucristo!

Yo rezo por la conversión del pueblo judío… Tengo personas extremadamente cercanas en mi vida que son judíos conversos, con las que convivo de manera cotidiana y son muy buena gente… Casi todas las noches les tengo en mis oraciones para que reconozcan al Mesías y vuelvan al redil de los descendientes de Abrahán…

Y en el fondo de su corazón, ellos bien saben que «no todos los judíos son sionistas, ni todos los sionistas son judíos». Es más, hoy podría decirse que la gran mayoría de los sionistas ni siquiera son judíos, mucho menos israelíes.

Creo que los actuales líderes religiosos judíos harán un gran bien a sus prosélitos al recordar por todas partes que «no todos los judíos son sionistas ni todos los sionistas son judíos». Porque en este mundo existe la ignorancia y muchas personas podrían querer «meter a todos en la misma bolsa». Yo sé de lo que les hablo… Y ustedes también lo saben, tal vez mejor que nadie…

Concluyo este artículo mientras escucho el concierto para piano N° 03 de ese genio que fue iluminista pero luego se arrepintió y volvió a la única fe verdadera (el catolicismo), Ludwig van Beethoven, en versión del pianista argentino-israelí Daniel Baremboin y bajo la batuta del director de la Orquesta Filarmónica de Israel, Zubin Mehta. No puedo menos que admirar al gigante Daniel Baremboin, quien ahora padece la enfermedad de Parkinson; hombre que desde el principio de su ilustrísima carrera está luchando para conseguir la pacificación y la armonía entre el Estado de Israel y el Estado de Palestina. De hecho, Baremboin es orgulloso ciudadano de Israel y también lo es de Palestina (esto último es simbólico pero importantísimo, pues Palestina no está reconocida como nación soberana por la gran mayoría de los países del mundo).

Todos los pueblos del planeta merecen respeto y también, dentro de lo racional, lo merecen todas las religiones (hasta los protestantes mal llamados «evangélicos»). Cuando escucho a Daniel Baremboin en el piano, con el hindú Zubin Mehta dirigiendo a la Filarmónica de Israel mientras tocan música del católico «que volvió al redil» Ludwig van Beethoven, me viene a la mente cierto romántico idealismo… ¡Estoy seguro que el argentino Daniel Baremboin ama al Estado de Israel y por esa misma razón, lucha por una Palestina Libre, reconocida en su noble causa y respetada por el mundo entero! Creo que este mensaje nos sirve de colofón para demostrar eso que planteamos en algún punto de este artículo: «no todos los judíos son sionistas, ni todos los sionistas son judíos».

Y por supuesto, sin la Iglesia Católica, no hay Ludwig van Beethoven. ¡Nuestra supremacía estética es incontestable! ¡Extra Ecclesiam Nulla Salus!

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Comments 1

  1. Eduardo Massó says:
    5 horas ago

    Coco Basilr: «los genios hacen eso, tenes que cerrar el estadio».

    Responder

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