La violencia política en América Latina no es un fenómeno nuevo. Pero lo verdaderamente inquietante es que, cada vez que se desenmascara a los responsables, son siempre los mismos. Una y otra vez, las fuerzas vinculadas a la izquierda radical recurren a la violencia como herramienta de poder, como si el asesinato pudiera reemplazar al argumento, y las balas al voto.
En 2018, el entonces candidato Jair Bolsonaro fue brutalmente apuñalado en plena campaña electoral en Brasil. ¿Quién lo atacó? Un hombre con vínculos ideológicos con el extremismo de izquierda, que luego fue tratado casi como una víctima por buena parte del progresismo mediático. Lejos de un episodio aislado, fue apenas una señal de lo que vendría.
Este año, en Colombia, el senador Miguel Uribe, uno de los pocos referentes que se anima a plantar cara al oficialismo de Gustavo Petro, sobrevivió de milagro a un atentado mientras daba un discurso en la calle. ¿Por qué? Porque piensa diferente, porque no baja la cabeza, porque representa una alternativa real al discurso único del progresismo militante.
Y no podemos olvidar, por supuesto, a Fernando Villavicencio, asesinado en Ecuador en plena campaña electoral. Un hombre que se atrevió a enfrentar a los narcos, a denunciar pactos oscuros y a decir lo que otros callan. ¿Su crimen? No doblegarse ante la corrupción ni callar ante el populismo disfrazado de justicia social. Su asesinato sigue impune, pero el mensaje fue claro: la izquierda radical no tolera disidentes.
Estos ataques no son errores ni excesos. Son parte de una estrategia. Una forma brutal de disciplinar al adversario. De sembrar el terror donde no logran cosechar apoyo popular. Porque cuando la izquierda no gana con votos, busca imponer su proyecto con violencia.
La pregunta que nos toca hacer, aunque incomode, es: ¿cuánto más vamos a tolerar? ¿Cuántas veces vamos a mirar hacia otro lado, justificando lo injustificable, solo porque el agresor lleva una bandera progresista? ¿Hasta cuándo vamos a aceptar que nos digan que los “discursos de odio” vienen solo de un lado, mientras los cuerpos caen del otro?
La historia se repite, pero no por casualidad. Se repite porque hay estructuras, financiamiento, redes políticas y comunicacionales que la alimentan. Porque hay sectores que siempre terminan amparando, justificando o relativizando la violencia, cuando proviene de los suyos.
Los demócratas de verdad, sin importar si son de derecha, de centro o de donde quieran, ya no pueden guardar silencio. La defensa de la vida, de la libertad y de la democracia no puede ser selectiva. Y la violencia política, venga de donde venga, debe ser condenada con la misma fuerza.
Lo que está en juego no es una elección, ni un partido. Lo que está en juego es el derecho a disentir sin morir en el intento.