Por Minerva Machado.
La elección del nuevo pontífice, que ha decidido llamarse León XIV, no es solo un hecho religioso de trascendencia mundial, sino también un gesto cargado de símbolos que resuenan con fuerza en la historia y en los desafíos del presente. El solo hecho de asumir el nombre de León remite inevitablemente a León XIII, el Papa que en 1891 firmó la encíclica Rerum Novarum, texto fundacional de la Doctrina Social de la Iglesia.
Aquel documento fue una respuesta valiente y profética frente a los abusos del capitalismo industrial y a las condiciones de explotación de millones de obreros. Fue, también, una señal clara de que la Iglesia no podía quedar al margen de las grandes transformaciones sociales. A más de un siglo de distancia, la humanidad enfrenta nuevas formas de exclusión, precariedad y desigualdad: la pobreza estructural, la crisis climática, el acceso desigual a la tecnología, la soledad
digital, las nuevas esclavitudes del siglo XXI.
En ese contexto, la figura del Papa León XIV genera expectativas y esperanzas. Su trayectoria pastoral previa, sus primeros gestos y palabras, y su énfasis en una «Iglesia que sale al encuentro del sufrimiento» hacen pensar en un nuevo capítulo de compromiso social desde la fe. Tal vez no se trate solo de una continuidad simbólica con Rerum Novarum, sino de la necesidad de actualizar ese espíritu profético a la era del algoritmo, la inteligencia artificial y las fronteras digitales que excluyen tanto como los antiguos muros de las fábricas del siglo XIX.
El mundo de hoy necesita una palabra moral que no se limite a lo doctrinal o lo litúrgico, sino que se anime a denunciar las injusticias de los sistemas económicos y políticos que deshumanizan. El nombre León XIV podría convertirse, con el tiempo, en el emblema de una nueva etapa de la Doctrina Social de la Iglesia. Una suerte de Rerum Novarum 2.0, adaptada a los desafíos de nuestro tiempo, pero fiel al espíritu evangélico de justicia, compasión y dignidad humana.
No es un giro político. Es una reafirmación del corazón del cristianismo: estar del lado del que sufre, tender puentes con el mundo, humanizar la economía, cuidar la casa común. Si esa es la ruta que empieza a trazarse, León XIV podría marcar una huella tan profunda como la de su ilustre antecesor.