La industria manufacturera de China volvió a dar señales de debilitamiento estructural en mayo, reavivando las alarmas sobre la sostenibilidad del modelo económico impulsado por el régimen del Partido Comunista. Según el índice gerente de compras (PMI) publicado por Caixin y elaborado por S&P Global, el sector se contrajo por primera vez en ocho meses, cayendo a 48,3 puntos frente a los 50,4 registrados en abril.
Este dato no solo marca una ruptura en la recuperación industrial del gigante asiático, sino que representa el nivel más bajo desde septiembre de 2022, reflejando un deterioro profundo en la confianza empresarial y en la demanda tanto interna como externa.
La contracción del PMI por debajo de los 50 puntos —umbral que separa el crecimiento de la retracción— es un nuevo indicio de que el modelo chino, basado en una combinación de planificación estatal, exportaciones masivas y control político, está perdiendo dinamismo frente a un escenario internacional cada vez más complejo.
El endurecimiento de las relaciones con Estados Unidos, las barreras comerciales, la deslocalización de cadenas de suministro y el crecimiento de la presión sobre empresas tecnológicas chinas han impactado negativamente en la economía del país. A eso se suma la pérdida de competitividad frente a países con mano de obra más barata y menos regulación estatal, como Vietnam o India.
Mientras Pekín busca sostener su narrativa de estabilidad y progreso, los datos comienzan a pintar un panorama distinto: el de una potencia que enfrenta límites estructurales difíciles de superar sin abrirse a reformas profundas, en lo económico y en lo político.