Mientras continúan las exequias del papa Francisco en el Vaticano, la maquinaria del análisis político-religioso ya está en marcha. La tregua que se impuso por respeto al Pontífice argentino comienza a resquebrajarse, y la prensa italiana —siempre atenta al pulso interno de la Curia— da señales del inevitable debate sucesorio. Pero, al menos por ahora, no se trata de una lucha entre conservadores y progresistas, como muchos imaginaban. El eje de la disputa gira en torno a una cuestión geopolítica más que doctrinal: ¿será el próximo Papa del Primer Mundo o del Tercer Mundo?
Jorge Mario Bergoglio rompió un patrón histórico. Fue el primer Papa latinoamericano, jesuita y elegido desde «la periferia». Durante sus más de diez años de pontificado, reorganizó tanto el Colegio Cardenalicio como los órganos de gobierno de la Iglesia con un criterio descentralizador y globalista. Se esforzó en ampliar la representatividad de regiones que históricamente no tenían voz ni voto en el Vaticano: Asia, África, América Latina. Según los comentaristas italianos, su visión se construyó a partir del «sur global», de los márgenes del poder mundial, tanto secular como eclesiástico.
Pero con su muerte se reabre una vieja ambición: Europa —e Italia en particular— quiere recuperar el control del trono de San Pedro. Los movimientos discretos dentro del Vaticano, los nombres que comienzan a circular en los pasillos, las filtraciones a los medios afines, apuntan todos a una operación política para restablecer una centralidad que se perdió con el papado de Francisco. Para muchos dentro del establishment romano, el intento del Papa argentino de “desoccidentalizar” la Iglesia ha dejado heridas y resentimientos.
La tensión no es menor: mientras el sur del mundo aporta la mayor parte de los fieles y vocaciones religiosas, el norte aún conserva los recursos financieros, las universidades teológicas y una larga tradición de influencia doctrinal. El próximo cónclave, por tanto, no será sólo una elección espiritual, sino un acto profundamente político, donde se confrontarán dos visiones de Iglesia: una católica global, pobre y misionera; otra europea, institucional y de poder.
El Vaticano, en su esencia, es un Estado. Y como todo Estado, no escapa a las disputas de poder, las alianzas y las traiciones. Lo que viene, más allá del duelo, será una batalla por el alma y el futuro de la Iglesia Católica en un mundo cada vez más fragmentado. La tregua ha terminado. El cónclave que se avecina será la verdadera continuación del pontificado de Francisco… o su ruptura.