Es cierto que la totalidad de la obra de Friedrich Hayek, Nobel en Economía en 1974, tiene importantes aportes en la defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada. Sin embargo, La fatal arrogancia, su último libro escrito en vida y publicado en 1988, resulta un pilar importante para entender las actuales amenazas totalitarias, pues el veterano economista advirtió que, bajo el disfraz de ciencia y racionalidad, muchas mentes malévolas estaban planeando un nuevo experimento dictatorial a escala mundial.
Hayek, con mucha valentía, denunció que varios intelectuales de su época, reunidos en El club de Roma, hablaban, abiertamente, de convertir a los países del tercer mundo en parques naturales. En su visión idílica, no miraban a los habitantes de esas tierras como humanos, sino como una atracción turística para los excéntricos gustosde los intelectuales y millonarios de los países desarrollados, en sencillo, como seres primitivos dignos de estar en una vitrina circense.

Muy lejos de la realidad no estaban los miedos de Hayek, ya que, en 1987, casi de manera paralela a la publicación de su libro, la comisión Brundtland, convocada y reunida por las Naciones Unidas, publicó un documento titulado: Nuestro futuro común, en el cual se presenta y define el concepto de Desarrollo Sostenible: «El Desarrollo Sustentable o Sostenible es el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades».
En primer lugar, vemos que el concepto mismo de Desarrollo Sostenible parte de dos premisas incorrectas: 1) Considerar a los recursos naturales como fuente de riqueza, y 2) Negar la capacidad creadora del hombre, eso que en economía se llama Función empresarial. El razonamiento va en esta dirección: si la riqueza del planeta es una cantidad estática, lo mejor que se puede hacer es distribuirla equitativamente entre todos los humanos. No obstante, si queremos que las personas tengan un pedazo más grande, es mejor que haya menos individuos compitiendo por la torta.
Es decir, que el Desarrollo Sostenible no solo es un asunto económico, sino que es un proyecto de ingeniería social a gran escala, puesto que el hombre deja de ser el eje central para convertirse en parte de la naturaleza. Obviamente, lo anterior viene ligado, impajaritablemente, a una nueva ética; a una reinterpretación de los Derechos Humanos; a una transformación de la cultura, y a una renuncia de la soberanía de las naciones sobre sus propios territorios.

Como notará amable lector, todas las modas new age, por ejemplo, los hijos caninos o el veganismo, son parte de un intento de instaurar un gobierno global, un gran panóptico que está presente en todas partes y, al mismo tiempo, en ninguna.
En 1992, los países miembros de la Organización Mundial de la Salud (OMS), a través de un compromiso político mundial, aprobaron el Nuevo Paradigma de la Salud. El entonces director de la OMS, Dr. Hiroshi Nakajima dijo:
La OMS está presionada a ser selectiva, y a concentrar los recursos en unas pocas actividades eficaces que prometan resultados ostensibles a bajo costo, ya que los recursos son limitados. Por ejemplo, en supervivencia infantil poco sentido tendría para un niño sobrevivir a la poliomielitis tan sólo un año, para morir de paludismo el año siguiente, o no tener un crecimiento que le permita llegar a ser un adulto sano y productivo.
Note el tono eugenésico de la declaración, pues los sistemas de salud públicos solamente deberán concentrarse en quienes puedan ser útiles y productivos. Pero el asunto no acabó ahí, desde esa época la OMS ha impulsado el peor de los crímenes, el aborto. Claro que antes pervirtieron el lenguaje, lo que se consideraba un acto atroz contra el más indefenso ser, paso a llamarse: «derechos reproductivos». En síntesis, la OMS se ha convertido en un instrumento de propagación de la cultura de la muerte.

Penosamente, este nuevo maltusianismo es impulsado por intelectuales, académicos y burócratas que buscan un mundo de pocos y dirigido por ellos. Son metacapitalistas, usando un término acuñado por el gran Olavo de Carvalho, que pretenden convertir al mundo en su parque de diversiones.